Desde niñas nos han enseñado sobre la importancia que tiene para las mujeres hacer varias cosas a la vez. Nos han dicho: las mujeres podemos con eso y más, somos unas guerreras, unas luchadoras y con ello la excusa perfecta para trabajar perpetuamente y jamás decir que no a las exigencias del sistema patriarcal y a nuestras propias autoexigencias. Sobre ello, me vienen muchos recuerdos de mi madre limpiando la casa, lavando, cocinando, atendiendo mis necesidades y las de mi hermano, para terminar el día esperando a mi padre, quien “en teoría” siempre terminaba más cansado que ella, aunque ella siempre hacía más y daba más.
Para mí fue muy desagradable verme igualmente ocupando esos roles de niña, recuerdo muchos regaños de mamá, por no montar el arroz a tiempo, seleccionar la ropa para lavar y barrer como ella decía: «Por dónde pasa la novia»; pero lo que más me molestaba de toda esa faena, aunque mi mamá no me lo exigiera todo el tiempo, era que esas exigencias solo se me hacían a mí y no a mi hermano, dos años menor que yo, por lo que preguntaba, «por qué yo sí y él no». Total, el tiempo pasó, y aunque siempre fui crítica y cuestioné las diferencias que sentí notablemente en mi vivencia entre niñas y niños, y luego entre hombres y mujeres, no escapé de reproducir esas improntas socioculturales que se mantienen muchas veces de manera inconsciente en nuestras formas de relacionarnos.
Confieso que muchas veces me he dicho a mí misma: “Yo puedo con esto y más”, también me he dicho: “No es suficiente lo que haces, da más, entrega más, ama más, trabaja más”, y en contraposición a la figura masculina he dicho y he creído que los hombres no pueden hacer muchas cosas a la vez, ya que después de todo, son hombres. Todo esto, creyendo que es un merito realizar un montón de tareas al día y asumir responsabilidades que en todo caso tendrían que ser compartidas.
Desde los feminismos se ha demostrado que el patriarcado y con ello también el capitalismo se ha valido de la explotación del trabajo de las mujeres para sostener sus sistemas. El trabajo doméstico y los cuidados como cuna del sinfín de tareas que realizan de manera desproporcionada las mujeres no son reconocidos como trabajo ni como actividades que generan valor y tampoco son entendidas desde su carácter desigual y desde el deterioro que ello produce en la salud mental, física y emocional de las mujeres. Esto teniendo en cuenta la doble y triple carga laboral que pueden tener especialmente las mujeres pobres.
Con frecuencia se dice, desde un punto de vista social, que esto le ha permitido a las mujeres manejar diversas tareas de manera simultánea en oposición a los hombres, y es que justamente el patriarcado ha asentado la supuesta inferioridad de las mujeres a partir de esta creencia, especialmente cuando la asumimos como una verdad, el deber de criar, de dar más, debemos, debemos y debemos, pero ¿cuándo saldamos esa deuda? Nos sentimos agotadas por hacer más y más, aunque al final de cuentas no importa lo que hagamos porque nunca será suficiente, nunca será suficiente en un sistema que nos considera inferiores por ser mujeres, y es justamente en ese punto donde se inoculan como utopías femeninas ese anhelo de ser perfectas, impolutas, destacadas y nuestras autoexigencias, que muchas rebasan nuestros propios cuerpos.
Y yo me pregunto, ¿qué pasa si paramos, si aprendemos a decir NO, si colocamos nuestros propios límites y empezamos a actuar de manera corresponsable con el mundo, pero también con nosotras?; ¿qué pasa si aceptamos y asumimos que ya es suficiente y que aunque no somos todo, ni tenemos todo, somos suficientes? Creo que es un punto de partida que ya han empezado a transitar muchas mujeres, que nos invita a soltar, a delegar y a poner en la balanza todo aquello traspasado por la injusticia de género.
Warneidy Moreno