El arbitrismo fue un movimiento de pensamiento político y económico surgido durante la segunda mitad del siglo XVI y el siglo XVII con el objetivo de aumentar los ingresos y reducir la presión financiera de la Monarquía española. Basada en planes tendentes a diagnosticar y solucionar la decadencia económica que sufría el Imperio, el arbitrismo estuvo relacionado con la Escuela económica de Salamanca. Supuso la aparición de la primera literatura económica, precedente del mercantilismo de otras naciones europeas, como Francia e Inglaterra.
Arbitrio es la toma de decisiones que la Monarquía adopta para su propio beneficio en ejercicio de su soberanía y bajo su autoridad, tan típico de la época de los Habsburgo. En la práctica, el arbitrismo fue el estudio de la decadencia económica española de la época, y los remedios para superarla.
En plural, arbitrios era un nombre que se daba a ciertos impuestos con que se arbitran fondos para gastos públicos. El término arbitrio se encontraba ya en las actas de Cortes de 1558. En ellas figura la preparación de “diversos arbitrios para aumentar las renta públicas”. Es decir, que los arbitrios trataban de enjuagar dentro de lo posible la carestía de la Real Hacienda tras la muerte aquel año del emperador Carlos I, gravemente endeudado con los prestamistas centroeuropeos e italianos que financiaban a la Corona española, mediante elevados intereses, sus inacabables guerras. Además, las nupcias del rey ascendente Felipe II con Isabel de Valois contraían más necesidades de financiación.
Este tipo de arbitrios consistían en transacciones comerciales basados en la venta de oficios públicos, de títulos de hidalguía, dignidades eclesiásticas, tierras baldías, entre otras.
Mientras tanto, la Corona trató de adquirir avisos y memoriales que propusieran soluciones contra la falta de financiación del Estado, cuyo resultado tuvo un gran éxito de participación. Los economistas fueron los primeros que apreciaron la decadencia histórica que arrastraba la Monarquía.
Aparece, entonces, la figura del arbitrista o memorialista que es aquella persona que expone al monarca un plan político, económico o social de carácter reformista, es decir un arbitrio. En el siglo XVIII el Diccionario de Autores recogió este concepto, definiéndolo como el que “discurre y propone medios para acrecentar el erario público, o las ventas del príncipe”.
El memorando o real arbitrio podía ser atendido o rechazado tras previo análisis por una Comisión o Junta sin recurso posible por parte de su autor, hasta llegar a manos de los Consejos Reales. El solucionador expone su memorial con una retórica típica de fiel vasallo a su majestad, aunque hay casos en los que intentan sacar provecho particular a su propuesta.
En la década de 1560 las necesidades de liquidez aumentan ya que la Corte se trasladó a Madrid y la Guerra de Flandes se recrudecía, con la consecuente propuesta del uso de arbitrios para encontrar posibles soluciones. En 1588 se producía el desastre de la Armada Invencible en aguas británicas. Los memoriales fueron cada vez más abundantes y los visionarios fueron creciendo en cantidad y en calidad.
En torno a 1595, aparecieron los expedientes más importantes, redactados por profesores de la Universidad de Salamanca, aunque también provienen de Valladolid y Toledo entre otras ciudades. Se trataba de un grupo de teólogos y juristas que terminarían estableciendo las bases de la economía moderna en el siglo XVIII.
Las figuras más importantes de esta escuela de pensamiento fueron Luis Ortiz, Sancho Moncada, Tomás de Mercado, Martín González de Cellorigo, Luis Valle de la Cerda, Pedro Fernández de Navarrete, Jerónimo de Cevallos, Mateo López Bravo, Andrés Velasco, Gaspar Gutiérrez y fray Benito de Peñalosa, entre muchos otros. Supieron reconocer los problemas y presentar algunas soluciones lúcidos y racionales, si bien en la mayoría de ellos su visión se ve limitada por el hecho de reducir los problemas económicos a un solo factor, como es propio de la fase mercantilista de la historia del pensamiento económico: la inflación provocada por la llegada de metales preciosos desde América y la exportación a Europa; aunque también trataron otros factores de carácter productivo: la austeridad en el gasto, la elaboración de productos manufacturados en lugar de exportar las materias primas, el aumento de la productividad, o el fomento del crecimiento demográfico.
