El tiempo pasa y no se puede retener en nuestras manos. Es más rápido que nosotros. Aunque inventemos variedad de artilugios para guardar las memorias que suceden en él, aunque nuestra mente recuerde lo que en él vivimos, aunque nos empeñemos en sacar miles de instantáneas. Tempus fugit. Y cada vez es más evidente. Quizá los adolescentes no se den cuenta, o sí, y por eso todo lo anterior: tienen cámaras, móviles, grabadoras y con ellas retienen sonido, voz, música y fotografías a montones. Y no sólo retienen, sino que parece que no hagan otra cosa que vivir por y para las instantáneas, los vídeos y toda variedad de material audiovisual. ¿Será que estiman tanto la vida? No sólo los adolescentes, los jóvenes y no tan jóvenes también vivimos abocados a la instantánea, al vivir el momento de una forma peculiar. ¿Dónde queda el vivirlo sin aditivos? A lo natural. Sé que puede parecer un chiste o que a alguno le pueda dar la risa, pero es una cosa que me hace reflexionar.
Cuando salgo a caminar o cuando voy de un sitio a otro me gusta fijarme en las cosas que voy viendo a mi paso: el paisaje, los edificios, la naturaleza, los rostros de las personas, los animales, el camino, las nubes, los carteles, las banderas, los coches, ¡hasta los semáforos! Me encanta percibir la vida que hay fuera porque de alguna forma avivan la de dentro. Es cierto que antes acompañaba mis paseos de buena música que les daba un toque más alegre, pero dado que cada vez se me hacía más difícil disociar música de caminar, decidí dejarlo para ocasiones contadas. ¡Para saborearlo más si cabe! Es cierto, no sólo el tempus fugit, sino también con él la experiencia. Y es ésto lo que me ha llevado a escribir estas palabras. Temo que se pierda la experiencia de la vida. Temo que las personas no conozcan la vida en profundidad. Temo que no conectemos con nuestros propios sentidos. Temo que al final sea lo digital lo que nos haga conectar con nuestra vida.
Ahora que estamos en tiempo de Cuaresma leo auténticos retos de campeonato: estar sin redes sociales durante 40 días, no llevar el móvil encima durante las comidas, desconectar la cuenta de WhatsApp y cualquier otra aplicación de mensajería instantánea, o directamente dejar el móvil apagado en la mesilla de noche. ¡Hemos tenido que llegar a estos pequeños gestos para concienciarnos de cuánto nos gana la partida la tecnología! Para darnos cuenta de cuánto ocupa en nuestro día a día y cuánto nos cuesta dejarla a un lado para entrar de lleno en nuestra vida. ¿Que antes no lo hacíamos? Depende de para quién, para mí no, y no estoy libre de pecado. Pienso que cada vez será más inverosímil vivir como aquellos tiempos en los que reinaba la presencia única de las personas. Y costará más que los jóvenes de hoy entiendan que no pasa nada porque la tecnología pase a un segundo plano. Y con ella me refiero a todo lo que distrae o estimula en exceso nuestros sentidos.
Quizá estoy haciendo un drama o quizá me estoy haciendo mayor. Bueno, pensad en vuestro día a día y fijaos en vuestra relación con la tecnología, ¿os hacéis esta pregunta: cómo vivían o podían vivir antes las personas? O quizá no te llegues a hacer esa pregunta porque no te puedes imaginar o recordar otra forma de vivir o, más dramático aún, no conoces otra vida sin tecnología (qué bien nos hacen los abuelos y no tan abuelos contándonos sus batallitas de vida). En cualquier caso, al final las cosas importantes son otras y el tiempo que vivimos nos las va haciendo ver cada vez con más claridad (en mi caso, ¡cada vez que cumplo un año más!). Hay tiempo para todo, la pena es que nos estanquemos o que la sociedad nos haga estancarnos por nuestra falta de voluntad y por eso tengamos la necesidad de ponernos retazos para evitar entrar en la rueda o en el sistema, como se le quiera llamar. Es difícil mantenerse al margen porque al final se vive en esta sociedad, pero por nuestro bien, ¡que esto no sea una justificación sin lucha!
Tempus fugit y en aquellos tiempos lo sabían bien. Ahora mismo no puedo evitar pensar en mi abuelo de 93 años al que se le hace un mundo la tecnología. Más que mundo, no logra entenderla. Qué paradoja, ¿verdad? Jóvenes que no entienden la no necesidad de sus abuelos, y abuelos que no entienden que sus nietos se pasen el día necesitados. Generaciones que no se entienden o no llegan a comprenderse. Generaciones con necesidades diferentes. Esto último siempre resuena en mí, ¿no será el poder y voz que se le ha otorgado al desarrollo tecnológico para proponer esas necesidades? Necesidades que muchas veces hablan de consumo. Y así vamos desarrollando nuestra tecnología, creando nuevas necesidades y por tanto creciendo en más tecnología porque - parece - ya no hay nada que llene el interés natural del ser humano por conocer. Y llegamos a la conclusión de que ya no hay vuelta atrás. Aquellos tiempos quedaron en el recuerdo de muy pocos y de los que aún creemos que los seres humanos somos personas con voluntad e inteligencia, capaces de lo peor y de lo mejor (que cada cual piense sus peores y mejores). Y en esta tensión siempre nos hallaremos. Mientras exista esta tensión hay esperanza para el cambio, para no sucumbir.