Historiador y especialista en la obra y legado de Gandhi
Conocí personalmente Arcadi Oliveres en Mumbai en 2004, durante el W.S.F. (Foro Social Mundial). Fue mi primera estancia en India, aprovechando que algunos de los temas planteados durante las sesiones del Foro estaban relacionados con la vida y el legado de Mahatma Gandhi. También era una oportunidad de conocer un país por el cual me siento atraído desde hace años y de asistir a reuniones y conferencias dedicadas a una de las personalidades que me han interesado y me interesan más, y a la cual he dedicado —y dedico todavía— mi estudio.
Allí encontré a Arcadi, acompañado de otros miembros de Justícia i Pau, una entidad que él presidía, en medio de un ambiente de cierta euforia colectiva, que era la que se vivía en aquellos años en los movimientos altermundialistas. Años de afanes para buscar alternativas de alcance mundial en un mundo cada vez más en crisis. Fue mi primer contacto directo con su afabilidad.
Después de esto fuimos coincidiendo en determinadas ocasiones, muchas menos de las que me habría gustado. Entre otras muchas afinidades, teníamos en común el interés por Gandhi. Arcadi era un pacifista convencido. Según ha explicado en su última entrevista, había heredado esta convicción profunda de su entorno familiar, especialmente de su padre, y también de Lluís Maria Xirinachs, que fue profesor suyo. Se implicó bien pronto en los movimientos de protesta contra el franquismo, participando en la fundación del SDEUB (el Sindicat Democràtic de la Universitat de Barcelona). Su conciencia, de raíz cristiana progresista, lo llevó a rechazar claramente el militarismo, una actitud que ha mantenido hasta el final de su vida.
Pero su pacifismo —y en esto hay algún punto de comparación con Gandhi—tenía también una base profundamente social. A menudo afirmaba que no puede haber paz sin justicia, si hay explotación. Una de las entidades que presidió, como he dicho, fue Justícia i Pau, que combina estos dos aspectos. Su crítica radical del capitalismo lo llevó a estudiar el entramado del poder económico y las complicidades que existen dentro de las instituciones y entre sus cargos dirigentes. Era un placer, aparte de muy instructivo, oírle explicar, sin renunciar a cierta ironía, las conexiones entre los poderes económicos y las instituciones políticas, tanto a nivel del Estado español, como de Europa y el mundo. Y lo hacía de una manera didáctica, abierta y amena, cautivando como pocos lo sabían hacer. Por eso era tan solicitado en los institutos y centros de enseñanza: por esta combinación de rigor, información y didáctica.
Arcadi Oliveres ha sido una persona comprometida con todas las causas que ha considerado justas. Uno de los momentos en los que su actividad transcendió más fue durante el 15-M y el movimiento de los indignados, en 2011. Hablando en las plazas, en los institutos, a las entidades vecinales, y de todo tipo. Desarrolló una actividad frenética, propugnando siempre la importancia de la no violencia, de la cual era un convencido defensor.
Su figura, de apariencia física frágil pero de una gran firmeza ética, se hizo familiar para miles de personas. Dos años más tarde fue el principal impulsor, junto con la monja benedictina Teresa Forcades, de la entidad Procés Constituent, que pretendía vincular la defensa de los derechos y la justicia social con el derecho a la autodeterminación de Catalunya, en la mejor tradición de los movimientos y teorías que han sido conscientes que derechos sociales y derechos democráticos no pueden ir separados.
Arcadi se había declarado independentista, pero su independentismo no era del tipo del nacionalismo conservador que se proyecta a menudo con un lenguaje agresivo en relación a otros pueblos, sino que buscaba la libre fraternidad entre todas las comunidades y países, en cualquier contexto. Y para él, ninguna liberación nacional se podía llevar a cabo al margen de la justicia social, o posponiéndola.
Hay otras muchas causas que Arcadi abrazó e ideas que defendió. Por supuesto, la defensa de los derechos humanos en general, pero también la necesidad de avanzar hacia una sociedad sensible con el medio ambiente y la ecología, y que abandone el despilfarro. En definitiva, que aborde los retos ecológicos y climáticos que tenemos planteados. Por eso había asumido y defendía, también, las teorías sobre el decrecimiento económico, junto a una redistribución de la riqueza que cubra las necesidades básicas de toda la gente. Y se podrían destacar todavía muchas más.
A diferencia otras personas públicas vinculadas a todos estos movimientos sociales, Arcadi no tenía ambiciones políticas. De hecho, parecía interesarle bien poco la política partidista y, mucho menos todavía, la burocracia de los aparatos. Recuerdo, de primera mano, el descanso que indisimuladamente experimentó cuando en una asamblea de Procés Constituent se decidió no formar parte de una candidatura para las elecciones al Parlament del año 2015, dentro de una coalición para la cual él estaba propuesto para encabezar la lista.
Confesó que había pasado algunas noches sin dormir ante esta expectativa que, por otro lado, hubiera asumido sin duda por razones de responsabilidad, pero que no perseguía. Él prefería la libertad de aquel que se encuentra comprometido en la difusión de la defensa de la justicia social y los derechos y deberes fundamentales más que en vida política partidaria, a menudo tan decepcionante. Seguramente por eso todas las fuerzas sociales y políticas con vocación transformadora, lo tenían como un referente a quién acudir y pedir colaboración, lejos del sectarismo y con una gran autoridad moral.
Su carácter bondadoso y sencillo hacía que no buscara el protagonismo; no tenía ningún afán en este sentido, no cabe duda. Esto no quiere decir que no estuviera satisfecho y, quizás contento, de verse tan valorado y querido. Los seres humanos necesitamos y nos gusta ser reconocidos y valorados. Negarlo seria incurrir en una falsa humildad. Pero una cosa es este sentimiento legítimo y otra es la desmesura o la obsesión por estar en primera página. Si se me permite el lenguaje sencillo, Arcadi no hubiera dado nunca codazos ni "conspirado" para lograr protagonismo. Tampoco lo necesitaba. Es lo que tiene poder sentirse querido y valorado de manera espontánea. He tenido la suerte de conocer y compartir experiencias con algunas personas con este talante, desgraciadamente, muy pocas.
Todo el mundo hablará de Arcadi como de un referente que echaremos de menos, y es muy cierto. Vivimos tiempos convulsos, inciertos y de cierta pobreza moral y ética. En momentos así se hacen más necesarias que nunca las personas como él. En periodos de desconcierto aparecen liderazgos demagógicos y poco honestos en todas partes; en unos casos declaradamente deshumanizadores y de ideologías totalitarias y xenófobas, predicadoras del odio. En otros, pseudo-liderazgos caracterizados por la mediocridad y el tacticismo, para arañar algunos apoyos y votos que les lleven a esferas de poder o de influencia. Y en estas situaciones, el papel de los testimonios rigurosos en favor de la justicia social, la libertad y la paz, así como de activistas cargados de humanidad y liberados de sectarismos, se vuelve indispensable para buscar las salidas que nos hagan avanzar como humanidad.
Arcadi Oliveres destacaba entre estos. Por eso lo encontraremos tanto a faltar.