Así ella se escudaba en el orgullo. Sabía mantener el temple en cada situación, pero un día dejó que su ambición dejara marchar aquello que más quería. Se creía que vagando por el mundo encontraría respuestas, se enfrentaría a nuevas aventuras que podría reflejar en sus memorias. Pero se encontró con un mundo sin palabras, con estallidos de lágrimas, con un lugar sin sonrisas que le alentaran sus días.
Creía que sus sueños de escritura podrían comenzar en los parajes más recónditos a los que el ser humano había llegado. Pero se topó con su gran verdad. La certeza sobre cuando uno entrega su corazón, el frenesí de ideas muere, los días donde la evasión se podían describir en mares de letras se quedan agonizantes y escapan donde no se les puede alcanzar. Ella era orgullosa, sí. Pero eso ya quedo atrás. Ahora, se pasa los días vagando sin rumbo esperando a que aquella sonrisa vuelva a su vida. Ahora ya sus dedos no son capaces de formular prosa alguna.
Creyó interpretar que la vida eran alcanzar cimas. Pero se dio cuenta que dejaba escapar la belleza de cada momento en sus metas. La brevedad de ser humano empuja a llegar a la conclusión que es la felicidad la que debe ser la meta. Ella y su orgullo pensaron que debían ir siempre más allá, intentar lograr méritos. Pero cuando uno encuentra alguien que sabe como ralentizar los minutos del día, entonces el resto empieza a perder sentido. En sus viajes sólo descubrió ese mensaje, o más bien que a veces, resultas mejor persona y más capaz de llegar arriba cuando encuentras un apoyo de ficción. Pero ella debía esperar, tenía que seguir caminando sin rumbo hasta que su otra mitad volviera a caer del cielo.
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