Revista Cultura y Ocio

Arminio Parte: el bosque de Teotoburgo

Publicado el 26 septiembre 2014 por Albilores @Otracorriente

ArminioArminio fue, sin ninguna duda, uno de los mayores y más importantes líderes de todos los tiempos. Fue capaz de unir a los desorganizados pueblos germanos y masacrar a las legiones romanas, causando uno de los mayores desastres militares que sufrieron las temibles legiones romanas a lo largo de la existencia del Imperio, a partir de la cual se produjo la liberación definitiva de la Germania del yugo romano.

Debido a su enorme gesta es considerado el héroe nacional alemán por lo que en el año 1838 se erigió una estatua en su nombre, El Hermannsdenkmal, situada al sur del bosque de Teotoburgo, precisamente en el lugar donde la coalicición germana logró aplastar a las legiones romanas.

Arminio nació en el año 16 o 17 a. C. Era hijo de un jefe querusco llamado Segimer. Fue separado de su familia y trasladado a Roma s1iendo un niño para ser educado y entrenado como un comandante militar romano y obtuvo la ciudadanía y nobleza romana. Desde el año 4 (con apenas 20 años) lideró un destacamento de caballería germana como fuerza auxiliar romana y luchó en las guerras panionias en la península balcánica donde debió destacar en la guerra pues fue ascendido a capitán de la auxilia.

Tan buenas eran las referencias que los romanos tenían de Arminio que fue destinado a la Germania para ayudar a Varo en su gobierno, pensando que los germanos aceptarían de mejor grado el tener por comandantes del ejército a hombres originarios de allí tal y como ocurre hoy en día.

El emperador Augusto había elegido como gobernador romano de Germania a Publio Quintilio Varo, que había servido ya en Siria como gobernador y había sofocado una rebelión de los judíos.

Al llegar Arminio a su pueblo natal, conoció al amor de su vida, Thusnelda, hija de uno de los lideres germanos subordinados a Roma, Segestes, que odiaría a Arminio de por vida al no aprobar esta relación pues tenía el matrimonio de su hija acordado con otro líder germano. A pesar de esto Arminio se escapó con Thusnelda (al estilo del rapto de Elena por Paris), la cual le profesó una gran devoción siempre y contrajo matrimonio con ella a escondidas. Este hecho marcaria la historia de Arminio.

Pero algo debió de cambiar en la mente de Arminio que llegó a su pueblo natal vestido con el uniforme de un oficial romano. Es posible que su padre Segimer, no estuviese muy orgulloso de ver en lo que se había convertido su hijo, o es posible que Arminio cambiase de idea al observar los abusos, torturas, violaciones y las cientos de crucifixiones de gente que era de su antiguo pueblo y de pueblos vecinos por no poder pagar los fuertes impuestos que había establecido Varo.

Sin ninguna duda estas causas debieron causar una gran controversia en la mente de Arminio produciéndole un gran rechazo por su propio uniforme y el gobernador de la zona, Varo. Esto provocó finalmente que Arminio conspirase en secreto contra Varo encabezando una la alianza germánica integrada por varios pueblos.

Arminio, veterano oficial de las legiones romanas y líder de la coalición, diseño la estrategia: Nada de confrontaciones en campo abierto, evitando de esta manera enfrentarse al orden táctico superior de la legión, y llevar a los romanos al interior del frondoso y pantanoso bosque de Teutoburgo para entorpecer las maniobras de la caballería y la infantería.

Pero Segestes, padre la esposa de Arminio, se presentó ante Varo para advertirle de que Arminio le traicionaría encabezando una gran rebelión y preparando una emboscada. “Solo hay una forma de cortar el problema -le dijo el rencoroso suegro a Varo-, detener a todos los jefes germanos que acompañan a Arminio, incluso a mí, y luego someted a tormento a tus prisioneros para que confiesen su plan

Varo sin embargo, que estaba al corriente de viejas rencillas entre Segestes y su yerno Arminio por el motivo del matrimonio con Thusnelda, rechazó las puntuales advertencias de Segestes mofándose de él, además de acusarlo de estar calumniando a uno de sus hombres de confianza, nada menos que a su mano derecha en el gobierno. Arminio se había salvado y tenía vía libre.

