He aquí que el sendero de la vida me llenó de agujeros el alma y el corazón entre los dientes del tiempo y sus lamentos; hasta el sol inmenso del mediodía estaba acostumbrado a darme la espalda cada atardecer mientras las estrellas eran lágrimas vertidas por el insomnio y la desesperanza.
He aquí que la ciénaga de la existencia arrastraba lamentos de otras ruinas acumuladas en cada bolsillo de mi raído chaquetón mientras deambulaba por el tiempo y la nostalgia como un pájaro sin pasado ni existencia liberada, como una antigua alimaña huidiza escondida en la maleza que no tiene ni madriguera propia.
He aquí que el tronco de mis días estaba seco y carcomido por los siglos de golpes en la espalda y en los tuétanos más profundos de mis oquedades, el tronco se había reducido a las arrugas ya vacías de recuerdos y de nombres compartidos entre el miedo y la furia de los vendavales.
Mas he aquí que el sol se me acercó una mañana clara entre las hojas vibrantes de las ramas nuevas más allá de las montañas por donde el aire baila libertad y mece el tiempo en el sosiego y la calma sin miedos ni fronteras; fue entonces cuando los jilgueros se posaron sobre mis hombros con una melodía que sonaba a oboes y cuerdas de Vivaldi; fue entonces cuando los arroyos de tenue recorrido musical entraron entre mis pisadas y florecieron con la PAZ.
Mas he aquí que la vida floreció en ramas de árbol nuevo con senderos de vida y palabras compartidas con las aves, con los animales que saltan, con los que reptan, con la naturaleza entera y con la humanidad de respiración serena en caminos de frutos y de eternidad.
Javier Agra