La famosa Inquisición, que tantas mujeres torturó y llevó a la muerte por no entender la sabiduría que yacía en nuestros cuerpos y en nuestras culturas —de las que siempre hemos sido depositarias y guardianas—, en Venezuela siempre fue una idea lejana, que poca fuerza tuvo.
En términos estrictos, la Inquisición en Venezuela inició de manera formal sus operaciones el 14 de septiembre de 1611. Aunque se mantuvo operativa en nuestras tierras por dos siglos, aproximadamente, su estudio en Venezuela ha sido difícil.
En primer lugar, el territorio que hoy se conoce como Venezuela tuvo una importancia secundaria y no fue sino hasta finales del siglo XVIII cuando adquirió mayor relevancia, en parte, por el cacao. En segundo lugar, en nuestro país lo que existió fue el Comisariato del Santo Oficio de la Inquisición. Por último, los Tribunales del Santo Oficio estaban ubicados en ciudades más importantes y lejanas (Lima, Ciudad de México y Cartagena de Indias). Por lo tanto, los casos más relevantes no eran atendidos en Venezuela. Las largas distancias y las malas vías de comunicación dificultaban el reporte de incidentes y el traslado de presos a los tribunales.
Pero ahora estamos padeciendo una nueva versión de la Inquisición, que atrasa nuestra agenda en los derechos, y según la cual las mujeres somos meras acompañantes que han de someterse a quienes deben seguir estando al frente de la sociedad. Se trata de las Iglesias evangélicas, casi todas con sus sedes centrales en EE. UU. y que, aunque diversas, se han unido para sumir a nuestros países en dinámicas derechistas y antiderechos. Cuando vemos la lista de países con más evangélicos en el mundo, nos encontramos con EE. UU. a la cabeza, con 41% de su población, equivalente a 135 millones 895 mil personas.
No creo que esto sea casualidad: forma parte de una ideología-país. En algún momento se dieron cuenta de que los centros comerciales no eran suficientes para detener el libre pensamiento decolonial e independiente. Ya la Iglesia católica en América Latina estaba caduca y dentro de sus filas se alzaban montones de voces rebeldes que convocaban a la rebelión de los más pobres.
Una nueva invasión se decidió, ha avanzado y viene ganando espacios a pasos agigantados. Pocos se le oponen. Partidos de izquierda y movimientos sociales caen en sus redes, buscando congraciarse con esa nueva mayoría que se construye a base de ofrecer la esperanza de un mundo lleno de riquezas y beneplácito después de esta vida. Una vieja idea, pero con nuevo marketing.
Y, la verdad sea dicha, las únicas que nos oponemos de frente a esa agenda de control social y pensamiento retrógrado somos las feministas. ¿Por qué? Porque su agenda, al igual que la de la vieja Iglesia católica, es la del patriarcado: tanto la romana como la gringa lo que buscan es mantener el statu quo intacto, fomentar la reproducción de mano de obra barata y mantener a la cabeza a los más ricos, casi todos hombres y blancos.
Entonces, no nos queda más que seguir luchando. Continuaremos siendo la voz de los derechos y de la conciencia de millones de mujeres en este continente, sometidas a las labores de cuidado intrínsecamente vinculadas a la reproducción de la vida.
Daniella Inojosa
Tinta Violeta