Revista Cultura y Ocio
Aristóteles deduce del principio de no contradicción la imposibilidad de que todo esté en perpetuo flujo. Si todo está en flujo, una misma cosa será y no será. Por otro lado, que todo permanezca inmóvil viene rechazado por nuestra experiencia. La conclusión es que algo, no todo, permanece inmóvil. Determinar existencia de lo inmóvil va más allá de la física y corresponde a la metafísica. De aquí la supina estupidez de quien proclama que la ciencia de la naturaleza, que es el estudio del movimiento, ha abolido la especulación sobre los primeros principios o los entes inmóviles.
Cuando Platón o Aristóteles señalan que algo debe permanecer inmóvil para que no se dé un flujo perpetuo y en consecuencia nada sea no piensan en algo material, sino en la forma.
La forma aristotélica está en la materia pero no es material. La forma es el ser obrado de la materia, y ésta sólo obra para permitir ser obrada. El obrar de la forma no es un obrar completamente material, ya que transforma a la materia, ni completamente inmaterial, ya que materializa a la forma. Es una relación dialéctica no reduccionista.
Nada obsta a que lo inmaterial obre. Es un absurdo que algo actúe y no actúe, o se mueva y no se mueva, o se mueva y no actúe. No lo es el que algo actúe y no se mueva, pues no entraña contradicción.