A Eduardo Almalé y a todos mis
amigos pisacharcos de twitter.
El otro día mi amigo tuitero Eduardo Almalé, siempre polémico y activo, dijo que hay consenso en que los tres grandes arquitectos del S. XX fueron Frank Lloyd Wright, Le Corbusier y Mies van der Rohe, y puso sobre la mesa la cuestión de quiénes serán los del S. XXI.
Algunos se atrevieron a proponer varias ternas y yo dije que estamos tan solo en 2018, y me pregunté qué terna habrían propuesto los arquitectos en 1918 para elegir a los más grandes del S. XX. Obviamente, ni Le Corbusier ni Mies habían hecho aún nada interesante, y Wright, aunque ya era conocido, no creo yo que suscitara por entonces los entusiasmos mayoritarios. Seguramente los arquitectos de la época habrían elegido a sus compañeros modernistas o neoclasicistas más rimbombantes, y habrían creído que esa iba a ser la arquitectura característica del siglo XX, sin tener la más vaga intuición de lo que iba a pasar.
En 1918 ya llevaba un año fundado De Stijl en Holanda, pero aún no era conocido ni había causado ningún efecto apreciable. La Bauhaus aún no existía. Los rusos estaban en plena revolución... ¿Quién podría imaginar lo que venía?
Me gustaría que terminara alguna vez este largo período manierista que vivimos en este ya tan largo fin de siglo, y que hubiera un nuevo florecimiento bajo algunas ideas que no soy capaz de intuir ni de imaginar, pero a menudo dudo de que eso vaya a ocurrir y más bien espero resignado que esta decadencia remate finalmente en un plof.
Como soy un pisacharcos y me gusta opinar más que a un cartero doblar una revista, en ese debate tuitero se me ocurrió decir a modo de boutade (pero no tan boutade) que tal vez el XXI sea el siglo de la esperada desaparición de la arquitectura.
No digo deseada. Digo esperada.
Y ahora me toca defender esa tontería que dije.
Espero que los edificios sean cada vez más eficientes, y que la revolución informacional los transforme de arriba abajo. (No tengo ni idea de cómo: si la tuviera ya estaría yo predicando la nueva verdad), pero es que eso no es discutible y debería estar asumido desde hace décadas, y en todo caso debería ser uno de los caminos previos para confluir hacia una arquitectura. Es esa arquitectura la que, a mi juicio, ni está ni se la espera.
Mientras tanto, algunos de los arquitectos más vanguardistas actuales hacen, por ejemplo, un supuesto manifiesto activista en el Pabellón de Barcelona sacando a la vista todo aquello que es cotidianamente necesario pero que no merece nuestra egoísta atención, mostrándonos, no sé si para intentar desasosegarnos, las fregonas, las bayetas y los cristasoles que se usan para mantener limpio ese edificio pero que hipócritamente duermen ocultos y ajenos a nuestra gratitud en un secreto y humillante cuartito ad hoc. También montan muebles de Ikea mal, sin seguir las instrucciones, para demostrar al mundo que la arquitectura... Perdón: No sé que pretenden demostrar al mundo; lo siento.
Otros se pasean en bicicleta por Nueva York y ponen en su currículum que se pasean en bicicleta por Nueva York, y leemos a sesudos teóricos de la arquitectura que los presentan como arquitectos sostenibles y vanguardistas cuyo activismo y cuya potencia creativa consiste mayormente en pasearse en bicicleta por Nueva York.
Otros manejan programas paramétricos, que nadie sabe en qué consisten ni para qué sirven, pero que dan como resultado un incremento incomprensible (pero siempre sostenible, o sostenido) del coste de edificios nada útiles y un empalago y saturación de las meninges de todo aquel que pretenda explicarse lo que pueden querer decirle.
Otros buscan todo lo contrario: La nueva esencia, la pureza, la verdad de los orígenes, y nos sacuden con muros de adobe, o de bambú, o de liana, o de excremento de cebú adolescente, llenos de adjetivos y de gadges, y, naturalmente, inusitadamente caros y finalmente nada prácticos ni sostenibles, porque cada vez que se rompe una fibra de liana hay que traerla de Burundi y al final se sustituye por un plastiquete.
¿Por dónde va la arquitectura? ¿Qué podemos esperar de ella? Tengo mucha curiosidad por ver qué pasa. Pero, por ejemplo, una arquitectura informacional y altamente eficiente no debería ser algo de lo que empezar a hablar ahora. Debería ser una condición necesaria de partida, a partir de la cual empezar a pensar qué puede ser la arquitectura que venga.
