Recuerdo que me tope con este libro, en el departamento de una compañera, al que llegue con el objetivo de preparar un parcial, en mis épocas de estudiante universitario. Como según su dueña, el libro era un regalo, se negó a prestármelo temerosa de que nunca lo devolviese, conminándome a que lo leyera allí mismo, sin importarle cuanto tiempo me demoraba en la tarea. No recuerdo, créanmelo, el nombre de aquella compañera, a la que deje de ver hace años, ni la materia que preparábamos, pero nunca olvide al artista del mundo flotante.
La novela narra en primera persona, las reflexiones de un reconocido pintor ya jubilado, en el Japón arrasado de los primeros tiempos de posguerra. El par de años que demandan las negociaciones y posterior matrimonio de su hija menor, es el tiempo del cual se vale el anciano Masuji Ono para conformarnos un retrato de su carrera artística y de su época; Asistimos a sus comienzos de aprendizaje en el taller de su antiguo maestro Senji Moriyama y la influencia de la tradición pictórica que este representaba:
“Durante todos aquellos años seguimos su mismo estilo de vida y asimilamos sus valores, lo cual suponía pasar mucho tiempo explorando el “mundo flotante” de la ciudad o, lo que es lo mismo, el mundo nocturno del placer, el ocio y la embriaguez que constituía de hecho el fondo de todos nuestros cuadros.”Ese estilo superficial y vacío, contrasta con la realidad y el espíritu de compromiso social que persiguen los nuevos vientos del Japón Imperial, al que no tardará en sumarse Ono, rompiendo lealtades con su mentor y convirtiéndose rápidamente en uno de los más destacados representantes de las flamantes tendencias.
“En épocas como esta en que la gente es cada día más pobre y los niños que vemos por la calle están cada día más enfermos y hambrientos, lo último que debe hacer un artista es encerrarse a pintar cuadros de prostitutas.”Ese compromiso militante, con el resultado puesto de la derrota, es mal visto por las nuevas generaciones, influenciadas por el occidentalismo norteamericano triunfante y amenaza con condenar a su hija a la soltería eterna, pues sospecha que ningún pretendiente quiere quedar pegado a ese pasado familiar. Esta situación llevará al protagonista a saldar viejas deudas con sus antiguos colegas y discípulos, a los que visita, para hacerse cargo de errores cometidos, pero con la satisfacción de haber dado todo por una causa que consideraba justa, reconciliándose así con su pasado y con ese futuro cada vez más ajeno y distinto. Una novela y un personaje sobretodo, que admite múltiples interpretaciones y que puede ubicarse desde ambos lados del espectro político, pero que sin dudas nos hará reflexionar acerca del valor del compromiso social, término que vuelve a conjugarse cada vez más asiduamente entre nuestros jóvenes y que, no casualmente, termina con una frase que juzgo oportuno transcribir un día como el de hoy:
“Parece que, a pesar de los errores cometidos, nuestro país puede todavía enmendar su destino. A estos jóvenes, por lo tanto, no nos queda más que desearles lo mejor.”