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Argentitanic

Publicado el 23 mayo 2013 por Plple @PLPLE

Argentitanic

Mientras la fría y dura realidad golpea sin piedad al navío y le hace una sonrisa de lado a lado al blindaje del modelo kirchnerista, cosas curiosas e impensadas suceden a bordo del barco en el que estamos todos los argentinos, sin importar la clase en la que se tenga pasaje. La ilógica del pánico se apodera de toda la cubierta, y tanto los pasajeros como el personal oficial del Argentitanic, actúan de formas misteriosas.

La capitana del barco le ordena a la orquesta que siga tocando, y cuando los gritos superen la armoniosa música, que suban el volumen de cada uno de los instrumentos. A la vez que asegura que el estruendo y la pérdida de flotación es síntoma del éxito en la navegación, avisa que no hay necesidad de salvavidas o botes, mientras coloca sillas frente a la orquesta y acomoda a todas las clases (las más pudientes delante) empujándolas de los hombros hacia abajo. Las mujeres y los niños, primeros para el show.

Así, la orquesta se prepara, y los músicos dan lo mejor de sí leyendo las partituras que la misma capitana les ha entregado. La apertura está a cargo de los tambores revisionistas, que se encargan de reescribir la historia, recordándonos que los golpes son malos hoy, pero que eran loables antes, cuando se mataban inocentes con bombas y metralletas. Y que no importa cómo esté el barco hoy, porque nunca se puede estar peor que con el modelo de barco de los 70´s, en donde los monos corrían sin control por todo el navío, aunque siguiese a flote. Los redobles ascendentes también avisan que si no se quiere al Argentitanic, automáticamente instauramos otra época de peludos primates y nos convertimos en dispositivos de hundimiento. Nunca menos.

Cesan los tambores, y comienza el cálido oboe del amor, que nos ilumina sobre el por qué nuestra capitana es lo mejor que pudo haberle pasado a un barco, nos instruye a seguir el camino de congelamientos amorosos de una pareja de pinguinos (animales diferentes a los de los 70´s, pero animales al fin), y nos aclara que sus pichones nos aman también, aunque sigan en la etapa de (hacer) huevo. Las dulces notas sugieren un lazo afectivo con el barco si uno se suma a alguno de los camarotes especiales dedicados a los kumpas (clase especial en la que sólo se reciben beneficios), y que tomar otros camarotes que ya estén habitados por otros pasajeros, es síntoma de patriotismo mercantil. Allí se suma el triángulo recuerdamemoria, para tintinear a cada segundo la unísona nota del “todo está bien”.

Cuando el barco pierde flotación de forma notable, la capitana ordena con un gesto oculto que el resto de los instrumentos aceleren la pieza. Entra de improviso el primer violín propagandístico, que con una mezcla de notas suaves y fuertes (según las órdenes en tiempo real) nos siguen mostrando fotos de un navío entero, potente, e imposible de hundir porque está condenado al éxito; a la vez que nos muestran los peligros que sufre la embarcación, que no son los glaciares, ni las tormentas, ni los corales, sino peces ancianos que desean navegación pacífica, pasajeros que piden clemencia ante el robo y asesinato de mano de otros pasajeros (muchos de la clase kumpa), y navegantes en general que pidan mejoras en el trazado del itinerario. El bongó del entretenimiento hace su aparición, y nos hace olvidar de todo a base de notas futboleras, de rítmicos actos y ferias del personal de la embarcación, y de amagues de rumbo hacia las siempre utilizables Islas Malvinas.

Entra en escena el segundo violín económico, que nos sigue diciendo que todo va viento en popa, aunque las copas y las comidas vayan saliendo más caro en cada milla náutica ganada, y pese a que los mismos empleados del barco nos metan las manos en los bolsillos para decirnos cuánto es lo necesario y cuánto es redistribuíble a bóvedas en bolsas de consorcio. Allí se suma el tercer violín sindicalista, que nos apesumbra con el pecado del trabajo sin repartir a los más necesitados (que no son los polizontes, sino los kumpas), y que obliga a algunos oyentes a aplaudir cada simple nota que salga de sus cuerdas, so pena de ser arrojados por estribor a los mares de la indigencia de no cumplir con esa curiosa loa.

