Revista Comunicación
La mirada creadora dedicada por cada uno de nosotros, se organiza evolucionando entre las percepciones de nuestro acontecer y la experiencia que todos frecuentamos.
Esta última, no tiene espacios vacíos, sino que es un continuo, un devenir de emisiones de información que custodia nuestro cerebro al hilar tan fino que se le concede el papel de director de los propios actos. De este modo, la inteligencia se permite inventar e imaginar distintas posibilidades entre las cuales elegir, los diferentes previos que redundarán en objetivos o proyectos posteriores.
Así suceden las cosas: los proyectos transfiguran las operaciones mentales, las cuales transforman, enriquecen y amplían la realidad, convertida en campo de juego, en escenario de espacios de acción del individuo.
Con lo cual, cuando creamos sometemos a las operaciones mentales a un proyecto creador que dirige la conducta humana mediante una libertad de creación.
Este proyecto es una invención del sujeto que funciona dentro y fuera de él simultáneamente como si fuera una extensión suya. Incluso, llegamos a seducirnos a nosotros mismos al formular proyectos inventivos en los que situamos el lugar, el espacio creativo hacia el que atraeremos la resolución de una meta prefijada con la búsqueda de lo original, ingenioso, cómico o sublime de nuestra habilidad para sugestionarnos con irrealidades.
Esto es, surcamos espacios creativos de diversa índole, los habitamos y ocupamos creando hebras de comunicación en las que Arte devana el ovillo de su expresión.
Arte va a propiciar un fin nuevo, sobre el cual, guiará sus mensajes comunicativos sin depender de operaciones mentales nuevas, registrará su quehacer reteniendo la libertad creadora hallada en proyectos deseados por el individuo, al desarrollar creativamente, la fuerza y sobresalto de la grandeza de su belleza.