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De un tiempo a esta parte le he cogido gusto a subrayar, o incluso a comentar, los libros a medida que los leo. Así, puedo ahora localizar fácilmente alguno de los puntos que me llamaron más la atención, los que mejor definen la obra, y compartirlos aquí; seguro, eso sí, de no estar "espoileando" a nadie.Sobre la opinión que la práctica de la milicia le merece a Antonio Muñoz Molina, por ejemplo, podemos encontrar "... otro rasgo del miedo militar, el miedo a ser el único en algo, a encontrarme solo entre los otros, que no tendrían la menor compasión hacia mí, porque en el Ejército una de las primeras cosas que uno perdía era la piedad" o "El punto máximo de aquella retórica era la eliminación de toda palabra articulada: se propendía, en las arengas, al grito afónico, y en las órdenes, al ladrido y la onomatopeya".Quizá era su condición de intelectual, ya por entoces de izquierdas, la que le predisponía a sentirse a disgusto inserto en ese mundo castrense, y a buscar los momentos de soledad, como oxígeno necesario para no desfallecer ("Bastaba el olor, el roce civilizado del papel, la quietud de aquel lugar en el que no había casi nadie"); si bien reconoce que la mili le ayudó a salir de la pecera universitaria en la que hasta entonces se había movido: "Seis años en la universidad, dedicados a leer libros y a ver películas en cineclubes universitarios y a discutir sobre libros, películas y política con personas que hacían más o menos lo mismo que yo me habían influido mucho más de lo que yo estaba dispuesto a reconocer, segregándome de la vida común, o haciéndome creer que esa vida era la de los universitarios y los aspirantes a intelectuales de izquierdas con los que yo trataba".Pero sin duda, las meditaciones más provechosas -desde el punto de vista histórico- son aquellas que se refieren directamente a la época, al ambiente quizá algo enrarecido de aquella España que se adentraba en los ochenta. Os dejo ejemplos: "...el aire rancio de las dependencias militares que la Constitución de 1978 ni siquiera había empezado a ventilar, igual que nadie había cambiado aún los escudos de las banderas, que seguían luciendo el águila negra del franquismo, ni descolgado los retratos de Franco"."Todo podía quebrarse, lo mismo mi destino de oficinista que la democracia española".Y al igual que se ha considerado que el siglo XX realmente comienza en 1914 con la gran guerra industrial, él considera superados nuestros setenta tras el golpe de Tejero: "Los ochenta sólo comenzaron cuando dejamos de ser rehenes de los golpistas y de los terroristas y cuando los héroes de la década anterior [entiendo que se refiere a las grandes personalidades de la izquierda] empezaron a perder sus resplandores heroicos como trámite previo a la pérdida de la vergüenza". Y es que cierta izquierda no escapa a su crítica, y en alguna ocasión nos dice Molina que le sabía mal su propia moderación, su posicionamiento quizá pequeñoburgués: "Pero mi amigo Pepe no era entonces el único que cerraba los ojos: casi nadie en la izquierda sabía o intentaba saber, y los intelectuales más viajados y agasajados volvían de la Unión Soviética o de Cuba o de la Rumanía de Ceaucescu sin contar nada, sin haberse enterado en apariencia de nada".
En fin, una lectura recomendable para cualquiera, y más aún para aquellos que quieran bucear en el estado de ánimo de aquel período, nexo entre dos décadas, lleno de pintadas abertzales y cargas de antidisturbios, cargos militares asesinados a tiros en plena calle, de grupos de matones fascistas encapuchados y de jóvenes comunistas admiradores de Stalin; o para aquellos que quieran recordar en cierta medida su propia mili comparándola con la del relato de Muñoz Molina; o para aquellos, por último, que nunca la hicimos y queramos saber de qué manera se disfrutaba y se sufría, en espera de la anhelada "blanca".
Saludos