¿Les ha pasado que ante una situación lingüísticamente violenta se han paralizado? A mí me pasó hace un par de noches. En ese «hacer algo distinto», sucedió el acto violento de «dejar fluir».
Aclaro que verbalizo lo ocurrido por dos razones: para sanar y para marcar una postura política ante tales hechos. Porque lo personal es político. A continuación, las dos situaciones vividas en tiempo reciente, en un mismo evento y en un mismo lugar.
El amigo que es más bien un conocido
El evento había casi concluido cuando un conocido se acercó a saludarme. Al principio, intenté ser diplomática, pero no podía dejar de recordar que fue él uno de los que defendió por redes sociales al agresor de unas personas que amo, sobrevivientes de violencia basada en género.
Logré decirle que sabía muy bien cuál había sido su postura ante tal violencia. Él, por su parte, no solo no reconoció lo que hizo, sino que me exigió que se lo demostrara, y me dejó como loca. Llegó a comparar tal situación con diferencias ideológicas al estilo de las disputas entre izquierda y derecha, como queriendo desvirtuar mi reclamo. Me llamó exagerada, que él no se metía en situaciones personales, que eso era un problema mío con el agresor, no de él.
Fue tal su tono de voz y su actitud de macho dueño del espacio público que me paralicé, y todo lo que quería decirle se me aglomeró en la garganta. De soltarlo, seguramente habría quedado muy mal parada (todo está dispuesto para que así sea). Lo dejé fluir, dejé que se fuera ileso, satisfecho y con la certeza de que la mujer/madre víctima indirecta había sido neutralizada.
La amiga que se debe dejar ir
A esta amiga hacía tiempo que no la veía. Al principio sentí muchas ganas de compartir con ella, pero de inmediato impuso el «no rompas el grupo», «las cosas no son para tanto», y el «es que eres extremista y exagerada», porque me negué a estar en el mismo espacio que el aliado necesario de la cultura de la violación, su «amigo». Intenté cambiar de tema de conversación, pero ella insistía en hablarlo. Yo solo quería disfrutar de esa socialización que tanto se recomienda en las psicoterapias.
De nuevo me tragué las palabras y sentí cómo luchaban dentro de mi pecho para brotar. Me las guardé dos noches y dos días.
Acá aquello que debí decirles a estas dos personas:
- La violencia basada en género no es un tema personal. Es un acto atroz y cruel, violatorio de los derechos humanos.
- La neutralidad en estos casos no existe. Debes saber que eres cómplice simbólic@.
- El que no te haya dicho lo que sentía en ese momento no te da la razón, solo demuestra que impusiste una forma de violencia lingüística (simbólica) y psicológica que me paralizó.
- Tengo derecho a sacar de mi vida a quienes consideran que el dolor de mis vivencias es tan insignificante como para llamarme «exagerada». Gracias por allanar el camino hacia el «más nunca».
- El feminismo te molesta porque deja en evidencia todo aquello que estás dispuesto a ejercer desde tus privilegios de macho o a tolerar desde la no aceptación de una violencia que como mujer también te atraviesa.
El lenguaje sexista es violento, paraliza y moviliza a la vez. Se impone para silenciar a las mujeres que luchan por erradicar todas las formas de violencias basadas en género, y para deslegitimar el derecho que tienen todas las sobrevivientes a la verdad, justicia y reparación. Es un acto político de la cultura misógina que implica el mirar hacia otro lado. Pero es real y duele.
¡No me callo!
Gabriela Barradas