Revista Opinión

Arte: paraísos perdidos.

Publicado el 10 enero 2020 por Carlosgu82

Hoy he tenido la suerte de leer un artículo sobre un pequeño llamado Mikail Akar; aseguran que su pintura se acerca al expresionismo abstracto e incluso lo comparan con Pollock. Al margen de la técnica heredada del artista norteamericano y de su fortaleza para desarrollar un relato completo con tan solo siete años, lo que me ha impresionado es la simpleza con la que resume toda una teoría del arte al decir que pinta porque le pone contento.

Es este un discurso tradicional en la teoría del arte ¿el artista debe ser un hombre atormentado al dedicar su tiempo a un acto tan fútil para la mayoría de los individuos? ¿Se ha de sentir extraño entre una muchedumbre cuyo objetivo es la  ganancia a cambio de un trabajo monótono y agotador? ¿Sería mejor acabar extenuado ordenando mercancía pero con la conciencia tranquila?

La mayoría de los artistas mueren sin saber siquiera si su obra será destruida, sin haber vendido una sola obra o sin haber podido subsistir con los ingresos obtenidos por la venta de unas pocas de estas obras. A excepción del artista que trabajaba en siglos anteriores al servicio de una familia o de una burguesía emergente (a modo de fotógrafo oficial, cuando el invento de la fotografía aún no se hubo popularizado), el fin del artista era la mendicidad o la supervivencia a expensas de algún alma sensible.

El artista como ser extraño y lunático, como indigente eterno y absurdamente digno; el artista sin corona o con andrajos… esta imagen queda impregnada en cada retina y representa, a veces, una loza insuperable para el creador, por ello el ser feliz o al menos sentirse contento al crear no es tan evidente como parece. Para ello, el artista debe, no solo desterrar la idea de que el crear le abocará al hambre perpetua o le convertirá en un apátrida ante el ciudadano de a pie, sino olvidarse de sí mismo y de sus pretensiones de éxito. No pensar sino actuar; no planificar (dejémoselo a los técnicos), no intentar encerrar el arte entre conceptos manidos, o significarlo más allá de su propia materialidad.

El creador, al fin, debería flotar en un mar de nube durante esos instantes en los que la mano parece tomar sus propias decisiones y el abandono es total, entrar en éxtasis cada vez que vence el miedo de los primeros momentos ante el vacío. Pero la realidad es otra muchos más cruel, todos lo sabemos, quizás deberíamos volver a la tierna infancia para poder crear sin prejuicios pues hasta los grandes creadores que se han acercado a la forma de crear más primitiva han debido cargar con el peso de no poder dejar de ser adultos.


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