Los arbitristas de Salamanca habían heredado del Medievo una doctrina que consideraba que la usura era inmoral, y que por tanto, el préstamo con intereses también era inmoral. Hay que recordar que la Escuela económica de Salamanca desarrolló el primer movimiento de análisis macroeconómicos desde un punto de vista moral. Aquel pensamiento se vino abajo. Además la llegada a Castilla de grandes remesas de metales preciosos provenientes de América generó una enorme inflación, y el surgimiento de las nuevas doctrinas mercantilistas basadas en el proteccionismo e intervencionismo regio en la actividad económica propiciaron la revisión de los modelos tradicionales. Los salmantinos declararon a la moneda del vellón o Real de a ocho como inmoral y defraudatoria.
Uno de los primeros grandes arbitristas en analizar estos problemas monetarios y en aportar soluciones fue el burgalés Luis Ortiz, considerado como uno de los grandes precursores del mercantilismo. Era un contador de Hacienda que expuso en 1558 su Memorial al Rey para que no salgan dineros de España, tras la bancarrota de los Austrias.
En este real arbitrio consideraba que la estabilización de los precios se basa en la conservación en Castilla del oro de América y, para tal fin, crea un plan con el que pretende el fomento de los recursos. Planteó la solución al error de exportar materias primas e importar manufacturas pagadas con las reservas de oro americano: la elaboración de productos manufacturados a cambio de exportar únicamente las materias primas.
Intuyó el concepto de estructura económica y de forma consecuente propuso una batería de medidas urgentes que hubiera podido sacar al reino de la crisis como la retirada de todo tipo de ocio, el aumento de la productividad y el estímulo del trabajo frente a la holganza del sector nobiliario, la supresión de las aduanas existentes entre los diversos reinos hispanos, la desamortización de los bienes de la iglesia, el fomento del crecimiento demográfico rural, la extensión de regadíos, una repoblación forestal y una reforma fiscal. Desde un punto de vista moral, Ortiz consideraba que era lícito el enriquecimiento personal con proyección social.
En 1569, un profesor de la Escuela económica de Salamanca llamado Tomás de Mercado, teólogo y moralista, publicaba Suma de tratos y contratos de mercaderes y tratantes que fue reeditada dos años más tarde y donde se describían los usos mercantiles de la época en Sevilla y Medina del Campo. En él reflexiona sobre el cobro de intereses en los préstamos y lo justifica desde un punto de vista ético frente a la interpretación restrictiva de la Iglesia católica que lo tenía como usura. Mercado distingue entre el valor de uso de la moneda y su estima social, otorgando gran importancia a la estimación de la moneda, lo que los economistas actuales llaman poder adquisitivo.
También sienta las bases de la teoría cuantitativa del dinero a partir de la tradición de la Escuela de Salamanca, en especial en lo tocante a la circulación internacional de divisas. Observando la gran subida de los precios y la mayor circulación monetaria, concluye con que el aumento de los precios se produce por tres razones: el tirón producido por la exportación sobre la demanda de productos locales, el recargo impuesto por la necesidad de financiar los envíos y la repercusión de la carestía europea sobre la americana.
La óptica teológica sobre las actividades económicas siguió siendo una fuente de producción literaria importante a principios del siglo XVII, como es el caso del De monetae mutatione, una de las partes del Tractatus septem del padre Mariana escrita en Colonia en 1609, que fue denunciado por las alusiones a los ministros que modificaron el peso de la moneda y le causó un ingreso en la cárcel.
Pero antes de cambiar de siglo, un abogado de la Real Chancillería de Valladolid, Martín González de Cellorigo, proyectó las nuevas doctrinas sobre la sociedad de su tiempo y dejó esta observación inquietante en un tiempo de crisis profunda. Cellorigo consideraba que “no sería fácil superar la decadencia que llega mientras abunden los acumuladores de metales, los ávidos de lujo, los acumuladores de metales preciosos para su propia riqueza, los pícaros y los especuladores”.
Fue requerido por el rey Felipe II en 1597, a punto de morir, para elaborar un memorial. Tras su muerte, en 1600 Cellorigo presentó en Valladolid al nuevo rey Felipe III su principal obra, Memorial de la política necesaria y útil restauración de España y estados de ella, y desempeño universal de estos reinos, convirtiéndose en su arbitrista personal.