LA MARCHA

El confiado jefe romano cruzó el Rin con sus tropas con el fin de cobrar los impuestos de los diversos pueblos que poblaban la Germanía. En el 9 d. C. con sus 3 legiones, la XVII, XVIII, XIX, seis cohortes auxiliares, tres alas de caballería germana, miles de civiles, familiares (mujeres y niños de los legionarios), prostitutas, carromatos, provisiones, etc, y los aliados de las tribus germanas garantizarían la seguridad de la marcha. Un total que superaba ampliamente las 22000 personas.

Durante la marcha, los legionarios, llevaban su escudo colgado de la espalda, protegido por una funda de cuero ya que era de madera y si llovía se deformaba la madera. Un palo en forma de T que pasaban por encima del hombro y donde llevaban el equipo estándar de cada legionario, una herramienta de construcción, una escudilla, la cantimplora con forro de plata, dos pilums, dos picas de defensa del foso y una pequeña bolsa con sus pertenencias personales.

El orden de marcha del ejército de Varo es desconocido, pero según el autor Flavio Josefo, describe el orden de marcha típico del ejército romano: arqueros y auxiliares, que actuaban como exploradores, una legión (5.000 hombres) apoyados por 120 jinetes, pioneros o zapadores, que mejoraban la calle y al final del día construían el campamento, la primera parte del bagaje: las posesiones del general y de los oficiales, el general y sus extraordinarii o guardia de corps la caballería de las siguientes dos legiones (240 jinetes), la segunda parte del tren: mulas con la artillería romana, los suboficiales y los portaestandartes (aquilifer), la fuerza principal: dos legiones (cerca de 10.000 hombres), la tercera parte del tren: el bagaje de los soldados, y por último, la vanguardia: tropa auxiliar.

La columna legionaria dependía de su caballería, para detectar cualquier amenaza, que se adelantaba varios Kms al frente y en los laterales de las legiones, con el fin de reconocer el terreno y averiguar si un ejército estaba escondido entre la arboleda, al tiempo para que los legionarios se aprestaran al combate.

Sin embargo, esta vez, la caballería auxiliar que debía realizar esta función de aviso, estaba compuesta por germanos a las órdenes de Arminio que se sumarían a la brutal emboscada.

LA BATALLA 

Aquel amanecer de septiembre, el cielo estaba velado por negras nubes que presagiaban una intensa tormenta. La inmensa columna se puso en marcha, guiados por los “aliados bárbaros” los romanos siguieron avanzando hacia su destino final. En un punto de la marcha Arminio solicitó permiso a Varo para explorar junto a su caballería germana el terreno por delante, para prevenir cualquier contraste y para traer a los aliados por una zona supuestamente segura.

Arminio con un grupo de jinetes se acercó a los puestos romanos avanzados, vestidos como soldados romanos que eran, no debieron tener ninguna dificultad para asesinar a los soldados que los custodiaban. Quemó los poblados y torres de vigilancia y regresó con Varo, dando la noticia de que se estaba produciendo un leve levantamiento que no se debía pasar por alto para que no fuese a más.

Varo decidió escucharle y cambió el rumbo con sus tres legiones pensando que tan solo con verlas los rebeldes se entregarían sin luchar. La sombra de la muerte planeaba sobre las legiones de Varo.

La caballería auxiliar de nuevo se adelantó y sencillamente se desvaneció uniéndose a las masas de guerreros germanos que pacientemente aguardaban emboscados en silencio a ambos lados de la ruta que debían tomar los romanos. La pesadilla estaba lista y estaba a punto de caer sobre la legión.

La caravana al adentrarse en el bosque se situó en fila india alcanzando varios kilómetros de longitud (los mismos romanos se jactaban de formar “el dragón”), por lo que tampoco haría falta un número de hombres demasiado grande para atacar en un punto de la gran caravana y causarles grandes bajas.

La ruta que Arminio preparó, llevaba a las legiones a un punto de las montañas del Teutoburgo, que está densísimamente arbolado. En ese punto en concreto, (Kalkriese) la ruta tenía que pasar por un cuello de botella con una abrupta montaña por un lado y un infranqueable río de pantanosas orillas por el otro.

Primer día

Marchando confiado y probablemente en cuarta o quinta línea, Varo no debió presentir el peligro y quizá no era consciente de que, una vez dentro del bosque, salir de aquella selva sería difícil, cualquiera que fuese la dirección tomada. Pero este exceso de confianza puede ser normal en una provincia considerada parte del imperio romano desde hacía unos 20 años.

