Revista Espiritualidad
LOS AÑOS EN ASOSJUAN BENETNunca pasa mucho tiempo sin que un suceso, por lo general de la actividad política, venga a poner de manifiesto el eterno conflicto entre dos clases de Fidelidad: la Fidelidad a los orígenes, poco menos que común a todos, y la fidelidad a las ideas, la que puede apartar al hombre del culto a la primera e incluso obligarle a renegar de sus ancestros. Hasta hace bien poco la primera se consideraba poco menos que patrimonio de la derecha, en tanto que la segunda lo sería de la izquierda. Pero un pequeño y reciente suceso, de ninguna trascendencia, ha venido a mostrar que al tiempo que algún portavoz del partido socialista reclamaba el voto nacional, sin distinciones ideológicas, para una candidatura europea, otro aliancista justificaba su falta de apoyo a la misma por su oposición partidista al candidato. Así, para el observador que contempla el fenómeno desde fuera, se diría que la fidelidad ha cambiado de signo y que mientras el socialista se hace el portaestandarte del patriotismo ancestral, el aliancista se convierte en fiel observante de la doctrina que ha abrazado, saltando por encima de las fronteras. De una manera un tanto simplista, todo conduce a la hipótesis de que, cualesquiera que sean las ideologías, el partido en el poder tiende a fomentar la fidelidad ancestral, en tanto el de la oposición se inclina por la ideológica. Y nada raro hay en ello cuando se piensa que si un partido está en el poder es gracias a la voluntad de una mayoría nacional, a la cual tiene que corresponder y mimar, mientras que el de la oposición tendrá que buscar un apoyo extramuros en tanto el censo patrio le vuelve mayoritariamente la espalda.Ya en el colegio nos enseñaron a ver en Demóstenes al arquetipo del patriota, el hombre que con su verbo levantó el ánimo de los atenienses para oponerse a la política invasora y despótica de Filipo, que había atraído a su corte a Aristóteles para que cuidara de la educación de su hijo Alejandro. En esas imágenes aprendidas de oído, cuyas falacias sólo se pueden corregir con una posterior y más atenta lectura del suceso, pero que aun así dejan para siempre una indeleble calificación sentimental de ciertos nombres propios, aparecerá Aristóteles como el intelectual desarraigado, tan sólo atento a su profesión de estudioso y, como poco, indiferente a los asuntos políticos de su patria de adopción; como mucho, un renegado que bajo la protección del rey extranjero intentará imponer sus leyes políticas en la ciudad donde por sí mismo no pudo encaramarse al poder.Hacía años que, en las fechas de la muerte de Platón, había abandonado la Academia en cuyo seno vivió y se formó durante cuatro lustros. Entonces tenía sobrados motivos para esperar que fuera designado para la sucesión del maestro, pero la elección, por razones escolásticas y familiares, recayó sobre Espeusipo, sobrino de Platón, y Aristóteles -es de suponer que algo despechado- abandonó la Academia, que no volvió a pisar jamás, y la ciudad que con toda justicia había considerado como su patria espiritual. Convencido de que con él viajaba el espíritu de Platón, marchó a Asos, en la costa noroeste de Asia Menor, donde años atrás se habían refugiado Erastos y Corisco, aquellos amados discípulos a los que el maestro había dirigido su carta VI exhortándoles a ponerse bajo la protección de Hermias, el tirano de Atarneo. En verdad, más que una carta es una fórmula de juramento que los tres deben leer en común, y mediante la cual se comprometen a conjugar la sabiduría que poseen Erastos y Corisco con el poder que detenta Hermias. De aquel tumultuoso momento surge la figura de: Hermias, poco conocida, con unas dimensiones colosales. De origen humilde, nacido en la esclavitud, fue convertido en eunuco y en su juventud empleado en la caja de un banco. Pronto supo ganarse la confianza de Eubulos, que le asignó algunos mandos militares en Atarneo, y a la muerte de éste la Administración persa le otorgó el título de tirano. Gracias a su gran habilidad para los negocios hizo una enorme fortuna, contrató un ejército de mercenarios y extendió sus dominios por buena parte de una Jonia crucial, codiciada por persas, macedonios y áticos. Erastos y Corisco le obligaron a estudiar geometría y dialéctica, en obediencia al juramento de la carta VI; pronto se aficionó a la conversación filosófica, y gracias al influjo de las nuevas amistades introdujo en su manera de gobernar leyes suaves y moderadas, en busca de un estado en algo semejante a la utópica isla de los Bienaventurados. Tal era el clima que encontró Aristóteles en Asos, en 347 -el año de la muerte de Platón-, en su peregrinación en busca de un lugar donde hacer revivir el espíritu, ya que no la doctrina, del maestro.Por aquellos días ya bullía en la cabeza de Filipo la idea de crear una confederación panhelénica, bajo su rnando, para emprender una guerra poco menos que santa contra el enemigo hereditario, el persa. Pero semejante concepción en modo alguno podía ser suscrita por el partido nacionalista de una Atenas militarmente decaída, intransigente a la hora de ceder la dirección de los asuntos griegos a un extranjero e incapaz de concebir una república más allá de los estrechos