Basándose en la teoría cuantitativa del dinero, propio de la escuela de Salamanca de quien era continuista, manifiesta su repulsa ante la pasión del oro y de la plata desatada por sus compatriotas. Señaló que la inflacción provocada por la llegada de metales americanos era la principal causa de los males del reino, ya que el dinero en circulación debía limitarse a la cantidad de transacciones producidas.
Desaprobaba con rotundidad la industria extractora de metales preciosos desde América, no por cuestiones de conciencia moral, sino por ser la causa del desastre económico que había conllevado la acumulación de monedas y metales. Frase suya es “el mucho dinero no sustenta a los Estados, ni está en él su riqueza. En buena política la cantidad de dinero no sube ni baja la riqueza de un reino, y el mucho dinero sube las rentas e impuestos, las mercancías y contratos. La verdadera riqueza no consiste en mucho oro y plata”.
Promueve el trabajo y la industria, ya que estaba convencido de que la riqueza sólo crece “por la natural y artificial industria” y, por tanto, las operaciones especulativas y los privilegios administrativos empobrecían de hecho al reino generando el abandono de los oficios y las actividades productivas. La creencia de que los economistas españoles y portugueses de esta época propusieron conservar los metales preciosos (bullonismo) ha sido pues una opinión sin fundamento.
Al entrar en el siglo XVII, la crisis se agudizaba todavía más y ya era de toda índole: demográfica, económica, financiera y política. Si con el exceso de gasto de Felipe II España suspendió pagos en 1596, con la ostentación y el derroche de la Corte de su hijo, Felipe III, y con la corrupción de su valido, el Duque de Lerma, se acentúa la decadencia.
El economista más importante del pensamiento económico español del siglo XVII posiblemente sea Sancho Moncada. Puede considerarse igualmente ligado a la escuela de Salamanca y fundador de la economía política. En 1619 hizo unos Discursos, precedidos un año antes por una Suma de ocho discursos.
Ahonda en la teoría cuantitativa del dinero y representa el más completo modelo español de Mercantilismo. Señaló las debilidades de la economía española, la penuria hacendística y la invasión de productos extranjeros, y denunció que el reino se había convertido en un deudor de las potencias enemigas. Su solución fue proponer un severo Proteccionsimo de disciplina mercantilista supervisado por la Inquisición. Además había que promocionar la industria como propondrá más tarde Colbert en Francia. Su obra Discursos gozó de gran prestigio en Europa y fue fuente de inspiración de la rama científica de la literatura arbitrista. Fue asumida por los grandes ilustrados del siglo XVIII, siglo en el que se reeditó como Restauración política de España.
Su libro explica como la causa de la decadencia española se debió a la importación de metales preciosos, que hizo elevar los precios de las manufacturas, por lo que de economía de exportación pasamos a economía de importación.
Defendió la nacionalización de la vida económica y política, consideraba que los problemas económicos sólo son eficaces si se ejecutan desde el punto de vista del Estado, pues sólo las economías nacionales son unidades económicas autónomas. Entre sus propuestas a tomar estaban: no sacar materias primas, prohibir la entrada de manufacturas extranjeras, nacionalizar la industria y el comercio, desarraigar el fraude y la ineficacia, reducir las alcabalas a un impuesto único sobre los cereales y que el producto de las rentas no estuviese en manos de prestamistas extranjeros.
Los escritores del siglo XVIII le consideraron padre de los economistas españoles, y José Luis Sureda llegó a decir que se adelantó en 70 años a Leibnitz.
Luis Valle de la Cerda escribió en 1600 Desempeño del patrimonio de Su Majestad y de los reinos, sin daño del Rey y vasallos, y con descanso y alivio de todos, por medio de los Erarios públicos y Montes de Piedad. Su obra fue muy valorada por las Cortes, que apoyaban esa iniciativa, y la reeditaron en 1618. Los Montes de Piedad eran una idea en cierto modo similar a los Depósitos que ya funcionaban, como entidades de crédito de fundación municipal y almacenes de grano que prestaban a los campesinos.
La fundación del primer Monte de Piedad fue realizada en Madrid por el padre Piquer a comienzos del siglo XVIII, y a mediados del siglo XIX fue asociado con la Caja de Ahorros, fundada por el marqués de Pontejos. Estas instituciones financieras ya corresponden a un mundo protocapitalista, en el que también funcionaban otras importantes instituciones, como los Cinco Gremios Mayores o el Banco de San Carlos, precedente del Banco de España.
