No pretendo obtener una respuesta o alguna acción en particular, simplemente es el único modo que encuentro para desahogar esta agonía que me aturde. Esa que comenzó un día cuando la mirada de alguien me distrajo para mirarlo. Nunca antes lo había visto, el miedo me venció, y fingí ignorarlo.
Pasaron los días y lo creí olvidado, pero luego surgió esa sonrisa. Yo no la busqué, ni me propuse hablarle, solo coincidimos en el lugar de las cuentas, siendo la botella de agua la única culpable.
Después escuché su nombre, y sin proponérmelo memorizarlo se quedó pegado a mi memoria. Ya no logré ser indiferente a ese ser de cálida mirada. E irónicamente cada semana en vez de buscarle me alejaba.
A cada sábado pensé que tendría fuerzas para preguntarle su edad, decirle la mía o tal vez iniciar una conversación cualquiera. Más nunca fue posible, y sólo logré que una obsesión iniciara.
Así, cuando lo observaba sentí que ya lo conocía, que nada malo podía pasar si llegaba franca a decirle mi verdad. Esa idea me llevó intentar hablarle de nuevo. Me obligué a llegar hasta esa entrada.
Pero al verlo me dominó otra vez la angustia. Tomando como refugio aquel rincón bajo el reloj, lejos de toda presencia. Más él llegó, y sin entender su comportamiento, permaneció frente a mí, sin decir nada, ni verme.
Estuvo tan cerca y lo agradecí, mas no tuve valor e inmóvil no logré nada. Por eso ahora lo hago, para liberarme de este silencio, que no deseo perpetuo. En un arranque desesperado por liberarme de algo que siento incontrolable.
Algo que ha salido de su cauce y me ha llevado a creer que he perdido la cordura. Sensación de inestabilidad que a pesar de mi entendimiento, ya se ha desbordado la emoción sobre esa delgada figura.
Más sé que no tengo derecho ni oportunidad. Sé del abismo de edad que nos separara. Por eso prefiero ni siquiera intentar, nada. Solo imaginar que camino junto a él, mi eterno ajeno, arco iris de oro.