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En una puesta en escena muy original, el arte de Marcelo von der Heyde y los autos clásicos de Autiq Garage se fusionaron para deslumbrar con una exhibición llevada a cabo en la Antigua Bodega Gioleste, en Mendoza, Argentina, el pasado jueves.
Los invitados fueron puntuales; antes de que cayera el sol, Autiq Garage se mostraba en todo su esplendor, exhibiendo -en su primera incursión en el mundo del arte- los autos que allí descansan junto al conjunto de obras que forman parte de la muestra “Bomarzo”, creada por el reconocido artista mendocino Marcelo von der Heyde.
Al ingresar al “garage”, como lo llaman los allegados, los invitados sintieron una energía muy poderosa, que conecta lo pasado con el presente y el futuro. Bajo sus techos, se conserva la historia da la que fuera en 1910 la bodega más grande del mundo, sumada a la legendaria vida de los autos antiguos; el presente, manifiesto en la alegría y camaradería de los presentes, y la potencialidad de la unión del arte y los clásicos como una visión de futuro.
La escenificación estuvo a cargo de la curadora Roxana Punta Álvarez, quien supo fusionar las esculturas de chapa con la belleza metálica de los clásicos automovilísticos. “Su obra es cada vez más profunda y certera. Pinta con gran dominio jugando con los colores y ensamblándolos como alquimista de alma vieja”, dijo la profesional sobre el talento de von der Heyde. En el centro de la edificación, las esculturas se levantaban soberbias, enmarcadas por los carros resplandecientes, gracias al cuidado y tratamiento que reciben de mano de los profesionales de Showcar, y a un lado, la mesa del sushi y de las bebidas convocaba a la charla.
Marcelo von der Heyde junto a los hermanos Boulin, directores de Autiq Cars fueron los organizadores del exitoso encuentro, acompañados de Pulenta Estate, con sus magníficos vinos y espumantes; Bado Sushi To Go, los expertos que convidaron sus piezas a los espectadores; Barcelona Group, Vivant la vie y la musicalización impecable de Juampi Belleli de JB.DJs.
La velada cerró con un discurso de los protagonistas, la amena charla entre amigos y el sonido de las copas al brindar.
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Parafraseando a Borges, “cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”.
Marcelo von der Heyde tuvo ese momento. En su niñez lo intuía y lo confirmó en sus años de adulto: es un artista.
Su trabajo y su vida se van construyendo en esta ciudad rica de duras montañas y límpidos cielos. Su obra es cada vez más profunda y certera. Pinta con gran dominio jugando con los colores y ensamblándolos como alquimista de alma vieja.
Busca materiales por lugares insólitos, hurga, manosea, remueve y encuentra.
Entonces se produce la epifanía, nace la obra.
En esta exposición, von der Heyde realiza fondos en los que la chapa, el color, la caladura y el silencio se unen.
Lo tapado, lo abierto, los claroscuros y lo cinético se expresan aquí en su plenitud.
Benvenuto Cellini le confesaba a Pier Francesco Orsini en las arboledas de Bomarzo, que se consideraba un orfebre. Von der Heyde también lo es.
La puesta está soñada en esos bosques que se mezclan con antiguas calles, como Appias Anticas; en la que circulan lujosos automóviles del pasado.
Roxana Punta Álvarez
Curadora
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