
Cuatro son los meses de alquiler que debe Gimenez, el octogenario protagonista de Cuentas Pendientes, aunque el desvío de fondos en este caso, responde a una causa mucho más obsesiva que la mía: sumar fracasos yéndose de putas, a sabiendas de que la firmeza de su deseo no se corresponde con la flacidez que muestra esa parte de su físico.
La voz dominante del acreedor, nos ira narrando un perfil miserable y decadente del moroso viejito, quien ocupa para sí un departamentito minúsculo en planta baja, mientras que su insoportable ex mujer y su convaleciente ex suegra, ocupan uno mas espacioso en el tercer piso, acrecentando no solo su deuda, sino fundamentalmente su oprobio, al no poder desligarse de ellas. La solitaria y anodina vida de Gimenez se completa con la única amistad del retirado coronel Vilanova, a quien suele aportarle algún dato interesante para su negocio de venta de autos usados, que el militar retribuye ahora en dinero, aunque en oscuras e innobles épocas supo agenciarles en adopción una hija nacida en cautiverio.
Terciando la novela, locador y locatario se encuentran frente a frente, en diferentes y obvias condiciones de fortaleza, que el transcurrir de ese cruce ira lavando, hasta dejar al descubierto las cuentas pendientes que también corroen al dueño.
No voy a ahondar aquí en la calidad de la prosa de Martín Kohan, por todos ya conocida, basta un sustantivo tuneado en adjetivo por obra y gracia de la cultura popular cordobesa: un librasazo!