El ataque se inició con un inmenso rugido salido del bosque, seguido de un violento combate donde las jabalinas romanas intentaban con dificultad alcanzar a los bárbaros, quienes aconsejados por Arminio debían tener jabalinas diseñadas para neutralizar los escudos romanos. Los proyectiles, flechas y otras armas arrojadizas volaron entre los ejércitos hasta que con un grito de guerra, los hombres chocaron.

Los germanos lanzan un ataque tras otro con la caballería que había cambiado de bando. Flechas, venablos y algún que otro choque cuerpo a cuerpo rápido para aprovechar su mayor movilidad. Después se retiran y los romanos no pueden perseguirlos. Durante todo el día el acoso fue constante y las bajas comenzaban a crecer, pese a no saberse en la actualidad con certeza el número. Los escudos, empapados de agua, resultaban casi imposibles de mantener altos, por lo que la única defensa la proporcionaban las lórigas. La caravana era demasiado larga para defenderla, las pesadas lanzas romanas no alcanzaban a los germanos. Toda una retahíla de esfuerzos y frustraciones.

La jornada debió ser durísima, tanto física como moralmente, al darse cuenta de que luchaban contra un enemigo inatrapable por la diferencia de peso que además los iba desangrando poco a poco. Pero de parte romana estaba su entrenamiento y sobre todo su veteranía, algunos llevaban 20 años en el ejército.

El choque fue feroz, entre el clamor de miles de hombres, se escuchaban los gritos de ordenes en el rudo latín de los centuriones, tribunos, y legionarios y las ordenes en el recio idioma germano, todos entremezclados con el bramido de las cornetas, los aullidos de horror y pedidos de clemencia de los acuchillados, el choque de las espadas romanas y las hachas de guerra alemanas, los relinchos, los gritos de las mujeres raptadas por los atacantes, y el espeluznante grito de terror de los mutilados. Es evidente también que el ataque a los carros civiles, trastornó la columna imperial, ya que muchas de esas mujeres y niños, eran familia de los legionarios.

Al final de la jornada el primer grupo y los zapadores localizaron y acotaron el terreno para fortificarlo, marcaron los perímetros y después el grueso del ejército que iba llegando comenzaría con las tareas de fortificación: cavar el foso, levantar el muro, clavar las estacas para las empalizadas, montar las tiendas…

Finalmente, con un esfuerzo supremo, los romanos rechazaron el primer asalto, e intentaron unirse para mostrar un núcleo lo más sólido posible y trataron atontados, shockeados y ensangrentados de organizar la defensa. Los oficiales le comunicaron a Varo que Arminio les había traicionado, ante su estupefacta mirada. Varo no se lo podía creer.

La noche no resultaría muy reparadora por varios factores como el miedo a saberse dentro de una ratonera, la humedad y posibles ataques. Habían perdido más de 14 cohortes.

Segundo día

A la mañana siguiente Varo cambió por completo el orden de marcha para ir más agrupados y darse cobertura mutua. Así mismo sus hombres quemaron y destruyeron todo lo que les ralentizara e incluso cubrieron los cencerros de los animales con vegetación para no ser delatados y abandonaron a los civiles, muchos eran familiares de los soldados,  y a los heridos, a su suerte, quizá para que los germanos se entretuviesen con el pillaje.

Lo que indica un cambio de actitud en aquellos soldados; de ser un ejército eminentemente ofensivo, virtud tenida en alta estima por los propios romanos, habían pasado a evitar los ataques en la medida de lo posible. Los cambios en el orden de marcha no debieron de servir de mucho y los ataques, las bajas y la desmoralización volvieron a hacer acto de presencia con más fuerza si cabe.

El enigma obvio en este punto, es cómo es posible que la fuerza legionaria, la mejor del mundo, fuese tan duramente golpeada, y que se resquebrajara como fuerza organizada ante el ataque bárbaro, cuando estos guerreros estaban mucho menos equipados defensivamente, y no poseían un equipo de guerra equiparable.

La respuesta parece ir mucho más allá de la sorpresa, los proyectiles con camiseta metálica, lo difícil de la geografía o la imprudente desorganización de la marcha. El valor y el salvaje arrojo de los germanos guiados por una mano competente como la de Arminio, que como ex legionario sabía dónde y cómo golpear, pueden aclarar este punto y que como líder dio la orden de olvidarse de los civiles y centrarse en las legiones.

