Ágora
Aquí no se habla mal de Venezuela
“Llevo tu luz y tu aroma en mi piel, y el cuatro en el corazón…”. Letra de “Venezuela”, compuesta por Herrero y Armentero, dos españoles que nunca habían visto esta tierra de gracia.¿Cómo hablar mal del país más hermoso del mundo? El buen gusto del Creador se lució aquí. Cuando recitamos nuestra memoria ancestral para enumerar lo que nos gusta de Venezuela, lo primero que se pone en guardia es un vaho de colores y olores: su naturaleza, lo rico y fragante de sus frutas, el esmeralda de sus playas, la nieve sobre los Andes, las mesas de los dioses de nuestros antepasados, esos tepuyes y sus impresionantes ríos y cascadas.Sin embargo, lo que hace que nuestro país sea único e insustituible no son sus bellezas naturales: es la gente, la familia, los amigos, las jornadas recorridas entre sus calles, los colegios y universidades cuyas aulas nos reconocen, los recuerdos de una vida transitando un país que hasta hace poco llamamos nuestro.Yo no hablo mal de mi país. Claro que no. Los recuerdos de toda una vida pesan mucho más que la trágica pesadilla que nos ha arrebatado esa Venezuela donde podíamos hablar sin ofendernos, donde un chiste subsanaba cualquier malentendido, donde los amigos no se peleaban por política sino por amores, donde acudíamos a universidades donde abiertamente se discutían todas las ideas, donde era impensable que un gobierno tuviese la osadía de tratar de meterse hasta en tus decisiones más íntimas, donde no éramos humillados por un plato de lentejas y los niños tomaban leche y tenían vacunas. Yo crecí en una Venezuela que reía, que celebraba, que entendía de excelencia y competitividad. En un país donde hasta el más humilde tenía la posibilidad de estudiar en las mejores universidades, como la Central y la Simón Bolívar y después conseguir un trabajo que con el tiempo le permitiese comprarse un carro, una casa, casarse, enviar sus hijos al colegio. Una Venezuela de oportunidades, donde la educación era la vía para “surgir en la vida”, como decían nuestros padres, que jamás nos enseñaron a bachaquear sino a construir carreras, empresas y futuro. Yo crecí en una Venezuela emocionada por sus logros como democracia, yo viví esos 40 años de libertad, donde nada era perfecto pero todo era perfectible. Yo viví en un país donde los ministros recibían a los periodistas, hablaban con la gente y presentaban una memoria y cuenta seria, no un panfleto ideológico. Yo crecí en un país donde se buscaba a los mejores para dirigir la construcción de carreteras, presas, edificaciones. Yo vi y conocí presidentes que sabían comer con cubiertos, que no se levantaban pensando a quién iban a jod... ese día sino qué iban a construir. Yo conocí diputados y senadores que se ponían paltó y corbata, que eran intelectuales, políticos, profesionales, y se esmeraban por dar discursos memorables. Yo crecí en un país que honraba a Gallegos, a Uslar Pietri, al Dr. Tejera y al Dr. Gabaldón. Ese país generoso que abrió sus puertas a miles de inmigrantes que vinieron a matizar nuestros colores, a enseñarnos trabajo duro y el valor del esfuerzo para siempre. Yo estuve allí cuando un presidente copeyano le entregó la banda a un adeco, sin insultos, ni violencia, sin dividir al país ni derramar sangre. Yo viví la Venezuela donde podíamos ir a fiestas, trasnochar, amanecer en una playa, caminar las montañas y disfrutar cada rincón de esta hermosura que nos rodea. Yo gocé de la hospitalidad y sonrisa de desconocidos, de la mano tendida de extraños que se comportaban como si te conociesen de toda la vida. Y tú no desconfiabas.Sin duda teníamos problemas, pero la autocrítica demoledora que pudo ser constructiva para mejorar, fue capitalizada por un rapaz militar pico’e plata para engatusar a quienes tenían resentimientos latentes, a quienes preferían el golpe de suerte o de violencia para lograr las metas en lugar del estudio y el trabajo. El populismo se instaló en Venezuela y una secta se empoderó, aislando a quienes ya nos creíamos en la senda del primer mundo. Todo el rencor y el odio de clases de Maisanta y Zamora se casaron con el veneno castrista.Como venezolana, siento que he perdido a mi país. Ya no puedo disfrutar su hermosura. Es un riesgo circular por una carretera, acampar en una playa, salir en las noches, alejarse de la burbuja de seguridad del hogar, donde nos recluimos huyendo del hampa, del peligro del entorno y de costos que rompen un bolsillo ya escuálido gracias a las mortales políticas económicas de un gobierno que nos ha depreciado todos los bienes. La familia y los amigos están dispersos por el mundo, ya no hay reuniones dominicales ni parrillita con los panas. Casi el 40% de los venezolanos tienen familiares viviendo fuera del país, se estima que más de 2 millones de venezolanos han huido de la inseguridad, el acoso político, la ausencia de libertad y la inflación. Venezuela ya no es la misma. Sigue teniendo todas sus bellezas, la mayoría de los venezolanos son de una calidad humana excepcional. Pero ha sido despojada de lo que diferencia a los países pobres de los países ricos: la educación, los valores, el respeto. Una vez leí la explicación de por qué países que no tienen petróleo o riquezas naturales, como Japón, son ricos. Su secreto es el deber ser: gastan mucho en educación. No invierten en revoluciones ideológicas sino en empresas productivas. Su norte es ser los mejores, trabajan con disciplina, como un solo bloque, con metas comunes. Y planifican la inversión de sus ganancias para generar más ganancias que den un alto nivel de vida a sus habitantes.La cúpula que gobierna no tiene votos pero sí el poder y las arcas de Venezuela. Por eso no hay elecciones y por eso acciona contra los opositores para encarcelarlos, anularlos u obligarlos al exilio. Quieren que les dejemos el país, como los cubanos se lo dejaron a Fidel. Yo no hablo mal de mi país pero sí de su incapaz gobierno. Cuando reaccionen las voluntades atropelladas por los diarios golpes a la dignidad y al bolsillo, comenzará la limpieza del estiércol. Y eso dolerá. Pero Venezuela volverá a ser esa belleza que mueve nuestros sueños y recuerdos. CHARITO ROJAS @charitorojasTwittearEnviar este artículo a tus seguidores