Revista Cine

Arte callejero

Por Francescbon @francescbon
ARTE CALLEJEROCuenta una anécdota que igual ya he explicado que un turista se iba alucinado de un viaje a Barcelona explicando la inmensa fortuna que debía tener un tal Lloguer ya que había montones de locales que proclamaban ser suyos. Local de lloguer es la frase en catalán que se pone para anunciar que un local está disponible. Podría hacer una tesis doctoral sobre esos carteles sin alejarme más de cien metros a la redonda desde mi casa. Son locales que han albergado montones de negocios idos al traste: tiendas de golosinas, copisterías, tiendas de ropa (de adultos y de niño), kioscos, alimentación preparada, muebles, material de oficina, productos de cocina italianos. Me ha llevado más tiempo escribirlo que recordarlo. Curiosamente hay locales que subsisten a capa y espada, o contra viento y marea. Mi amigo inconsciente, el que me inspiró Comida para reptiles, abre intermitentemente y pone o quita el cartel de alquilar el local (supongo que el vaivén de sus ventas debe contar con ese indicador a ojos de los extraños). Los chinos y los bares y los paquistaníes y la alimentación no parecen apenas afectados. Los une un curioso elemento: los chinos se han lanzado en masa a dispensar algo tan exótico como el kebab. Aún así, la frontera no está cruzada: no veo kebab con carne de cerdo, sólo ternera o pollo. Veremos como, en el ineludible momento en que la masa de parados se convierta en un ejército hambriento e implacable, se lanzan sobre esos comerciantes. A los que uno puede ponerle las pegas que quiera. No entres en sus instalaciones si te parecen poco aseados o no te gustan sus productos o los precios que les ponen. Quéjate de que los chinos son baratos (y a saber qué pondrán) y los pakistaníes caros (y a saber qué financiarán con tanto dinero). Pero, ay, absurdo quejica de esos que dicen que los inmigrantes roban nuestros puestos de trabajo. Pregúntate quien de la remilgada minoría lugareña está dispuesto a abrir un bar 16 o 17 horas diarias todos los días del año y no volver a su país de origen en más de diez años. O quien está muerto de asco sobre un mostrador a la una de la madrugada de un lunes esperando que un imbécil lo asuste para llevarse un paquete de pañuelos de papel. Ah. Los de aquí claro que no. Curioso: no nos quejamos de que las multinacionales opten por poner dirigentes de sus países de origen (Japón, Alemania, Francia, USA, son ejemplos flagrantes) porque son señores adinerados que viven en barrios caros y apenas salen de sus escuelas bilingües y sus casas y gimnasios, pero la otra inmigración es la que nos jode. Vaya. Qué justos y generosos y buenos samaritanos somos. Y los magrebíes que trajimos a punta pala porque eran buenos albañiles, y ahora hemos dejado en la estacada, con los nulos beneficios de su contratación ilegal. Ah. Y filipinos y dominicanos que aceptaban limpiar viviendas o custodiar viejecitos porque nuestras manos europeas están diseñadas para otros menesteres más nobles o elevados. Esos también tienen la culpa porque encima cuando les duele la espalda de tanto acarrear peso no tienen mejor idea que ir al médico. Jodidos.

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