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Arriba la utopía para combatir la apatía intelectual actual

Publicado el 03 octubre 2013 por Gorka Castillo @gorkacastillo
Arriba la utopía para combatir la apatía intelectual actual
Nos empujan hacia la capitulación. A que renunciemos a la solución de nuestros problemas sin tener que atravesar el desierto de los tártaros. A que aceptemos resignados la derrota frente a un selecto grupo de "profesionales" y nos olvidemos del Gran Debate pendiente, ese que ponga en cuestión cómo arreglar la carestía de la vida, el deterioro de la sanidad pública, el papel del empresariado en la sociedad, el papel del Estado en el mundo occidental, la participación del individuo en la vida colectiva, el equilibrio entre medio ambiente y explotación de los recursos. En fin, lo que es importante para nuestra existencia. 
Tengo la extraña sensación de que estos dilemas aburren a los guías del pueblo, más atareados en inocular el virus de la indiferencia, en que les aplaudan con las orejas y en mantener activo un cierto  desencanto en la sociedad civil. Porque si escuchamos bien sus mensajes sólo encontramos ruido. Palabras entrelazadas que siempre dicen lo mismo, que neutralizan la participación ciudadana y aniquila toda esperanza de poder cambiarlo. ¿No hablábamos hace unos meses de que otro mundo es posible? 
Los dirigentes, sean de las siglas que sean, siguen presentándose como los inquilinos de una razón que entretiene pero no ilustra. No nos ayudan a entender la confusión reinante ni cuál es el interés colectivo. Que dejen de marear a nuestra aturdida perdiz. En los momentos duros, la función pública siempre ha sido contener la crisis y los desequilibrios de un sistema vorazmente codicioso. La privada, sacarnos del atolladero arriesgando capital en un futuro rentable para la mayoría. 
El caso es que estos principios universales que tomaron cuerpo tras la II Guerra Mundial ni se ven, ni se oyen ni se sienten. Sólo se escucha llorar de crisis –algunos ríen como hienas- por la impotencia para contener el empobrecimiento general. La crisis y el pensamiento económico desarrollista son excelentes compañeros de cama. La recesión es el mejor aliado de los políticos que alimentan este binomio como un mantra para sentirse imprescindibles.
Dario Fo, Costa Gavras, José Luis Sampedro y José Saramago escribieron un día: "¿Dónde están hoy los Bertrand Russell, capaces de lanzar, en compañía de Einstein, un llamado al desarme en el punto más algido de la Guerra Fría, los Bertrand Russell, opuestos once años más tarde a las exacciones estadounidenses en Vietnam mediante la creación de un Tribunal internacional contra los crímenes de guerra?
¿Dónde están las mujeres, que con el manifiesto de las 343, se atrevieron a ponerse públicamente fuera de la ley al declarar haber abortado para reclamar el libre acceso a métodos contraceptivos y la interrupción voluntaria del embarazo? 

¿Dónde están los Stephan Zweig o los Heinrich Boll contemporáneos que desafíen con fuerza el poder? ¿Los oasis de Ivan Illich se han desecado definitivamente? 


¿Dónde están los 121 que justificaban sus actos de rebeldía y la ayuda a los insurrectos estimando que 'una vez más, por fuera de los marcos y las consignas preestablecidas, nació una resistencia, gracias a una toma de conciencia espontánea, que busca e inventa formas de acción y medios de lucha?'
¿Dónde están hoy los Albert Londres que claven su pluma en las llagas del presidio de Guyana o de los Bat' d'Af', denunciando ya en 1920 los extravíos de la joven URSS, logrando hacer modificar la legislación sobre los asilos u atreviéndose a alienarse, justamente, los medios coloniales franceses? 



Una capa empalagosa e insulsa parece haberse abatido sobre los espíritus. La uniformización del discurso sólo es igualada por su simplismo -cuando la esencia de la emancipación humana consiste en comprender el mundo en su complejidad, sus sutilezas y sus contradicciones.

Algunas mujeres, algunos hombres, continúan sin embargo librando a diario el combate, luchando sin retroceder, actuando incansablemente para abrir una brecha en el pensamiento dominante. Así, perpetúan con coraje el rol de contrapoder del intelectual crítico. 

Es para aportarles un apoyo, acrecentar su visibilidad y combatir la apatía intelectual actual". 


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