Ana Ríos Ricardi, sudamericana, veintidós años, pelo corto, había elegido el camino, en realidad el atajo, y yo parecía encantado, fijo en el asiento del copiloto, apenas con la entereza necesaria para intentar contar los árboles que corrían en sentido inverso. Encantado era la palabra justa. Con esos árboles, me dije, fabricarán naves similares a las que acabo de quemar. Comprendí que me había arruinado y eso ya era un éxito.
Ana, podrida de la dignidad que otorga el trabajo, máxime cuando este es decente, lo arrastrará por el venturoso camino del delito, asaltando sus antiguos lugares de empleo.
¿El futuro? Maravilloso! Trabajar y trabajar para edificar no sé qué país, tonterías de esas que sólo creen alemanes y belgas. Cuarenta años más y luego retirarse con una módica pensión del estado; eso en el caso de que antes hubiéramos conseguido trabajo, posibilidad cada día más remota.
La personalidad violenta y psicótica de la mujer, ira minando las salidas a ese itinerario de crímenes al estilo Bonny & Clide, del que ya no podrán volver juntos.
El largo y ocurrente título de la novela hace referencia a la veta Joyceana del personaje central, y procede de un poema de Mario Santiago, aquel de Los Detectives Salvajes, “consejos de un discípulo de Marx a un fanático de Heidegger”, aunque para este post, hubiese sonado mejor Feliz día, Trabajadores!