Los arbitristas siguieron debatiendo la decadencia económica del siglo XVII, en ellos se encuentra un pensamiento económico de carácter científico y muchas veces socialista, que sirvió de inspiración a los ilustrados del siglo XVIII. Otros arbitristas españoles, que fueron escritores de una no menos importante literatura económica, fueron Antonio Serra, Pedro Fernández de Navarrete, Cristóbal Pérez Herrera, Mateo López Bravo, Antonio López de Vega, Miguel Caxa de Leruela, Francisco Martínez de Mata, José Penso de la vega, Narcís feliú de la Penya, Gil de Córdoba, Diego Ramírez, José Pellicer de Osan, Diego de Saavedra Fajardo, Miguel Alvarez Osorio y Redín, Luis Valle de la Cerda, Pedro Hurtado de Alcocer, Mateo Lisón y Biedma, Lope de Deza, Pedro López de Reyno, Melchor de Soria y Vera, Ángel Manrique, Jacinto Alcázar de Arriaza, Damián de Olivares y otros.
Aunque Antonio Serra no es español, sino napolitano, y por tanto súbdito de la misma Monarquía Católica de los Habsburgo, conviene asociar al contexto histórico e intelectual del arbitrismo castellano su obra Breve trattato delle cause che possono far abbondare li regni d’oro e d’argento dove non sono miniere escrita en 1613, que escribió encarcelado atribuyendo la escasez de moneda en el reino de Nápoles a un déficit en la balanza de pagos, término que define con un completo análisis, rechazando la idea de que la escasez monetaria se debiera al tipo de cambio, y proponiendo como solución incentivos a las exportaciones. También parece que formuló un concepto similar a la ley de rendimientos decrecientes para la agricultura.
El militar y canónigo Pedro Fernández de Navarrete se inspiró en Cellorigo y Moncada para escribir en 1626 su Conservación de las monarquías. En ella expuso el tema de la decadencia en términos dramáticos, como una enfermedad gravísima pero no incurable. Es una obra de sesgo mercantilista que preconizaba el control de las importaciones y el fomento de las exportaciones, si bien no cayó en la trampa del bullonismo, porque entendía que la sobreabundancia de dinero es perniciosa si no hay bienes que puedan ser adquiridos. Para solucionarlo propuso el desarrollo de inversiones productivas, el incremento patrimonial y la promoción industrial. Por otra parte criticó el lujo y el desprecio a los oficios industriales y manuales por parte de la nobleza y la hidalguía de la España de su época.
Cristóbal Pérez Herrera, militar, médico y filántropo, es autor del memorial En razón de muchas cosas tocantes al bien, propiedad, riqueza, futilidad de estos reinos y restauración de ellos, donde pretendía el fomento de la laboriosidad, el ahorro, la agricultura, la ganadería y la repoblación, factores que consideraba en crisis.
Mateo López Bravo en su tratado Del rey y de la razón de gobernar de 1616 propuso una política paternalista, que incluya la represión de la mendicidad y el fomento del trabajo como única fuente de riqueza.
Antonio López de Vega consideraba a la guerra como la causa de la decadencia en Heráclito y Demócrito de nuestro.
Miguel Caxa de Leruela publicó en 1631 Discurso sobre la principal causa y reparo de la necesidad común carestía general y despoblación de estos reinos, un estudio centrado en el lamentable estado de la agricultura como una de las principales causas de la despoblación y de la decadencia españolas, que amplió y reelaboró en Restauración de la antigua abundancia de España o Prestantísimo, único y fácil reparo de su carestía general.
Abogado y juez de profesión, defendió la protección de los ganados y la Mesta como rápida solución a la decadencia económica que soportó España en el primer tercio del siglo XVII. Su propuesta fue una nacionalización de los pastos y la concesión a cada campesino de un número suficiente de cabezas de ganado para que pueda mantenerse. Una especie de socialismo agrario fundado en la ganadería y asentado en una clase media de ganaderos, que pasaba de ser trashumante a ser estante. Valoró la importancia histórica de la lana, y sus escritos motivaron la Pragmática de Felipe IV en 1633, que reguló los arrendamientos de tierras, haciendo los contratos irrevocables y hereditarios, prohibiendo que fuesen labradas las tierras y limitando el número de ganados a pacer por hectárea. Criticó también la política exterior con las Indias y el nulo beneficio que había aportado el descubrimiento de América, pues la carestía había despoblado los campos, por lo que propuso la salida de religiosos y eclesiásticos de sus claustros y monasterios, para incorporarlos a los trabajos campesinos.