Pero la explicación definitiva pude encontrarse en el hecho de que por primera vez en la historia un grupo de tribus reunidas bajo el comando de un líder audaz, estaba sembrando casi sin querer la semilla de la nación alemana, era un ya un pueblo unido, decidido a defender su libertad.

La prioridad de Varo y sus centuriones era entonces encontrar un terreno donde desplegar a los manípulos de manera correcta y proseguir la marcha. Sin embargo se logró un avance muy pobre. Rodeados por todas partes y sometidos a un ataque incesante, los romanos tuvieron que repetir por segunda vez la pesadilla insomne de la noche anterior.

Tercer día

El siguiente día avanzaron en un orden un poco mejor, llegando a alcanzar campo abierto no sin sufrir numerosísimas pérdidas. Los ataques eran constantes.

Al salir de ese sector se introdujeron nuevamente en el bosque, donde se defendían de sus atacantes sufriendo grandes bajas. Desde que tuvieron que formar sus líneas en espacios estrechos, en un orden en el que la caballería y la infantería juntas intentaban detener al enemigo, chocaban frecuentemente unos contra otros y contra los árboles.

Arminio había preparado y camuflado una línea de fortificaciones cerca de Karkriese, donde unas colinas cerraban el camino por un lado y un pantano lo hacía por el otro. Dentro del bosque los germanos habían levantado muros, fosos y empalizadas de una calidad y tamaño similar al que una legión podría construir en campaña, en una configuración precisa (en ángulo sobre la línea de avance) para anular la ventaja de las armas, y desde las que pudieran disparar los arqueros y dejando huecos para permitir a la infantería germana salir, atacar y volver a cubierto. Estrategias romanas que Arminio bien conocía.

En ese angosto paso el ataque debió ser terrible y los romanos perdieron del todo la formación. La mayoría se dejaron matar porque debían estar sin aliento y sobre todo sin esperanza. Después de este nuevo pero breve intento de avance, las tropas imperiales se vieron en la necesidad de preparar un terreno fortificado donde guarnecerse de los asaltos germanos y preparar una contra ofensiva que rompiera el cerco enemigo. Los legionarios se hicieron fuertes tras sus improvisadas defensas y soportaron los ataques.

Esa noche entre los gritos habituales de los atormentados entre los que no faltaron los desgarradores alaridos de los quemados vivos, (viejo y conocido tratamiento germano contra sus enemigos) los romanos debieron llegar a la convicción de que si al día siguiente no se abrían paso, ni uno sólo de ellos saldría vivo de ese de ese enloquecedor y lúgubre bosque.

Sin embargo los legionarios ya habían llegado al límite de sus fuerzas; después de 3 agotadores días de combate llenos de sangre, terror y muerte, y tres noches de no haber dormido, la desesperación se apoderó definitivamente de estas tropas. En el stress de la batalla se dieron cuenta por la incesante llegada de enemigos, que esta vez luchaban contra toda la nación sublevada. Los germanos muy probablemente habrían enviado a las tribus indecisas toda clase de trofeos y miembros mutilados, instándolos a que se unan a la aniquilación de sus rivales por lo que cada vez eras más numerosos.

El comandante de la caballería Vala Numonio entró en pánico, y abandonó el campo de batalla con algunos hombres, excusándose en ir a buscar ayuda, sin embargo fueron alcanzados, acorralados, y destrozados. Paterculo cuenta en Historia romana: “Vala Numonio dio un grave ejemplo de cobardía al abandonar a la infantería y huir tratando de alcanzar el Rhin con sus escuadrones de caballería. Sin embargo la fortuna vengó este acto, porque no sobrevivió a aquellos a quienes había abandonado, muriendo en pleno acto de deserción”.

Cuarto día

Al cuarto día de combate, un encapotado cielo gris pareció ser un triste presagio de lo que sucedería. Una lluvia constante y feroz, acompañada de lo que parecen ser una racha de vientos casi huracanados se abatieron sobre el ensangrentado campo de batalla. La hora decisiva había llegado.

Varo y sus oficiales decidieron retomar la iniciativa mediante una embestida, que rompería el anillo alemán y les permitiría salvarse. Muchos soldados antes del asalto decidieron enterrar su salario y otros bienes, en lugares donde después pudieran recuperarlos. Los recuperarían los arqueólogos casi dos mil años después.

