Sí, están ahí. Lo sé porque hace tiempo que desarrollé la capacidad de olerlos a la legua. A esa distancia su presencia es perfumada, delicada; cierras los ojos y te los puedes imaginar limpitos y dulzones sin pesadez; como aquellos muñecos olorosos que llegaron a prohibirlos porque los niños, confundidos por el olor, llegaban a creerlos comestibles y, claro, se intoxicaban con el plástico.
Pero ahora los huelo de cerca. Habrá quien ya se haya acostumbrado, por ese fenómeno conocido como fatiga olfativa que hace que pierdas la capacidad de distinguir un olor cuando llevas respirándolo cierto tiempo, como quien trabaja en una porquera; pero yo no. Los distingo por el aire que se dan y el que camuflan bajo sus exclusivos perfumes.
Ahora pasean por la playa confundidos entre los cientos de veraneantes, pero es fácil descubrirlos si les se presta atención. Son nuestros políticos.
Parece que anduvieran de medio lado, para que no se les adivine el perfil, para salir siempre mirando a cámara. La panza es suya –es decir, y nuestra un poco-, más opulenta que obesa y de una orondez impúdica. Por eso andar de medio lado, miran a todos por encima del hombro. Por eso son políticos –aunque en esta playa no lo sepan-. Nunca hacen asco a una convidá; eso sí, tú siempre sacas a un familiar de un pariente de un íntimo amigo tuyo que conoce personalmente al político, y por esa familiaridad creada tirando de ovillo se crea un roce que hace intereses comunes. Aquí es donde empieza a apestar. Ese olor que te creíste era el perfume de una amante, ahora se cierne en pesadez sobre tu conciencia…
Pero no te preocupes, eso suele pasar si no se les reconoce. ¡Por el pelaje! ¿Los ves…; es que no se les reconoce por el pelaje? El moreno robado que llevan no es de ese que conocemos de nuestro amigo el albañil: El de ellos (y ellas) es más doradito, es tirando a oro y no llega a bronce. No me extraña, es lo que da patear tanto la calle.
Pero si aún tienen duda en distinguirlos; fíjense en la camarilla de al lado. Siempre se rodean de apoya-velas, retrepa sillas, y bufones de camarote. Todos le ríen las gracias al político, ¿verdad?. Todos menos uno. Pues ese es el que más miedo me da. El que no la ríe, porque la cuenta; y la cuenta sin reírse, porque sabe que es mentira. Ese es el periodista que miedo me da. Tampoco se fíen de todos.