“Ilegal”, esa palabra con fundamento de prohibición y censura; para mí, otro sinónimo de restricción, de atadura. Una expresión sin gloria para algunos, juzgada con pena.
¿Arte Ilegal?
Me cuesta trabajo visualizar o entender que algo hecho por las manos de un artista sea castigado con tan brutal adjetivo. Pero así es, el arte ilegal es ese monumento erguido en las calles, que no pregunta o pronuncia conformidad o disgusto. Sencillamente no habla y se deja acariciar, manipular, o marcar como prostituta vendida al mejor postor.
La hora siempre indefinida —mañana, tarde, madrugada, noche— ¿qué más da? es arte callejero, arte de riesgo, de polémica. Arte de bardas, de paredes y rincones. Algunos lejos de la luz que regala el día, otros como en galería, iluminados por el tráfico y las lámparas del urbano entorno.
“Street Art”, arte callejero, nombrado así por sus protagonistas; por las manos y piernas que saltan enrejados siempre acompañados de pintura, rodillos, pegamento y pinceles. Qué afirman no ser “grafiteros”, porque este arte, “sí jala los pelos”.
Jala los pelos y despierta la curiosidad de los ojos que se detienen a mirar, que cuestionan todo. El lugar, el motivo, dando de que hablar, por el puro gusto de hacerles voltear la cabeza para hacer una historia.
Condescendientes y poco exigentes, no buscan paredes impecables de superficie. Les gustan las salientes e imperfecciones, la edad no parece ser obstáculo sino todo lo contrario. Describiéndolos, los encuentro irresistibles; casi con las cualidades del amante perfecto para una mujer que como yo, ha encontrado en los años el maravilloso dejo de las huellas provocadas por el tiempo.
“En la ilegalidad radica lo chingón, sino dejaría de ser arte”. Así se pronuncian y afirman tras años de adrenalina derramada sobre las aceras de la ciudad. Prófugos incomprendidos y vale madres del momento dibujado. Veteranos algunos de las huidas espontáneas, del canto de las sirenas encerradas en una torreta de luz, de los uniformes adornados de insignias y placas.
Trascender encontrando en la cotidianidad del paisaje un pretexto para llenar de imágenes y color el aburrido entorno de una ciudad. Y todo porque sí, porque todavía existen personas que se atreven a desafiar el tabú. Todo por amor al arte, sin importar lo legal o ilegal que pueda ser.
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