Revista Cultura y Ocio

Árboles.

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez
Árboles.
Te gustan los árboles -comentas- bajo los artículos del blog que a ellos dedico de forma recurrente. Me gustan sí, lo confieso y lo proclamo.¿Cómo no habrían de gustarme? Hace ya millones de años que mis genes se multiplicaban sobre sus ramas. Les debemos tantas cosas... A su sombra crecí, por su tronco trepé, en su copa me alcé, en su follaje me escondí, su flores recogí, sus frutos robé, de sus ramas caí... En su tronco grabé un corazón asaetado, con su corteza esculpí el barco viajero de mi niñez, con las horquillas de sus ramas construí mi tirachinas, en su tronco viajé por el río, en sus nudos apoyé mi casita de madera... Su umbría agradecí, su frescor celebré, la luvia dorada de sus hojas admiré, sus raíces envidié, su corteza acaricié, su fuerza veneré, su silueta contemplé, sus ramas en danza gocé... Me encandile con sus habitantes: con la ardilla me extasié, con la paloma me sorprendí, con la urraca me asombré, con la humilde hormiga me embobé, con la mariposa me fasciné, con el búho me sobrecogí...
Noble árbol:
Estás en el corcho de mi botella, en el papel en que escribo, la silla donde me siento, el tronco de mi cabaña, la rueda de la carreta,  la horquilla del tirachinas infantil, la astilla de la hoguera, el leño en el fuego, la viga maestra de nuestra casa, el piso cálido donde  poso mis pies desnudos, el bastón de mi vejez, el palillo de mis dientes, la cuchara de mis guisos, la carne de mi lápiz, los muebles de mi casa...
Eres piel de los barcos, esqueleto de las casas, mesa y silla de mis días, escalera de mis anhelos, amarre de mi hamaca, frescor de mis tardes, refugio de alados seres, torre de las hormigas, imperio de la ardilla, reino del  mono, posada de las  aves,  anclaje de la tela de la tejedora araña, galerías de termitas en xilófago festín, cueva de roedores, oficio de carpinteras aves, fábrica de la vida, viva red bajo la tierra, apoyo de mi espalda, hito del camino, pastor del río...
Escucho tu conversación en el fragor del bosque: hablas con rumor de hojas, crujidos de ramas, crepitar en el fuego. Prestas tu auditorio a los pájaros, tu silbato al viento, eres pulmones de guitarra, tráquea de flauta, garganta de violín, tañido de castañuelas, estrépito de carracas, soporte del tambor...
Me has regalado hermosas flores perfumadas, frutos que me alimentan. Me ofreces el observatorio de tu copa en los atardeceres, la danza de tus ramas, la medicina de tus hojas y tu corteza; las proteínas de la seda...
Te llamas encina y eres totem sagrado de los celtas; tejo de fidelidad, de amor, de arcos eficaces; teca de luvia, ébano misterioso, poderoso baobad, , almendro cumplidor, provechoso naranjo, alegre cerezo, robusto alcornoque, membrillo tierno, agitado laurel de Dafne, olmo a las orillas del Duero, roble de Guernica, olivo de aceite,  resistente pino resinoso rey del páramo... Posees fortaleza de roble, vigor de cedro, gentileza de palmera,  cabellera de sauce, perfume de magnolia, generosidad de frutal.
Viejo árbol:
Como una mano hundida en la tierra, agarrando su esencia mineral, elevas tu brazo vegetal hacia el cielo donde tus venas verdes se dividen en mil bifurcaciones vegetales.  Antes de que seas sin juzgar decapitado por el hacha del leñador  y lágrimas de ámbar broten de tu tronco cercenado exhalando un poderoso olor a trementina que inunde el aire; antes de que te conviertan en serrín, virutas, astillas y troncos inertes; antes de que tu cuerpo -corazón de fuego- inflame tu alma ardiente en una chimenea; antes de que te reencarnes quizás en carbón lejano; antes de que el afán desforestador acabe contigo en la orilla de un bosque, antes de morir de pie y muerto caer al suelo y yacer y volver a ser suelo y subir de nuevo al cielo; permite que, mi cuerpo muerto acuesten en la tierra a tu lado y hunde tus raíces en mi carne, quiero que operes en mí la alquimia de la vida eterna.

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