Más alejado del mundo intelectual de los arbitristas estuvo José Penso de la Vega, judío de origen español que en Ámsterdam reflexionó sobre la naciente Bolsa. Su obra más importantes fue Confusión de confusiones: diálogos curiosos entre un philosopho agudo, un mercader discreto, y un accionista erudito, describiendo el negocio de las acciones, su origen, su ethimología, su realidad, su juego, y su enredo, escrita en 1688.
La conciencia de la decadencia y la necesidad de políticas activas para remediarla estuvieron en la política económica del conde-duque de Olivares basado en reformas monetarias y fiscales, y en la creación de múltiples Juntas. Su fracaso contribuyó más al desprestigio de sus inspiradores teóricos en la mitad del siglo XVII.
En la Cataluña posterior a la revuelta de 1640, el arbitrismo está representado por Narcís Feliú de la Penya, quien escribió Político discurso a S. M. suplicando mande y procure impedir el sobrado trato y uso de algunas ropas extranjeras que acaban el comercio y pierden las artes en Cataluña, en 1681, y Fénix de Cataluña, en 1683.
No sólo plantea reformas para el caso específico del Principado de Cataluña, sino el de todo el Reino de España, en el que aquél se halla económicamente integrado. Fue un proteccionsita, partidario de fomentar la industria local, sobre la base de imitar los géneros extranjeros, y mediante ello restaurar y reavivar el comercio. También cree necesaria la fundación de una compañía privilegiada de comercio monopolístico con América y con base en Cataluña.
El epigonismo arbitrista de los reinados de Felipe IV y Carlos II está representado por Francisco Martínez de Mata quien cierra cronológicamente la serie de arbitristas españoles de este siglo. Mantuvo una postura similar a la de Pedro Fernández Navarrete en una de sus obras, rechaza que la abundancia de oro y plata sea la base de la riqueza de un país, y defiende que toda política de fomento exige el empleo de capitales bancarios, única forma de financiar el establecimiento de nuevas industrias, fomentar la agricultura y la ganadería, regular el comercio exterior y sanear la Hacienda. Se ocupó de la importancia del dinero, y en 1666 escribió Memoriales y Discursos, sobre la situación económica de España y sus posibles remedios.
A mediados del siglo XVII vivó en Andalucía, donde el problema social era angustioso. Por eso, fue recorriendo los pueblos pronunciando discursos en las plazas públicas, y llegó a ser denunciado a la municipalidad de Sevilla en 1660. Fue una especie de agitador social, defensor de un socialismo ingenuo, con alusiones a Tomás Moro y al cuerpo místico de Cristo, por lo que fue partidario de un capitalismo controlado, preocupado por la despoblación y el empeño de la Hacienda. Propuso incrementar la industria y el comercio, por lo que basó también la decadencia española en la importación de manufacturas extranjeras, proponiendo un sistema proteccionista, sin perder la independencia de los distintos sectores económicos.
En el siglo XVIII, tras la llegada de la influencia francesa del colbertismo de Jean Orry o Michel Amelot, la herencia del arbitrismo se trasladó al llamado Proyectismo ilustrado con mayor elevación intelectual, en el que pueden encuadrarse personalidades más cercanas a la fisiocracai de Quesnay, como el marqués de Ensenada con su famoso Catastro, o el liberalismo de Adam Smith, como Campomanes o Jovellanos, o personajes de menor nivbel político, como Eugenio Larruga.
Saliéndose cronológicamente del periodo y adentrándose en el siglo XVIII, Jerónimo de Uztáriz, que puede considerarse un post-mercantilista, que desarrolló los temas colbertistas para la identificación de la riqueza nacional con la balanza comercial excedentaria.
Posteriormente, en el siglo XIX, es innegable la conexión intelectual con el Regeneracionismo. El papel de los arbitristas de los siglos XVI y XVII fue subvalorado por la misma historiografía económica española en sus primeros estudiosos, como es el caso de Manuel Colmeiro.
Hubo que esperar a la llegada de los hispanistas para su reivindicación, especialmente por la obra dee Earl J. Hamilton. Con posterioridad han sido estudiados por muchos otros, tanto extranjeros como españoles, como Pierre Vilar, José Antonio Maravall, Fabián Estapé, etc.