Revista Cine
4 de noviembre de 1979. La Embajada Estadounidense en Teherán es asaltada por acérrimos seguidores del nuevo régimen integrista chiíta recientemente establecido en Irán. El amparo recibido por el depuesto Shah, Mohammad Reza Pahlavi, en los Estados Unidos fue el disparadero de la crisis. Los rehenes norteamericanos en Irán se convirtieron en tema constante de atención mediática internacional hasta su liberación a mediados de enero de 1981. Pero lo que no se conocía tan ampliamente, hasta hace pocos años, es que seis de los empleados de la Embajada pudieron salir a la calle, por una salida auxiliar, momentos antes del allanamiento. Una vez en la ciudad encontraron refugio en la Embajada Canadiense pero eso sólo podía ser un remedio temporal puesto que las autoridades iranís seguirían al acecho. No tardarían en encontrar las identidades de las personas en plantilla que no habían logrado apresar en un primer momento. La administración Carter tenía que reaccionar y buscar una salida para ellos antes que de fuera demasiado tarde. La CIA recibió el encargo de buscar posibilidades para una extracción segura y, finalmente, todo acabó recayendo en Tony Mendez (Ben Affleck), uno de sus operativos más hábiles en este tipo de situaciones. Cuando las opciones que surgían eran de lo más descabellado, la propuesta más verosímil acabó siendo la de sacar a los rehenes del país como si formaran parte de un equipo técnico de Hollywood que buscaba localizaciones exóticas para un film de ciencia ficción. Uno de esos múltiples guiones que circulan por las productoras, sin posibilidad alguna de realización, acabó siendo el elegido para montar una curiosa tapadera. Argo era el título de ese funesto spec script. Apasionante historia la que nos brinda Ben Affleck en su tercer largometraje como director. Con el prestigio logrado gracias a sus dos películas anteriores (Gone Baby Gone, The Town), continúa reafirmándose como un realizador brillante, contundente a la hora de visualizar las tramas pero poseedor de un estilo clásico en la puesta en escena y en el desarrollo argumental. A diferencia de su carrera como actor, plagada de títulos poco relevantes, Affleck muestra cual es su verdadera naturaleza cuando se pone detrás de la cámara y es en esta función donde está consiguiendo sus mayores éxitos. Convertido en un director ya imprescindible dentro del panorama actual, nos presenta una nueva película en la que es capaz de tratar un tema tan polémico con rigor y equilibrio. Amparado en el trabajo de un reparto de actores fenomenal, realiza un ejercicio brillante de reconstrucción de una época que nos lleva desde los pasillos del Cuartel General de la CIA en Langley hasta las calles de Teherán, pasando por Washington DC y Hollywood. En Affleck se empiezan a detectar signos de gran cineasta puesto que sabe dosificar las situaciones y siempre coloca su énfasis en las emociones humanas sin por ello descuidar el ritmo narrativo. Este enfoque humanista, de raíces clásicas, es el que convierte el sufrimiento de los rehenes en un motor constante que impregna la película. Además, el contexto social e histórico esta muy bien reproducido y le añade una credibilidad que Alan Arkin, John Goodman, Bryan Cranston, y el propio Affleck se encargan de trasladar al espectador con sus sentidas interpretaciones. Argo es una película muy lograda, de aquellas que consigue llegar y generar una buena sensación en la audiencia. Para aquellos que consideran que el final es convencional y anticlimático me remito al suceso real en el que se inspira el film (desclasificado en 1997) y que concluyó de la misma forma como se explica en la cinta. Claro que todo ello no sirvió para que Jimmy Carter mantuviera su puesto. Su gestión en el tema de los 52 rehenes en Irán (444 días de cautiverio) y la acuciante crisis energética fueron la antesala de la marea aplastante que catapultó a Ronald Reagan hacia la Presidencia.Valoración: 4,5/5