Los Nailles, fervorosos creyentes de la santidad del matrimonio y la rectitud espiritual, gozan de una vida reposada, mechada con escénicas tertulias semanales con sus pares.
"Muchas mujeres se le habían insinuado a Nailles en el curso de su vida, pero cada vez que lo atacaba una ardiente divorciada, viuda o esposa insatisfecha, su miembro viril manifestaba un doloroso desinterés, como exhortándolo a volver a casa. Era un órgano domesticado, amante de la cocina casera, el fuego en la chimenea y los muslos de su esposa."
Adoran a su único hijo adolescente, al que educaron en un ambiente de amor y moralidad. Tan convencidos están de su modo de vida, que no perciben a tiempo el desanimo y la asfixia mental que lentamente se apodera de su hijo.
Por su lado, Hammer arrastra un pasado de padres abandónicos, conciencia atormentada y alcoholismo; Su reciente matrimonio es un flagrante fracaso y por si fuera poco tiene que bancarse consejos de esa especie de Ned Flanders que es su vecinillo.
"Mientras miraba a su víctima, procedió a eliminar de su acusación todos los agraviantes clichés que podían justificarla…Hammer sabía que lo había elegido por otros motivos. Precisamente por su ejemplaridad."En este contexto, solo cabe formular aquella ley física cuya hipótesis postula que todo Clavo que sobresale se expone al Martillazo. Y está bien.
Por estos días se cumple un nuevo aniversario de la muerte de ese verdadero Maestro que fue John Cheever, quien retrato como nadie la vida en los suburbios acomodados, con sus fachadas opulentas, su normalidad desesperante y, bajo esa superficie lujosa e impecable, el infierno que late. A su alcohólica memoria, Salud!