Es de las novelas que se leen de manera relajada, para disfrutar. Se nota mimo y cuidado en los detalles, generosidad y abundancia cuando se ha creído necesario. La autora, Isabel Martínez Barquero, crea ambientes, atmósferas y situaciones con gran fluidez y es encomiable el esfuerzo que hace por acercarnos de manera exhaustiva y detallada al mundo de las plantas, piedras y aromas.
Aromas, sabores, olores y colores no son elementos accesorios, conforman una cultura y una manera de vivir en la que están integrados los personajes. Alimentos y platos tan ricos, elaborados con las mejores materias primas, nos mueven las papilas gustativas, así como se nos hacen extensibles a la pituitaria, los aromas. Y es que la vida fluye por todos los poros de los personajes de esta novela, con sus pasiones y sentimientos, rencillas, odios y frustraciones. Y de fondo, siempre un runrún de avispero: son los chismorreos y cotilleos de la gente del pueblo. Las situaciones se canalizan de diferente manera si son ellos o ellas, según marcan los convencionalismos de la época que les ha tocado vivir. Solo unos pocos logran sortear esos convencionalismos encorsetados y se verán sometidos a las duras críticas, al chismorreo hiriente, la venganza y en algún caso hasta la muerte. Los demás, intentan acallar las pasiones que les marca su interior con beaterías trasnochadas, llevando una vida hipócrita o sufriendo. Es curioso que en el pueblo donde viven en una atmósfera tan asfixiante, no sientan tanto los rigores de la intolerancia como los van a sufrir cuando vivan en la ciudad años más tarde.
Los personajes, al estar tan perfectamente definidos, se te quedan pegados después de leer el libro como si te los pudieras encontrar en un viaje a Murcia, lo mismo que la casa frente al parque, en la que viven. Únicamente el cura queda desdibujado y no he llegado a entender bien sus verdaderas intenciones. Sentimos el humor que les guía, el gracejo del habla coloquial; cuchicheos que solo percibe la persona a la que van dirigidos, pero de los que somos cómplices y las entrañables emociones que afloran y nos erizan la piel. Con sus defectos y sus virtudes se les aprecia, a pesar de la crueldad de Julia que, enamoradísima de su marido, la noche de bodas, lo expulsa del dormitorio y lo manda a dormir al burdel para el resto de sus días; o la dureza de él, que no manifiesta con su mujer, pero sí con la mujer que lo acoge y protege, a la que abandona en terribles circunstancias. Tal vez, el cariño que les cogemos, se deba al corazón que en ellos ha puesto su autora.
Siendo los hombres más considerados socialmente, son ellas: las mujeres, las grandes protagonistas y brillan por méritos propios. Sobre todo, Mercedes, la narradora de la novela, de su piel emana el olor a vainilla que heredó de su padre. Ha heredado también el fuerte y tozudo carácter familiar, es autónoma e independiente, afronta la vida con fortaleza y entereza, tolerante y ecuánime, vivió su historia de amor y supo que la felicidad plena solo se vive por momentos.La España de la posguerra, secretos que permanecen ocultos, amores frustrados, hijos fuera del matrimonio y un sinfín de situaciones más, hacen que merezca la pena leer este libro.