En Eriván y en Echmiadzínla gran montaña se bebió todo el aire,habrá que seducirla con una ocarina,tentarla con una flauta, para que la nieve se fundaen la boca.
He buscado infructuosamente la versión original de estos versos, para ver si el poeta habla de una ocarina, o si, como sospecho, se trata en realidad de un duduk. Descubrí este instrumento hace ya unos cuantos años en una de mis peregrinaciones a la tienda etnomusic. Allí vi un día un CD de un músico llamado Djivan Gasparyan, que tocaba un instrumento llamado el duduk. Este milenario instrumento, también llamado tziranapogh ("cuerno de albaricoque"), es uno de los símbolos nacionales armenios por excelencia. A primera vista, se trata de una simple flauta, pero su sonido, bastante más grave y dulce que el de ésta, lo acerca más al clarinete. Suena así:
Mandelstam cumplió su anhelo de viajar a Armenia gracias a las expediciones literarias que organizaba el poder soviético, a fin de que los escritores pudieran constatar el florecimiento económico de las diferentes repúblicas, así como la implantación y desarrollo del socialismo. El poeta se sentía atraído hacia aquella tierra, más que por la envidiable prosperidad soviética, por los aspectos culturales y religiosos, que hacían del país un oasis de cristiandad y cultura clásica en medio de un - según su punto de vista- páramo de barbarie y salvajismo. Mandelstam nadaba así contracorriente en medio del fervor orientalista de aquellos años. Quién mejor, pues, para cantar al último bastión europeo en oriente.
Y diste la espalda, con dolor y vergüenza,a las ciudades barbudas de Oriente;y ahora yaces en lecho cegadory te moldean la máscara mortuoria.
Los asirios y sus recias barbas eran, para Mandelstam, un símbolo de barbarie y totalitarismo.
La nostalgia de la cultura clásica, según sus propias palabras, fue lo que empujó al poeta a emprender este viaje. Mandelstam, junto con Anna Akhmatova, era el mayor representante de la corriente poética llamada acmeísmo. La palabra acmé, de origen griego, y que nos trae ecos de los explosivos que el coyote empleaba para cargarse al correcaminos, significa de hecho "cumbre, zénit", y los acmeístas querían expresar con ella esa nostalgia de una cultura clásica y universal. Este grupo poético, estrechamente relacionado con el simbolismo, abogaba por la claridad de exposición y la expresión directa a través de imágenes. Huelga decir -y si no, ahí están los poemarios Tristia y Cuadernos de Voronezh- que esa claridad de exposición no tiene nada que ver con la claridad de significado: a excepción de sus poemas sobre Armenia, la poesía de Mandelstam es de las más complejas que se puedan leer.
"Este es el único país en el que respetan la poesía: matan por ella"
De familia judía, Mandelstam se convirtió al cristianismo para así poder estudiar en la universidad de San Petersburgo, de la que los judíos estaban excluidos. Así, aunque su conversión fue obligada, creo no equivocarme si digo que Mandelstam tenía bastante más de cristiano que de judío. El cristianismo fue, precisamente, otro de los aspectos que le impulsaron a realizar aquel viaje. Armenia, que fue el primer país que adoptó el cristianismo como religión oficial, está perpetuamente unida al Antiguo Testamento, siendo el Monte Ararat, allí donde Noé perdió el Arca, el mayor símbolo nacional. Ha querido el sádico destino que dicho símbolo sólo lo puedan ver los armenios desde el otro lado de la frontera que los separa de Turquía, país que perpetró contra ellos el genocidio olvidado del siglo XX, un genocidio cuyas huellas, quince años después de la matanza, todavía estaban frescas.
Así conocí el espanto
que nace del alma misma,
en Shushá, ciudad carnívora
de Nagorni Karabaj.
Miles de ventanas muertas
asiman por todas partes
y el capullo del trabajo
yace vacío, enterrado.
Las casas muestran, impúdicas,
su cuerpo rosa desnudo,
y sobre ellas se nubla
la peste de azul oscuro.
Un oficial turco muestra un pedazo de pan a los refugiados armenios
Acantilado ha decidido publicar juntos el Viaje a Armenia y los poemas que aquel país le inspiraron. Para ello han considerado necesario que desaparezca de la portada el título de uno de los libros más conocidos del poeta. Quizá pensaron que se trataba de un título un tanto engañoso, que nos puede llevar a pensar en un libro de viajes al uso, a saber, la crónica de un viaje y las impresiones que éste puede despertar en un poeta. En realidad, Viaje a Armenia es eso, mucho más que eso y, en más de una ocasión, todo lo contrario.
