Revista Opinión
En el cara a cara con Elena Valenciano, al pobre Miguel Arias Cañete no le dejaron ser él mismo: tuvo que ponerse la máscara y parecer un estúpido, ante la audiencia y su electorado, para no abusar de su supuesta superioridad intelectual, acorralar a la mujer indefensa que tenía enfrente y entrar a matar. Ya lo dijo en el año 2003: “el regadío hay que utilizarlo como a las mujeres, con mucho cuidado, que le pueden perder a uno”. Y Cañete, ante una mujer, se teme. El candidato popular se habría sentido más cómodo debatiendo con Rubalcaba, al que habría ganado espetándole todas las barbaridades que le hubiesen salido de los genitales sin miedo a que le tachasen de machista por ello. Así de mezquina y miserable es la izquierda de este país, enfrentando a un hombre con una mujer en un debate electoral.
Las declaraciones del ex ministro no han tenido respuesta, al menos no inmediata, por parte de sus ex compañeras del Consejo de Ministros. Los principios morales y éticos, o la dignidad como persona, se canjearon en su día por la disciplina de partido. Estamos en período electoral y no es el momento de lloriquear como militantes del PP lo que no se atreven a defender como mujeres. Que den gracias por tener derecho al voto, ¿no es así, señor Cañete?
Los medios financieros anglosajones se refieren a Portugal, Italia, Grecia y España con el acrónimo PIGS (“cerdos” en inglés). Curiosamente el número uno del PP a las elecciones europeas es ese señor que añora a los camareros "made in Spain" que le servían el café con tostada de manteca de cerdo colorada, el mismo que ha puesto colores a las etiquetas de los jamones ibéricos para distinguir su calidad. A ver quién le dice a Cañete que la etiqueta azul que lleva colgada contiene frases más propias de la dictadura franquista que de una democracia europea.