Arden las redes. Esta afirmación, que está a la orden del día, des-ordena la vida de cualquiera que se vea afectado por la pasional (irracional) y desmesurada reacción de quien se erige en magnánimo defensor de una causa justa y que, sin embargo, no deja de ser totalmente in-justo y poco tolerante en su respuesta pública. Y es que el linchamiento digital, las peticiones de boicot y las recogidas de firmas se han convertido en una forma de control y censura que hacen tambalear los cimientos de la libertad de expresión, que ya no necesita de un estado represor -ni de unas leyes escritas- para imponer sus normas. Estamos ante un verdadero combate pugilístico: la censura de siempre vs la censura de hoy. Y no se confundan señores, el combate no es dictadura vs democracia, no es tan simple.
Existe la censura (de un estado represor, de una institución, de una empresa o vaya usted a saber, pero siempre desde un aparato vertical), la autocensura (a la que nos sometemos por convencionalismos y educación) y la postcensura (la que ejercen los demás sobre nosotros en la sociedad de mutua vigilancia bajo el poder absoluto del Gran Hermano y desde una supuesta horizontalidad).
Publicamos a diario, casi constantemente hacemos saber a los demás lo que estamos haciendo, lo que vemos, lo que pensamos… Evidentemente, proyectamos una imagen pública en nuestros perfiles que puede hacernos bien o mal, y no siempre va a depender de nosotros que el resultado de nuestra publicaciones nos beneficie. A veces, sin quererlo, nos vemos envueltos en una maraña de descalificaciones y malentendidos de la que es muy difícil deshacerse sin salir escaldado. En ocasiones, es el resultado inesperado del no sometimiento a lo “políticamente correcto”. Otras, el resultado de una broma malentendida que si hubiera quedado en el ámbito privado no habría tenido mayor trascendencia, pero que ¡oh, contemporaneidad! ha llegado a la arena pública (digital) donde todo puede ser objeto de análisis hasta el retorcimiento más absoluto y con una viralidad inimaginable en otros tiempos.
¡Hundamos la vida a un perfecto desconocido! Así se titula uno de los capítulos de este libro de Juan Soto Ivars que tan bien perfila lo que más me duele de estos “nuevos medios” que ya no son tan nuevos. Casos tan públicos y notorios como los de María Frisa, Nacho Vigalondo, Vicent Belenguer, Hernán Migoya, entre algunos otros, se desgranan en estas páginas que, como mínimo, nos hacen reflexionar y, en mi caso, temblar de dolor ante la incontinencia agresiva de algunos que no sopesan las consecuencias de sus actos y que, buscando justicia, se convierten en verdugos.
“Arden las redes. La poscensura y el nuevo mundo virtual”, el libro al que hace referencia mi post de hoy, me tuvo en vilo estas navidades dilucidando sobre si seguir o no participando en y de las redes sociales, y sobre cuál ha sido mi papel en ellas (ya saben, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra).
JUAN SOTO IVARS
Columnista de El Confidencial, además de autor de varias novelas, entre ellas “Ajedrez para un detective novato” (Premio Ateneo Joven de Sevilla 2013) y “Siberia” (Premio Tormenta al mejor autor revelación 2012), así como del ensayo “Un abuelo rojo y otro abuelo facha” (2016). Ha publicado reportajes y artículos en numerosos medios, entre ellos El Mundo, El País o Vice.
ARDEN LAS REDES. LA POSCENSURA Y EL NUEVO MUNDO VIRTUAL
Editorial Debate. 2017.