Así, al lado de episodios como "Seván", "Ashot Ovanesián " o "Ashtarak", tenemos otros con títulos como "Los franceses" o "En torno a los naturalistas". Mandelstam parece prescindir de cualquier tipo de estructura. Abre el libro in media res, nos describe gentes, ruinas, salta hacia atrás en el tiempo para hablar de sus días en Moscú y su compañero de piso, o se pone a hablarnos del impresionismo o del modo en que los estudios sobre la evolución que habían llevado a cabo Lamarck, Darwin y Pallas pretenden subvertir la verdad poética. Y no hace falta decir que el lector en ningún momento deja de recordar que lo que está leyendo no es el libro de un viajero, sino el de un poeta. Un poeta que, a decir de muchos, está entre los más grandes del siglo XX. Unas citas casi al azar:
El profesor Jachaturián, con una cara de piel estiradísima como la de un águila, bajo la cual se marcaban todos los músculos y tendones numerados y subtitulados en latín, ya se paseaba por el muelle con su levita negra de corte otomano.
Toda la isla está sembrada de huesos amarillentos, como en Homero: restos de los picnics piadosos de las gentes del lugar.
Sobre la mesa se desplegaba una espléndida sintaxis de flores campestres revueltas, de alfabetos distintos, gramaticalmente incorrectas, como si todas las formas preescolares de la existencia vegetal se hubieran fundido en un sonoro poema de antlogía.
Cuando yo era pequeño, por puro amor propio tonto, por falso orgullo, nunca iba a buscar bayas ni me agachaba para recoger setas. Más que las setas me gustaban las piñas góticas y las bellotas hipócritas, enfundadas en sus menudas capuchas de monje. Yo acariciaba las piñas. Ellas se erizaban bajo mi mano.
...donde los hortelanos cultivan planteles de coles que parecen proyectiles con mechas verdes. Estas bombas de col, de color verde pálido, amontonadas en abundancia escandalosa, me recordaban vagamente la pirámide de cráneos de la aburrida pintura de Vereschagin.Nadezhda Mandelstam, que memorizó la obra poética de su marido para evitar su pérdida.
Los poemas que cierran el libro son, como he señalado más arriba, bastante más accesibles que los de otros libros de Mandelstam y, en este caso, constituyen, de manera más acusada que el propio Viaje a Armenia, un verdadero diario de viaje. De hecho, Mandelstam empezó a componerlos en Armenia, mientras que el Viaje..., curiosamente, lo terminó dos años más tarde, en Moscú, rememorando sus emociones en tranquilidad.
En 1933, el mismo año de la publicación del Viaje, Mandelstam escribía el famoso poema sobre Stalin, con el que firmó su sentencia de muerte. Ésta tardó en llegar cinco años más, unos años de exilio permanente, constantes arrestos, prohibición de trabajar, frío y hambre. Nadezhda, su esposa, autora de Contra Toda Esperanza, uno de los retratos más desoladores del Gran Terror y de los últimos años de vida del poeta, nos cuenta hacia el final del libro queHabla punzante del valle Ararat, gato salvaje: habla de Armenia, lengua rapaz de ciudades de arcilla,habla de adobes hambrientos.(...)Yo amo a este pueblo que vive a puro esfuerzo,
que computa cada año como un siglo,
que da a luz, que duerme, que grita,
aprisionado contra la tierra.
Tu oído fronterizo acoge todo sonido;
ocre, ocre, ocre,
en la maldita profundidad de mostaza.
para Mandelstam la llegada a Armenia significó la vuelta al seno materno: al lugar donde todo había empezado, a la tierra de los padres, a las fuentes, a la fuente. Después de un largo silencio, fue en Armenia dnde recuperó los versos, y ya no le abandonaron nunca más...El valle de Ararat
Una vez más, me veo obligado a comentar algunos aspectos negativos de la edición. Si bien la traducción de Helena Vidal es, por lo general, excelente, máxime teniendo en cuenta que Mandelstam es uno de esos poetas "difíciles", la edición no parece haber pasado por una revisión demasiado rigurosa. Tenemos alguna expresión poco afortunada, como "recuerdo con agradecimiento" en lugar de "con gratitud"; alguna intolerable falta de ortografía, como "girones"; y algún que otro catalanismo, como "lampistas" por "fontaneros", o, uno que detesto especialmente, el uso de "explicar" en lugar de "contar" ("no explicaba nada del viaje en avión"). No obstante, y salvando estos detalles, la prosa y el verso de Mandelstam, así como la iluminadora introducción de Gueorgui Kubatián, hacen de este libro una pequeña maravilla de esas que nos llevan de la última página otra vez a la primera.
Os dejo una generosa sesión de duduk, con el gran Gasparyan en concierto.