Núria Espert vende su casa en la costa castellonense. Me he enterado por un artículo cuyo titular dice que "aquí escribía Alberti" y que es "la casa más bonita del mundo". (Bueno, tanto como la más bonita del mundo... Está muy bien).
También veo que dice que el arquitecto fue Fernando Higueras, olvidando (una vez más, como tantas) al coautor Antonio Miró.
Y es que entre Núria Espert y Fernando Higueras hubo una entrañable amistad y unos sentimientos de cariño y de admiración mutua que no existieron entre la diva y el otro arquitecto, el silenciado, el siempre olvidado.
Este vídeo empieza con Núria Espert leyendo un texto suyo con la misma pasión (y entonación) que debió de emplear el notario que les leyó a ella y a su marido la escritura de esa misma casa. Parece mentira que semejante actriz lea tan mal y con tan poca sensibilidad y tan mal ritmo.
Pero lo más gordo que dice en ese vídeo (y se ve que al periodista también le impresionó, porque lo cita en el artículo) es que Fernando Higueras se negó a cobrar su trabajo.
Me sorprende y, es más, me molesta.
Me molesta porque eso incide en la habitual idea de que los arquitectos hacemos unos dibujos más o menos inspirados, soñamos un poco, nos dejamos llevar por nuestro súbito estro y parimos nuestras obras en una especie de arrebato místico. Y claro: los arrebatos místicos sí se pueden regalar. (Es más: yo los regalo siempre).
¿Regalaron su trabajo los albañiles, los fontaneros, los carpinteros, los electricistas...? No. Eso ni se plantea. Ellos eran profesionales. Todos ellos trabajaron, mientras que el arquitecto se divertía.
Por otra parte, a mí no me parece ni bien ni mal que Higueras regalara su trabajo. Cada uno hace lo que quiere con lo suyo. Pero aunque ni me va ni me viene me gustaría decir tres cosas:
1.- En lo que deja de cobrar un arquitecto (no quiso cobrar nada) van incluidos los gastos de estudio, tales como pagar a los delineantes y demás profesionales que intervienen, el coste del visado, la Hermandad Nacional de Arquitectos (en esa época la cuota se detraía como un porcentaje de los honorarios mínimos obligatorios; lo calculaba el colegio y te lo cobraba sin más), el seguro de responsabilidad civil de ASEMAS (también lo tramitaba el colegio), etcétera, etcétera, etcétera. ¿Todo esto lo pagó Higueras de su bolsillo o le dijo a Espert que lo que no le cobraba era lo que le debería haber quedado neto para sí, pero que sí le cargaba todo lo demás? Por lo que dice Espert no pagó nada de nada. En fin.
2.- Semejante acto de generosidad me parecería más apropiado para una obra social o filantrópica (y ni así: en esas los albañiles también cobran), pero es que se trata de una casa de lujo, de mil metros cuadrados, para una actriz famosa que dice que no tenía ni un duro, pero ya había pagado a un arquitecto previo (que no le gustaba) y se iba a construir un enorme casoplón. La verdad es que no lo entiendo.
3.- Me consta que Antonio Miró, el coautor arrumbado, no gozó de los mismos sentimientos amistosos con la discípula de Talía. ¿Tragó con lo de no cobrar? No me lo creo ¿Hizo cuentas particulares con Higueras compensando o equilibrando tal vez con otros proyectos del estudio? No lo sé. (Más cargas acumuladas a los bolsillos de Higueras, a quien le debió de salir muy caro el regalo).
Nuria Espert nos cuenta arrobada que Fernando Higueras hablaba con ella de teatro y le preguntaba cómo hacía para aprenderse los papeles, y en la obra se paseaba por los andamios con un sombrero. Una imagen idílica de un artista y de un amigo, pero no de un profesional.
Vamos a ver: Que yo los dibujos a lápices de colores estoy dispuesto también a regalarlos, pero las cuatrocientas páginas de justificación del CTE, las mediciones, el cálculo de la estructura, los planos acotados y los detalles de arquetas sifónicas ya no. Porque yo, a diferencia de Higueras, soy un arquitecto profesional.
Sí, Higueras era un genio, pero a lo mejor no estaría mal dejar de hablar de cosas sublimes y superferolíticas durante unos minutos e insistir un poco en que la arquitectura es una profesión.
(Creo que estoy empezando a vislumbrar el dúo Higueras/Miró como un ejemplo más -hay bastantes- de arquitecto amateur/arquitecto profesional. El cachondo que hace dibujos, toca la guitarra, bebe, cuenta cosas siempre divertidas... y que cuando llega el momento delicado dice: "Eso háblalo con mi socio, el cara palo del bigotón". Ya. La cigarra y la hormiga. Es un tándem que funciona bastante bien).
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Releo lo que llevo escrito y ¿qué especie de imbécil estoy hecho? ¿Profesional yo? ¿Yo? ¿Quién soy yo para llamarme profesional y para afear la conducta de Higueras? Patético bocazas.
Por el encargo de una rehabilitación acabo de bajar por segunda vez unos honorarios que ya eran bajos desde el principio. Asumo toda la responsabilidad de lo que venga y lo hago por muy poco dinero. Confío en que no haya ni accidentes, ni patologías, ni "hallazgos" sorpresivos en obra, ni requeridos colegiales ni administrativos, ni nada que tuerza las estúpidas e irreales previsiones económicas que me he hecho porque sí, porque me engaño a mí mismo, y que con todo ello me quede al final una cantidad neta que haría sonrojar al niño que le pide la paga a sus papás.
No; Fernando Higueras, por el contrario, regalaba su trabajo cuando le daba la gana y las demás veces lo cobraba como debía. Podía permitirse tener la generosidad de un príncipe árabe con quien quisiera y cuando quisiera porque tenía la profesionalidad de un petrolero texano cuando quería y con quien quería, mientras que yo me bajo los pantalones y ando como las-muñecas-de-Famosa-se-dirigen-al-portal con quien quiere y cuando quiere. Es decir: siempre.
Yo, el profesional, presumo de no regalar nunca nada pero debería avergonzarme de no cobrar nunca nada bien. Y no cobro nada bien porque soy igual de "buen profesional" que las docenas y docenas de arquitectos que me rodean, y no lo hago ni mejor ni peor que ellos, y a menudo el propio interesado ni distingue entre mejor y peor ni le importa, y por eso estoy sometido a un torbellino en el que lo único que cuenta es hacerlo más barato que los demás para que me contraten.
Y, con eso que dicen de que el mercado se autorregula y tal y tal, las docenas de arquitectos que nos rodeamos mutuamente estamos llegando al milagro de ser todos más baratos que los demás, y todos simultáneamente, en una espiral vertiginosa de rendición y entrega de armas.
No, yo no puedo pasearme por los andamios con sombrero. Y no puedo hacerlo no porque necesite casco, sino porque con los pantalones por los tobillos no puedo ni subir al andamio. Llamadme torpe si acaso.