No soy un acendrado defensor de la democracia directa. Nunca lo he ocultado y no voy a fingir ahora, en aras de lo políticamente correcto, lo que no siento por ella. Y si un paradigma de esa democracia directa es lo que se cuece a través de internet y las redes sociales, de las que soy asiduo partícipe, basta asomarse a las mismas para echarse a temblar ante la demagogia y el populismo rampante que las invade. Cuestión distinta es, pienso yo, lo que algunos denominan democracia participativa, es decir abierta a los ciudadanos, transparente en su funcionamiento, deliberativa, pero sin sustituir, ni pretender hacerlo, la democracia representativa. La única posible, a mi juicio, en sociedas complejas como las actuales. Sobre las carencias manifiestas de las democracias representativas y el papel dinamizador que ha insuflado a las mismas y a la política los movimientos sociales como el 15-M, el de los indignados, o las redes sociales a través de internet, va el artículo del profesor Ramón Máiz, catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Santiago de Compostela, titulado "El ruido y la furia. El movimiento de los indignados y la teoría de la democracia", publicado en el blog "Vitrinas", de "Revista de Libros", en su número de junio/julio de este año, comentando el libro del también profesor de la Universidad de Barcelona y economista, Félix Ovejero Lucas, titulado "¿Idiotas o ciudadanos? El 15-M y la teoría de la democracia" (Montesinos, Mataró, 2013). Ya he escrito en otras ocasiones sobre la democracia participativa, y en concreto, sobre la posición que al respecto mantuvo toda su vida mi admirada Hannah Arendt: "La democracia participativa en Hannah Arendt" (entrada del 26 de septiembre de 2011), muy crítica con la democracia liberal clásica, y para la cual las instituciones de las democracias representativas se conciben como foros para la deliberación en los que se reconocen, filtran y depuran los puntos de vista que los ciudadanos han podido conformar, a través de diversas esferas de participación institucionales y no institucionales. ¿Cómo las redes sociales e Internet que ella no conoció?, me preguntaba...Hannah Arendt, se dice en ella, no defiende un modelo de democracia directa nostálgico, adecuado para pequeñas comunidades cerradas en las que es posible la participación directa de todos los ciudadanos, pero que resulta inadecuado dado el tamaño y su carácter diverso en las sociedades actuales. Por el contrario, añadía, su preocupación fundamental radica en pensar una política que pueda reconocer y darle voz a la pluralidad de puntos de vista públicos que, más allá de los intereses individuales y de las diferencias idiosincrásicas, emergen en las democracias contemporáneas, defendiendo por ello una forma de participación ciudadana más deliberante y efectiva que la que se impone desde el modelo clásico de democracia liberal.
Esa participación activa de los ciudadanos en espacios públicos diversos, como los movimientos sociales tenía para Arendt, un rol transformativo, que le llevaba a cuestionar los valores, las formas de preguntar e interpretar los asuntos públicos que se han establecido como más razonables o aceptables, al mostrar nuevos aspectos u otras experiencias que pueden resultar relevantes para discutir sobre tales asuntos. Esto significa que la participación pública no sólo puede posibilitar que voces minoritarias logren influir sobre las mayoritarias, sino que puede permitir renovar los procedimientos y marcos desde los cuales se enfocan las cuestiones públicas mismas. Pero Arendt, decía en la entrada citada, no sólo insiste en una participación activa de los ciudadanos en espacios no estatales, sino que considera que el Estado, y en especial el sistema representativo, debe darles voz a esos espacios y estar abierto a las formas de participación deliberativa. En efecto, a su modo de ver, si el gobierno representativo se encuentra hoy en crisis, es en parte porque ha perdido, en el curso del tiempo, todas las instituciones que permitían la participación efectiva de los ciudadanos y en parte por el hecho de verse afectado por la enfermedad que sufre el sistema de partidos: la burocratización y la tendencia de los mismos a representar únicamente a su propia maquinaria. Les recomiendo encarecidamente su lectura, seguro de que les resultará sugerente.
Curiosamente, Hannah Arendt nunca escribió tratado u obra alguna sobre la democracia. Lo hizo, con rotundidad, sobre la política, la revolución, los totalitarismos de izquierda y derecha, pero no sobre la democracia. Con seguridad, porque no concebía otra forma de participación y organización política mejor ni más idónea. En eso, coincidimos una vez más.
Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt