Revista Opinión

Arte de Magia

Publicado el 25 julio 2019 por Carlosgu82

Comenzó el período escolar y el flujo se acrecentó de manera exponencial. Pese a que en diciembre también se mantuvo fluido el sistema, por aquello que la gente salió a caminar y a concretar diligencias que en su cotidianidad no pudo hacer, no se notó tanto el abarrotamiento. Sin embargo, este enero se volvió a la realidad extrema del Metro.

Como de costumbre, el aire acondicionado inexistente en algunos vagones e insuficiente en otros, hizo gala de la demanda al montarme en aquel tren de la línea tres. Para colmo toda la población mirandina de los Valles del Tuy pareció haberlo abordado junto conmigo.

Cuando nos montamos en Zona Rental, los empujones se hicieron presentes y por mucho que luché contra el cardumen de tiburones, fue imposible conseguir un puesto para sentarme; de modo que el viaje de pie se hizo tortuoso con la avalancha de gente que dejaba apenas milímetros de piso para ocupar.

Tras superar las tres primeras estaciones, ya en La Bandera, se bajó un grupo considerable del gusano de metal. Tuve entonces la peregrina idea de creer que iría más tranquilo, pero la equivocación me estalló en la cara cuando vi entrar al doble de los que se habían apeado. Ya los vapores cambiaron de olores y un individuo (o varios) expelió un sudor ácido, avinagrado, nauseabundo.

Con disimulo comencé a posar la nariz sobre la manga derecha de mi camisa, buscando un oxígeno menos contaminado. Cerré los ojos y dejé que el tiempo se encargara de sacarlo del sistema. Cuando los abrí el hombre mofeta ya no estaba.

Me sentí aliviado en los pulmones, pero de inmediato el susto llegó al corazón cuando por arco reflejo toqué el bolsillo del pantalón y notar que el peso del celular era demasiado liviano. Ambos se esfumaron por arte de magia.

Luis Vera Márquez

Enero 2019


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