Esto prueba que muchos de los romanos ya estaban en el límite de su resistencia, y por primera vez en muchos años, dudaban poder sobrevivir. Se pusieron en marcha en medio de la lluvia con las pocas armas arrojadizas que les quedaban, avanzando lentamente en medio del terreno mojado y con las corazas y armas defensivas empapadas y pesando mucho más que lo normal, debido a que muchas de ellas se fabricaban en cuero forrado de algodón.

Al llegar a la colina de Kalkriese las legiones optaron por subir la colina, porque los bárbaros habían derribado gran cantidad de árboles y habían construido una empalizada llena de obstáculos en el camino, que seguramente dividiría más la formación.

Desde la cima comenzaron a caer rocas y jabalinas, pero los romanos avanzaban desesperados, muriendo en el intento. Arminio rápidamente reunió todos los hombres disponibles y los envió a reforzar las sucesivas posiciones germanas que comenzaron a ceder pero no se quebraban y devolvían golpe por golpe. Entre los rugidos de guerra romanos, los pedidos de clemencia romanos desgarradores, los alaridos de dolor, los relinchos de los caballos, los gemidos de los mutilados, las vociferantes embestidas de gigantes bárbaros rubios con el rostro pintado de rojo que repartían hachazos y tajos de espada, en medio de ese espanto, los ejércitos encontraron un punto donde nadie quería retroceder, porque sabían que el derrotado no sobreviviría.

Las legiones ya totalmente agotadas, diezmadas y acometidas sin pausa, perecían de pie en un gran charco de sangre que se retorcía adolorido y aullante. Los lideres germanos se dieron cuenta que todo el ejército imperial se tambaleaba y lanzaron un contraataque demoledor. Las águilas de los legiones XVIII y XIX, el símbolo mismo del poder militar del pueblo romano, los estandartes de su ejército, fueron capturados después de dar una muerte brutal a los portadores. El águila de la legión XVII desapareció de la historia, algunos dicen que fue también capturada, otros que su portador en el colmo de la pena y el orgullo se arrojó a uno de los pantanos para hundirse con esta.

LA MUERTE DE VARO

A esas alturas Varo totalmente deprimido y en el borde de la locura y desesperación se dio perfectamente cuenta de las trágicas consecuencias de su obstinación, y de lo que le pasaría si era capturado, puso su espada contra el piso y se dejo caer sobre ella. El fin había llegado
Su suicidio no fue el único, muchos de sus oficiales se abrieron las gargantas o los pechos con sus propias espadas, como correspondía a lo que los legionarios consideraban una muerte con honor, es decir morir con sus hombres antes que entregarse prisioneros.

Sin embargo dentro de ese ambiente frenético muchos romanos a diferencia de algunos de sus jefes y soldados, intentaron huir. El centurión Ceionius por su parte, esperaba con sus heridos y guardias dentro de la fortificación el desarrollo del combate. Un atardecer con el horizonte teñido de fuego fue marco de la destrucción de su tropa. Totalmente superado por el furioso ataque germano, y con muchas brechas por las que entraba el enemigo, decidió finalmente rendirse para evitar el degollamiento de los legionarios a su mando.

Pero la rendición no fue aceptada y los romanos fueron masacrados de manera atroz. Algunos sobrevivientes, fueron quemados vivos ofrecidos a los dioses en altares de victoria; a otros los crucificaron, y no faltaron las extracciones de ojos. Caldo Celio se hizo pedazos el cráneo con las mismas cadenas con las que había sido maniatado después de ver el impresionante suplicio de sus compañeros, otros fueron mutilados o decapitados y sus cabezas sirvieron de trofeos. El odio sembrado, las numerosas torturas, las violaciones y los crímenes que los romanos habían cometido durante 20 años en tierras germanas, fue vengado sin pudor por los germanos que lo habían sufrido. No cabía la piedad.

Varias horas después, probablemente asqueados por su propia crueldad, por la necesidad de esclavos que fueran testimonio vivo de la derrota de las hasta entonces invencibles legiones, o simplemente agotados después de muchos días de lucha y ebrios por los brebajes con los que habrían celebrado la victoria, los hombres de Arminio pusieron fin a la masacre.

Nunca más el imperio romano conseguiría asentarse a gran escala al otro lado del Rhin y a pesar de las muchas batallas entre germanos y romanos que sucedieron, la Germanía quedo liberada definitivamente del dominio romano.


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