La contienda especialmente dura, la subsistencia, más aun. Un espacio hostil, donde ni el tiempo, ni la costumbre consiguieron aminorar el enorme desafío. Me mantuve firme y la esperanza nunca me abandonó del todo, por mucho que hubo momentos en que creí que no conseguiría salir con vida. Todos a mí alrededor parecían enemigos, la desconfianza fue ganando terreno a medida que el desaliento se apoderaba de mi ánimo. Aun así mi fortaleza me obligó a estar siempre vigilante y alerta, creo que es lo que me salvó finalmente.
Una hora más. El despertador sonará como siempre a las ocho, no he querido romper la rutina de mi pequeño Jimmy, un muchachote de casi siete años. Ya le daré explicaciones en su momento. Su padre se había marchado dos horas antes a trabajar. Una noche eterna. Estaba todo recogido en el desván –él nunca subía hasta allí-. Me había costado años reunir las suficientes fuerzas y ya no cabían en mi maleta ni una duda, ni un reproche, ni una excusa más. Sólo una nota en su mesilla y un adiós. Para él! No sé! Tampoco me importaba. Para mi hijo y para mí, la esperada libertad.©Samarcanda Cuentos-Ángeles