Revista Cine
"¿Se puede aprender a dirigir en un día?" Esa pregunta es lanzada por el personaje de Ben Affleck en Argo, su tercer trabajo como director, cuando hablando con el personaje de John Goodman deciden hacerse pasar por un equipo de rodaje de una película para rescatar a seis diplomáticos estadounidenses secuestrados en la embajada de Estados Unidos de Therán en 1980. El segundo le responde "hasta un mono puede hacerlo". Ben Affleck no lo es, pero sí que siempre se ha ganado, por justicia, una mala fama de mal actor, pese a tener una Copa Volpi del Festival de Venecia por la correcta Hollywoodland. De hecho, como director es un valor muy a tener en cuenta y, sino lo creen, atención a este excelente thriller político.
En 2007, sorprendió a medio mundo con Adiós pequeña adiós, una vibrante historia en los bajos fondos de Boston y, en 2010, un correcto drama criminal con The town. Ambas cintas escenificaron un nuevo talento en el cine americano: Ben Affleck. Argo, lo consagra. Su pulso narrativo a lo largo de las dos horas de su nuevo trabajo es absolutamente impecable, construye una epopeya personal con tensión milimétrica (pese a que se pudiera saber el final de antemano) y no rehuye de la carga crítica para nada. Pone el dedo en la llaga en los responsables administrativos de ese secuestro desproporcionado. Y desaprueba a la CIA a la que deja bien retratada, con ese final al estilo Indiana Jones en busca del arca perdida.
De forma sorprendente, algunos sectores acusan la película de patriotismo y americanismo (que siempre tiene una connotación peyorativa mayor). Es cierto que en su tramo final tiene algunos ramalazos de ello, pero con una historia de estas características es tarea casi imposible no hacerlo. Y no se excede, eso es lo más satisfactorio de Argo, su temperamento y sobriedad. Y no se debe confundir con falta de concreción o decisión, pues Ben Affleck incide en los asuntos más espinosos. Hasta es capaz de satirizar a Hollywood, la industria que le ha subvencionado este film y que, quizás, en febrero le otorgue sus codiciados premios.
Esta crítica (no solo cinematográfica, también política y social) o el chiste autoparódico del inicio del artículo son claras muestras de lo ingenioso del guión. Un libreto que combina a la perfección el suspense y la tensión con ápices de alta comedia política (gracias, en gran parte, a los personajes de Goodman y Arkin). El relato narrado tiene una gran construcción de guión en la que se fijan las bases para que Affleck luzca su trabajo tras la cámara. Aún así, el guión flojea en los personajes, aún con el gran acierto de mostrar los temores de los secuestrados o los oportunismos desde Washington, el protagonista tiene un entorno familiar muy manido que desluce el resultado general.
Si por algo este thriller destaca por encima de otros productos es, también, por su elenco. Ben Affleck se reserva el papel principal en una mala decisión, convence, pero de forma aceptable; no destaca en su interpretación y se conforma con la corrección. En cambio, el plantel secundario es excelente y ofrece un gran potencial interpretativo de la mano de Alan Arkin y John Goodman, graciosísimos en sus personajes que apuntan a candidatura al Oscar. Por otra parte, Alexandre Desplat firma una de sus mejores partituras con un trabajo musical comedido y sin estridencias que acompaña la acción en la medida justa, sin artificios de grandilocuencia.
Argo se ha ganado el fervor de la crítica y el público en su inmensa mayoría. Y no es para menos. Es un thriller político de alto voltaje que se ha ganado el reconocimiento de ser una de las mejores películas del año. No deben temer por su posible patriotismo desenfrenado, no hay nada de él. Lo que radica en Argo es una técnica impecable del mejor cine de suspense (aquellas cintas de los años 70 o hasta los Hitchock de la Guerra Fría) con un humor fino y crítico.
Lo mejor: La sobriedad del relato y los secundarios
Lo peor: El poco trabajo de introspección del protagonista
Nota: 9
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