Yo no tengo ni idea, pero siento deciros que creo que nadie la tiene. Si alguien supiera algo lo diría. Y lo diría muy claramente.
No me atrevo a sospechar cómo podría ser la arquitectura que se haga en este siglo que aún no ha empezado a empezar. Sí que puedo imaginar, y sin ningún esfuerzo, cómo será la desaparición de la arquitectura. Porque ya estamos en ese proceso y es muy posible que en este siglo llegue a su culminación.
La gente ni quiere arquitectura ni la aprecia. Hay muchas pruebas de ello. Una de ellas, que lamentablemente vemos por todas partes, es que los pocos que tienen el privilegio de vivir en una magnífica obra de arquitectura la adulteran y la prostituyen sin excepción y sin descanso, o sencillamente la dejan arruinarse y la destruyen sin ningún pesar.
¿Para qué sirve la arquitectura y a quién le importa?
Los ingenieros están deseando hacer edificios, que no arquitectura. Pero esto no es una cuestión de titulación académica: los arquitectos también hacemos mayoritariamente edificios que no tienen nada de arquitectura. Los promotores también están deseando hacer edificios, que no arquitectura. Y los inversores están deseando comprar edificios, que no arquitectura. La arquitectura es un rollo; te complica la vida, te impone reglas, te exige tiempo y aprecio y no te da nada a cambio (acaso solo a unos pocos socialmente inadaptados). No. Los edificios son solo metros cuadrados y metros cúbicos, que es lo único que importa.
El siglo XXI probablemente sea (ya lo está siendo) el de las cajas climatizadas, el de los recuperadores de calor, el de las energías renovables... Ya digo: brillantes edificios informacionales, interactivos y eficientes. Eso es estupendo, y eso por sí solo ya sería un camino hacia la arquitectura. Lo malo, lo peor, es que no es eso. Lo malo, lo peor, es que estamos todos ya tan alienados (arquitectos, ingenieros, inversores, políticos...) que el siglo XXI será todo eso pero encima con la mala conciencia vergonzante de querer aderezar toda esa eficiencia con nuestra incultura habitual. Creo que este siglo podría tener la extraordinaria perspectiva de combinar todo eso al servicio del goce no solo físico sino intelectual del ser humano, y creo que la arquitectura podría ser todo lo eficiente que esperamos de ella, pero también inteligente, sincera, limpia y feliz, y que ese ser humano debería ser un ser humano de verdad, con muchas dimensiones y complejidades y una inteligencia multipista.
Pero no tengo ninguna esperanza en ello porque tampoco tengo ninguna fe en nosotros. Adónde vamos, coño, si ni siquiera ponemos los intermitentes. Me imagino una distopía (que tampoco hace falta imaginar porque ya estamos en ella) de cubículos ergonómicos y eficaces en los que vegetar con la temperatura y la humedad exactas viendo Telecinco, exigiendo penas de muerte y grasas poliinsaturadas y gritando porque ha sido fuera de juego, mientras que nuestros arquitectos nos convencen de que incluso abrir un tetrabrick de leche ya es política, pero que no hacen nada real por la política real que nos debería interesar y que no nos interesa, y que incluso mantienen aprendices entusiastas y gratuitos mientras diseñan unos antros entre vintage y no euclidianos en los que si estás en la lista Forbes puedes degustar dos centímetros cúbicos de un café microfiltrado con leche postpasteurizada sin lactosa y un croissant de seis coma catorce gramos. Es decir: el epítome de la felicidad y de la pasmosa complejidad constructiva y formativa en la que vivir creativamente.
Hace años tenía fe en que de África y de Asia nos viniera algo nuevo y auténtico que nos diera un revolcón fecundo, pero por ahora no veo nada. Los chinos han descubierto occidente y tienen dinero de sobra para comprarlo y para reproducirlo con lo peor de nosotros, y los países africanos no terminan de salir de su postración.
Yo veo un mundo en el que cada vez sabemos más pero somos más incultos, en el que ya la perspectiva de ser obreros-esclavos ni siquiera nos escandaliza ni nos indigna, y que aceptamos como algo inevitable. Veo sexo falso, comida falsa, alienación, tristeza, ignorancia llena de tecnología, falta de tiempo y, eso sí, edificios muy eficientes para vivir esa vida de mierda.
¿Quién quiere arquitectura?
Ojalá no sea así. Soy un tonto y un bocazas y seguro que me equivoco. No lo espero, pero sí que lo deseo, que en el futuro haya de todo lo bueno, incluso arquitectura, con todo lo que eso significa de calidad de vida. Pero de calidad de vida de verdad.