John Berger, Alfaguara. Trad. Pilar Vázquez.
“El número de vidas que entran en la vida de uno es incalculable”.
John Berger
Hace unos meses hice el cálculo de mis muertos, copié en mi libreta una a una las personas cercanas que han muerto, creo no haber olvidado a ninguno: abuelos, tíos, familiares cercanos, profesores. No tengo en la lista aún hermanos o amigos. Recuerdo ahora a dos o tres compañeros de colegio que por lejanos e intrascendentes en mi vida no fueron anotados. No sé qué me llevó a hacer la lista, puede haber sido la edad o el presentimiento de que me acerco a la primera línea. Tal vez. Ahora, vista de nuevo —he abierto la libreta y sumo poco menos de veinte— me doy cuenta de que hice la lista para volver a sentirlos, para verlos, para encontrarme con ellos aunque fuera por ese breve instante, para ofrecer una pequeña escaramuza al olvido. Sin duda ellos, como luego sucederá conmigo, reposarán dulcemente en el olvido. Cuando nadie los recuerde y cuando no quede alguien que me recuerde, se habrán esfumado de manera definitiva. Por lo pronto tienen asiento en la tierra de la memoria que visitamos a nuestro antojo, y a veces, depende de nosotros mismos también, son ellos los que nos visitan. He visto a mi abuelo caminar por las calles del centro de la ciudad, lo he visto en misa arrodillado frente a la imagen del Perpetuo Socorro. Y he visto a mi bisabuela en un parque mirarme con sus ojos azules penetrantes y misteriosos, en silencio. O a mi abuelo materno caminar por la Avenida Santander con su paso lento, disfrutando cada esquina y cada mujer, saludándome con una sonrisa pícara de la misma forma en que lo hacía cuando yo era un niño.
Hace poco mi abuela comió conmigo en un restaurante cerca a Cali. Pedimos sancocho de gallina. Ella volvió a mostrarme la huevera como lo hizo por primera vez hace cuarenta años. Hoy, medio extraviado en la ciudad, volví a buscar el eucalipto que tenía el patio de la casa de mis abuelos y que se veía desde cualquier parte; lo encontré en medio de edificios, me sentí a salvo. Ahora pienso que debo agregar a la lista el nombre de los árboles y los perros y gatos que ya no están.Aquí nos vemos, he escrito al frente de la lista de mi libreta. Tal vez, para lograr algo más que aquellos encuentros breves que relato, deba esperar más tiempo. Si lo que quiero es sentarme a conversar como lo hizo Berger, debo alcanzar la primera línea. A partir de hoy viajaré más atento, seguro de que en una plaza o en una esquina me encontraré con uno de mis muertos.
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