límites constitucionales de la ciudad-estado. Hermias, un político de largos alcances, comprendió pronto la magnitud del proyecto filipino, y con toda probabilidad mediante un protocolo secreto brindó al macedonio la utilización de sus estados como cabeza de puente para el ataque a Asia Menor. Tan íntima y secreta debía ser la conexión entre Filipo y Hermias, que Jaeger atribuye a la influencia de este último la designación de Aristóteles para la tutoría de Alejandro, y cuando el estagirita se traslada, tras su estancia en Lesbos, a la corte de Macedonia, en 342, ya había iniciado el sátrapa -informado por los agentes de Demóstenes del pacto entre aquéllos- el ataque a Atarneo. Tras un cruel e infructuoso asedio, el general persa, Mentor, atrajo a Hermias a una entrevista, lo capturó, lo encarceló, lo condujo a Susa y lo sometió a tortura para que confesara la índole de sus relaciones con Filipo y sus planes de guerra. Pero el eunuco no cedió a los rigores de la tortura v, antes de ser crucificado, como el rey le concediera una última gracia, respondió: "Decid a mis amigos que no he hecho nada indigno de la filosofía". El esclavo, pastor, cajero de banco, sargento, financiero, gobernador y jefe de Estado consumaría su múltiple y accidentada carrera como mártir de la sabiduría.El trágico fin de Hermias quedó recogido en dos documentos contemporáneos bien distintos entre sí. En la cuarta, y hasta este siglo reputada como apócrifa, Filípica (probablemente fechada en 341, lo que indica lo bien que funcionaban sus correos y su vinculación con el compló de Mentor) Demóstenes explica que desde su última oración han ocurrido "algunos felices sucesos que, bien aprovechados, pueden proporcionarnos sustanciosos beneficios. En primer lugar, aquéllos (los tracios) en quienes el rey (persa) confía y considera sus aliados están ahora en guerra con Filipo. Por otra parte, el agente de Filipo y secreto depositario de sus designios (Hermias) ha sido capturado por los hombres del rey, y así pues, de sus labios, y no de los atenienses, de quienes podría sospechar que hablaran en su propio provecho, podrá escuchar el sumarlo de sus intrigas". No hace falta leer entre líneas para adivinar que Demóstenes estaba al tanto de la suerte que le esperaba a Hermias, y no deja de ser significativa la manera con que, un par de párrafos más adelante de la misma Filípica,el ateniense expone la nueva línea de su patriotismo: "Conociendo estos hechos, os aconsejo que enviemos una embajada al rey, olvidando toda esa palabrería -"el auténtico bárbaro", "el enemigo de siempre"- que tanto y con tanta frecuencia nos ha perjudicado. Confieso que cuando veo a un hombre que en todo príncipe de Susa o de Ecabatana sólo sabe ver a un enemigo de Atenas y en cambio apenas se alarma ante otro que está ante nuestras puertas decidido a llegar al corazón de Grecia y saquear nuestro pueblo, yo me alarmo porque no aprenderá nunca a temer a Filipo". El nacionalista Demóstenes no vacila en recurrir a la alianza con el enemigo de más allá para combatir el de más acá, y antes preferirá ver Atenas convertida en Satrapía que abrir sus puertas al macedonio. Por lo mismo, el aliancista antes querrá ver en la presidencia del Parlamento Europeo a un conservador británico, enemigo de todo cambio estatutario, que a un socialista español, una especie de macedonio.El segundo documento es un exaltado himno de Aristóteles, también durante siglos reputado como apócrifo, dedicado a la memoria de Hermias, o más bien a la diosa Virtud, a cuya obediencia de manera tan heroica se sacrificó el eunuco:"Por anhelo a ti bajaron Aquiles y Ayax a la mansión de Hades, / y por amor a tu forma también el infante de Atarneo / dejó en la desolación los rayos del sol".Mientras Demóstenes calumniaba la memoria del difunto y media Atenas hervía de furor contra Filipo, en la lejana Macedonia Aristóteles -Imbuido de unas ideas políticas muy distintas a las de sus antiguos conciudadanos- escribía el epitafio de su amigo y protector. Las formulaciones utópicas de laRepública habían tenido su momento y obrado su efecto, y en la mente del estagirita ya bullía la concepción de una realpolitik nunca alejada de los postulados éticos pero siempre atenta a una finalidad inmediata. El plan de Filipo era el único que podía hacer realidad el sueño de un mundo dominado por el espíritu científico de los helenos, y en su sucesor, Alejandro, verá Aristóteles la tan deseada encarnación de fuerza y sabiduría, un verdadero y excepcional regalo de los dioses. Los años pasados en Asos, en amistad con Hermias y en contacto cotidiano con problemas de alto gobierno, serán la contrapartida de los 20 años de Academia, y sin duda el recuerdo del hábil eunuco inspirará no pocas páginas de la Política. Páginas en esencia premoni tori am ente previstas por el septuagenarlo Platón, desencantado por todos sus fracasos sicilianos, que ya en la carta VI exhorta a sus discípulos a intentar la unión entre la fuerza y el poder. "Leedla como la fórmula de un juramento", les dice, "que es legítimo tomar con una seriedad mezclada con gracia y con una seria burlonería".Publicado en El País, 17 de marzo de 1987. Puede leerse en su página web original en este enlace.