Revista Cultura y Ocio
Tengo una peculiar manera de acercarme a la compra y lectura de un libro del que desconozca casi todo, con la que no me ha ido nada mal hasta ahora. Desde luego la primera impresión cuenta, y es que los libros, como las personas, entran por los ojos: el libro en sí, independientemente de su contenido, tiene que resultar atractivo. Por su formato, encuadernación, composición de la portada, título... Espero que no se me tache de pueril; se que lo importante está dentro, pero ya llegaremos a ello. Ahora hablo del placer estético, físico, casi -o sin casi- sensual, que supone coger un libro en las manos. Los que leen todo en una pantalla de ordenador no saben lo que se pierden. No suelo comprar libros ni novelas de los que no se nada previo: autor, contenido, temática, etc., etc., así que gracias a la contraportada, me hago una idea más sobre el "de qué va" y la vida y obra de su autor. Y luego el índice: da igual que esté al principio o al final del libro. Cumplidos los trámites anteriores, que pueden llevar desde unos cuantos segundos a cuatro o cinco minutos, comienzo a leerlo. Siempre y de corrido, las dos o tres primeras páginas. Si se despierta en mi un interés manifiesto, muy manifiesto..., por él, lo más probable es que el libro en cuestión acabe en la cesta. Nota al pie: Antes era un lector y comprador compulsivo de libros. Muchos por motivos académicos, y muchos más, por el mero placer de saberme poseedor de ellos. Ahora ya he aquilatado lo suficiente mi gusto estético como para saber que eso es una gilipollez, que los "super-ventas" de las grandes superficies comerciales suelen ser una pifia, y que los grandes premios (a lo "Planeta") están concedidos de antemano en función de intereses editoriales, normalmente extra-literarios. Y por supuesto, que uno no puede "comprar" todo lo que se le pone delante, porque tampoco voy a tener tiempo para leerlo. Ya estamos con el libro en casa. Mejor por la tarde (aunque cualquier hora es buena, si las circunstancias son propicias), sentado cómodamente, sin ruidos que distraigan, aunque una agradable música a volumen adecuado ayuda bastante a disfrutar de su lectura. Es hora de comenzar. Releo esas primeras páginas que comenté. Si persiste el agrado, digamos que en las veinte primeras páginas, sigo con su lectura; si encuentro "algo" que me provoca rechazo, ojeo al azar algunas páginas centrales; si persiste el desagrado, me voy al final... Y ahí, se acabó la historia. Lo aparco hasta mejor ocasión; probablemente no llegue nunca a terminarlo... Hace unos días terminé de leer el libro que da título a este comentario: "Sauce ciego, mujer dormida", editado por Tusquets (Barcelona, 2008). Es un libro de cuentos del escritor japonés y profesor en Estados Unidos, Haruki Murakami, regalo de mi hija Ruth por mi cumpleaños, que es una lectora compulsiva e inteligente, de sesenta o setenta libros anuales. Yo no soy lector asiduo de cuentos; los últimos leídos, creo recordar, "El Aleph", del argentino Jorge Luis Borges y "La mesa limón", del británico Julián Barnes, ambos excelentes. Me costó entrar en la lectura de Murakami, por su estilo literario, extraño para un occidental, por su forma de narrar, y por la temática de sus historias. La oriental es una literatura extraña para mi; que yo recuerde, salvo el "Libro Rojo" (lectura pecaminosa de juventud) de Mao (si a eso se le puede llamar literatura), todo lo demás es "terra incognita". A pesar de ello, conforme avanzaba en la lectura de los cuentos de Murakami, comencé a "cogerle el tranquillo"... Las diversas historias que conforman el libro van resultando cada vez más interesantes: es posible que su ordenación no sea fruto de una decisión del autor sino del editor; no lo sé, pero la sensación de placer se intensificaba conforme avanzaba en su lectura. Hacia el final del libro, los dos mejores relatos a mi juicio: "Hanalei Bay", sobre una madre que viaja a Hawaii a recoger los restos de su hijo muerto por un tiburón mientras hacía surfing, y "El mono de Shinagawa", sobre una joven que es incapaz de recordar su nombre, en una historia que podemos calificar de "realismo mágico", o ensoñador, de sorprendente y emocionante conclusión. Y lo que no han conseguido editoriales, promociones, universidades y críticos, lo han conseguido los alumnos de bachillerato de un Instituto de Santiago de Compostela, en Galicia. Traer a Murakami a España. Lo pueden leer en el reportaje que en El País escribe el periodista Jesús Ruiz Mantilla. Se los recomiendo: el reportaje y el libro. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt