Revista España
Ya está. Como cada viernes, y convirtiéndose en una desagradable rutina, ha comparecido la insolente Vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, para dar una nueva mano de pintura negra al futuro de un país en vías de subdesarrollo. Hoy se trataba de ratificar por el Consejo de Ministros los detalles del tijeretazo de diez mil millones de euros a la sanidad y la educación, poniendo el punto y seguido a lo que ha sido una nueva semana de globos sonda, comunicados y declaraciones de intenciones por parte de todos los satélites del PP. El hecho de que este recorte sea un incumplimiento más de las promesas de campaña electoral no es lo grave, a mí no me están engañando, sólo engañan a los ingenuos e ignorantes. Lo grave es el ataque directo contra la sociedad, el brutal atentado contra los pilares básicos del Estado de Bienestar.
La Ministra de Sanidad, Ana Mato, ha ejecutado, haciendo honor a su apellido, todo un “aquí te pillo, aquí te mato”. Ha llegado al Gobierno y de un plumazo ha reventado uno de los pocos motivos que a los españoles nos quedaban para poder presumir de estado, la Sanidad Pública. Y lo ha hecho de la manera más cruel, introduciendo el copago (o repago, o atraco) farmacéutico, obligando a pagar por las medicinas hasta a los pensionistas que tanto las necesitan. Esta bajada indirecta de las pensiones no deja de ser todo un injusto impuesto a la enfermedad que, como siempre, se ensañará con los más débiles y desfavorecidos.
El Ministro de Educación, José Ignacio Wert, tampoco se ha quedado atrás. Al aumento de hasta un 20% en el número de alumnos por aula o el incremento de las horas lectivas del profesorado en primaria y secundaria, se ha unido el incremento de más del 60% de las tasas universitarias y el endurecimiento de los requisitos para el acceso a una beca. A corto plazo esto significa una pérdida de calidad tremenda en la enseñanza, además de convertir a la educación en un privilegio y no en un derecho debido a las desigualdades en el acceso a la misma. A largo plazo supone una destrucción del futuro de todo un país, salvo que la intención sea contar con una sociedad ignorante y desorientada a la que modelar sin complicaciones. Lo dicho, Wert para creer.
Después de esto, ¿qué nos queda? Yo lo diré, la dignidad. La misma dignidad que ellos entregaron a los mercados, a los bancos, a quienes de verdad gobiernan. La nuestra debe permanecer intacta, intocable. Y sólo así, manteniendo la dignidad, iniciaremos la reconquista de todos los derechos que hoy nos están siendo arrancados. Mayo se prevé calentito. Espero que dentro de mucho tiempo los libros de Historia cuenten a los niños del futuro que el Mayo de 2012 permitió a la sociedad reconducir los designios de un país que iba derecho al desastre.