Vaya unos días que llevo: Resulta que la penúltima entrada de este blog, la titulada "Todo tan mal", ha tenido un éxito inesperado e indeseado para mí.
Reconozco que me gusta que la gente lea mi blog, cómo no. Pero normalmente cada entrada la leéis unas ochocientas personas, a menudo mil, y algunas que tienen éxito llegan a dos mil o incluso más. Esta a la que me refiero va ya por más de treinta y una mil visitas, aunque afortunadamente el tsunami ya está terminando. Todo a partir de que alguien la resaltó en un sitio que se llama menéame, donde la leen muchísimas personas a quienes no les interesa especialmente este asunto, pero que opinan desaforadamente. Y ya lo creo que le dieron un buen meneo: Allí tiene cientos de comentarios que no he osado mirar, pero algunos se han tomado la molestia de venir aquí a hacerlos también, y me llaman la atención tanto los demasiado favorables y entusiastas como los muy denigrantes; en especial los que vuelven al eterno sonsonete de que los arquitectos (sobre todo yo) somos unos prepotentes, faltones, déspotas e incapaces de la menor empatía con los clientes que nos dan de comer.
No quiero regodearme en el dolor: Si os apetece, aquí al lado tenéis los comentarios a esa entrada en este blog, y si tenéis ya una curiosidad malsana podéis ir a ese sitio de éxitos y vanidades a leer muchos más y mucho más fuertes, según lo que me han contado. Pero tenéis que daros prisa, porque la vanitas vanitatis es tan fulgurante que igual que te suben a la cresta de la ola un día, al siguiente ya te han sumido en lo hondo del piélago y has desaparecido.
Este blog no tiene publicidad. No saco nada en limpio (ni en turbio) de que mis entradas se lean mucho o poco. Tan solo la vanidad, la maldita vanidad. Y cuando parece que tengo algún motivo para sacarla a pasear y gallearme con ella me calzan un guantazo que me tiran de espaldas, así que hay que ser tonto para seguir con este afán.
La vanidad o, como diría Cyrano, mon panache (que es muy bonito, porque más que a la vanidad se refiere a la dignidad: Sí, un tanto arrogante, pero ya que nos ponemos...). Aunque, en definitiva, tener vanidad por el éxito de una entrada que concluye precisamente en que soy un vanidoso y un prepotente no es que tenga mucha gracia.
Pensando en esto y burlándome de mí me he insultado con un "arquitecto pedante, fracasado" que me ha salido espontáneamente y me ha sonado bien, y es porque (luego me he dado cuenta) sin querer he hecho un endecasílabo. Y entre eso y que estoy pensando en Cyrano me he puesto poético y desvergonzado y me ha salido este soneto casi al vuelo. (Ya, ya sé que no tengo pudor. Podéis decirme lo que queráis):
Arquitecto pedante, fracasado,burlador de quien te nutre y paga,escoria sin razón, basura, plaga,infame pintamonas desnortado.
No juzgues al cliente, so atontado.No digas tú que al dibujar divaga.¿Lloras porque tu habilidad no halaga?¿Sufres porque sin ti lo ha dibujado?
Pues pégate una ducha de agua fría,date un tripazo y espabila, tonto.Intenta serle útil, no una arpía.
Parece que solo te preocupa el montoy dices que eso que ha hecho es porquería.Pues cámbiate de chip; cámbialo pronto.
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La primera es que mi padre no pudo estudiar en la universidad y eso siempre le frustró. Su gran ilusión habría sido ser ingeniero de telecomunicaciones, y de una forma natural, sin forzar nada, yo asumí de niño que lo sería por él.
Él había sido muy buen estudiante, pero ni siquiera pudo terminar el último curso de bachillerato porque tuvo que ponerse a trabajar. Mis abuelos no podían permitirse que siguiera estudiando. Así que consiguió un trabajo de celador en Telefónica y se vino a Madrid, de adolescente, a una pensión.
La empresa formaba y promocionaba a sus empleados, y aún lo hace, y mi padre fue ascendiendo paso a paso, año a año y década a década, estudiando por las noches, y se jubiló siendo jefe de negociado de radio. Era una especie de ingeniero sin título, de ingeniero chusquero. Su sueño era que yo siguiera su camino pero mejor que él, que yo fuera lo que él no pudo ser y que entrara como ingeniero (naturalmente, en la Telefónica) sin pasar tantas fatigas como él había pasado.
Ya digo que aunque él tenía ese sueño nunca me forzó a nada. Lo que pasa es que a mí también me parecía mi destino natural. Pero mientras hacía el COU, y teniendo ya que elegir carrera, le dije que prefería ser arquitecto porque me gustaba mucho dibujar. Era bueno en matemáticas y física, sí, y creo que podía tener pasta de ingeniero, pero me gustaban otras cosas de otra manera. Nunca he sabido explicar esto, y sigo sin saberlo. Lo dejaremos en que me gustaba dibujar.
(Ingenuo y tonto de mí: Como sacaba buenas notas en dibujo creía que dibujaba bien, pero no era verdad. Cuando entré en la escuela de arquitectura me di cuenta a golpes de que no sabía en absoluto. Nunca he sido de los buenos, pero como en esta vida hay que hacer lo que a uno le apasiona y no solo lo que sabe hacer -suponiendo que uno sepa de verdad hacer algo- sigo dibujando y pintando).
La segunda fueron todas las novelas y películas de aventuras fascinantes con pasadizos secretos, con habitaciones ocultas, con trampillas, con rampas, con pasarelas. Fue Errol Flynn peleando contra Basil Rathbone en una escalera sin barandilla que rodeaba un cilindro de piedra.
Saltar de un espacio a otro, colgarse de la lámpara, cruzar una puerta y encontrarse en un túnel, esconderse en un doble fondo... Pasaban cosas que me fascinaban. El espacio se plegaba o se trenzaba. (Es cierto que en el cine, como en los sueños, hay trampa y los espacios contiguos no tienen por qué casar). Había una aventura en las configuraciones del espacio que apenas era capaz de intuir muy vagamente. Existían sitios con doble o triple altura a los que se asomaban otros lugares. No sé cómo decirlo: En mi casa no pasaban esas cosas, ni en las de mis amigos. En otros lugares había "otra clase de espacios". La imaginación, la vida, la aventura, ocurría en espacios.
No lo pensaba así conscientemente, ni mucho menos, pero recuerdo que todo aquello me llamaba mucho la atención. (Hoy, tras bastantes años de estudio y de profesión, sigo sin saber lo que quiero decir).
No tenía ni idea de lo que era la arquitectura, y creo que, aunque hace muchos años que me dieron el título, y la papeleta del proyecto fin de carrera me la firmó(1) el mismo Oiza -sí, ese que decía que llega un momento en que el estudiante sabe lo que es y no es arquitectura, y entonces tiene que salir de la escuela porque ya es arquitecto-, sigo sin saber qué es arquitectura, y salí a la calle sin saberlo. Y me he pasado media vida dedicado a recibir croquis de mis clientes(2), dibujados con mano temblorosa en papel cuadriculado y a pasarlos a sucio.
(1).- Mentira: No me la firmó. Era un sello con la forma de su firma. A saber quién lo estampó en mi papeleta.
(2).- Cuando mis pretensiones económicas les han parecido aceptables y me han contratado.