Irrumpe entonces el piano democrático, que nos recuerda que los pasajeros sólo podemos presentar un candidato a capitán al final del trayecto, y no podemos decir nada en medio de la travesía porque sería un motín. Por algo sacaron el violín de la libertad de expresión. Sus acordes también nos explican que la capitana tiene derecho a serlo aunque tire a todo el pasaje por estribor y tome el Argentitanic para sí, que las mayorías hacen lo que quieren, y que los timbales de los derechos humanos y los platillos de la justicia sólo aplican para ellos. Si por los griteríos el piano no llegase a escucharse, deben reforzar el movimiento la trompeta del apocalipsis, que nos dirá que si no se oye sobreviene un hundimiento instantáneo, y las cornetaSS, que se encargarán de formar grupos de kumpas que aplaquen a los que no quieran oír cualquiera de las melodías.

Los pies de los pasajeros comienzan a mojarse. Muchos siguen sentados escuchando la atrapante música; otros se aferran al barco apretujando los ojos sin querer ver lo que hay y lo que se viene, como si así pudiesen evadir la palpable realidad; otros chillan al borde de las barandas o sopapeando oyentes, pero sin poder cambiar ni el rumbo ni el destino del barco, ni el éxtasis de los hipnotizados por los cacofónicos sonidos orquestales. Allí es cuando la capitana hace sonar al unísono a todos los instrumentos a su máximo volumen, aunque de alguna forma parecen sonar por encima el violín económico, y sin darnos cuenta aumenta la velocidad de acopio de pertenencias de otros para los músicos y el capitán mismo.

Algunos gritan “¡a los botes!”, pero la realidad es que quedan muy pocos (los otros nunca estuvieron o fueron vendidos), y todos ellos custodiados por kumpas, que ya los han llenado con las posesiones de todos los otros pasajeros, hasta aquellos que han tirado hacia los mares de la indigencia y que fueron borrados de toda bitácora estadística. Allí entra la misma capitana con su voz de la verdad, que acompañada por los otros instrumentos, nos dice que los icebergs son una sensación, que el agua es un avance de su conducción que permitió tener hache-dos-cero donde nunca antes la hubo, y que ni siquiera es de noche, pero lo parece porque algún pasajero debe estar oyendo el clarín de la mentira en alguna radio que gracias a ELLA poseemos. Y si alguno osa levantarse de su asiento, meterá de mala gana una mano en uno de sus abultados bolsillos, y tirará alguna migaja a los oyentes para que sigan creyendo el relato de su fantástica letra.

El agua llega a las rodillas de todos los habitantes del Argentitanic, y la capitana le ofrece el timón del navío a alguno de sus grumetes (con la promesa de seguir mandando dotaciones con patrimonios ajenos), mientras sale a abordar alguno de los botes de lujo con todo el cargamento ya lavado por las aguas del mar. Hay lugar para todos los músicos, y aunque algunos no llegarán y serán tomados de los tobillos por los enojados o anonadados pasajeros, obligados a hundirse con ellos, la realidad es que casi todos saldrán ilesos, para poder tocar los mismos (u otros) instumentos en otro navío conducido por esa gran capitana (o por algún otro).

Si el nuevo grumete-capitán tiene visión de futuro, entregará el timón al turista más quejoso cuando el agua le llegue al pecho, y podrá retirarse en un bote más chico, gritanto ya desde el agua que el Argentitanic se hunde porque ni su capitana ni él están en el barco. Los pasajeros, mientras tanto, quedarán más mojados, más pobres, con menos futuro, todos pisoteados, y ya sin música, con la dura y triste realidad intapable. Realidad que también será olvidada al segundo siguiente, haciendo que se vuelva a pedir por que la capitana retorne al barco y así pueda, a través de su comando y su música, devolverle el fantasioso flote al ya insalvable navío.

Argentitanic. Lo que no hunde Dios, lo hunde una capitana y TODOS sus pasajeros.

PLPLE


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