Me ha costado mucho leer este libro. No ha sido porque fuera largo, que no lo es, ni porque carezca de interés o fuerza, que tampoco, sino por razones ajenas a la literatura o a este blog. La alegría de volver compensa el pesar por haber leído este libro de forma tan poco respetuosa.Creo que la mayor parte de los lectores de Arthur Machen (1863-1947) de los últimos veinte años lo han hecho gracias a Lovecraft y los Mitos de Cthulhu. La lectura de aquellos autores y obras que conformaron el mundo que influyó en el maestro de Providence para crear su mundo de pesadilla es algo irresistible para los amantes del horror cósmico. Resulta apasionante buscar entre las páginas de Machen y otros aquellos detalles que recuerden el universo lovecraftiano, o que nos hagan imaginar a Herbert Phillips tomando nota para un relato de los suyos.El Gran Dios Pan (1894) es una de esas novelas que hacen pensar que Rafael Llopis tenía razón cuando escribió sobre los precursores de los mitos: todo estaba ahí, al alcance de cualquiera que supiera darle una forma especial. El libro nos narra el horror que provoca el conocimiento y contacto con un ser superior que se escapa al entendimiento humano y que concentra el mal. Machen recurre al paganismo y al tardío cuento gótico victoriano para ambientar una historia sencilla. Y es por eso que reúne algunos de los elementos de la mentalidad burguesa británica de su tiempo, como son la atracción por el ocultismo y el hedonismo, la ruptura de los convencionalismo sociales que deja al descubierto la vida privada –lo que tendría su punto culminante con El amante de lady Chatterley (1928), de D. H. Lawrence-, y el recuerdo del pasado celta y bretón transformado por la ocupación romana.Todo comienza con “El experimento” del Dr. Raymond para inducir a una persona a un sueño que la transporte a otra dimensión donde está el Gran Dios Pan. A partir de aquí, la novela se divide en dos partes, una compuesta por testimonios cortos que nos introducen en la presencia de dicho Dios, y otra, más larga, reunida en un solo relato que sirve de largo desenlace explicativo. Los tipos humanos y el uso del paisaje me han recordado a los cuentos de Robert E.Howard, que también utilizó en sus cuentos el paganismo y la referencia a la presencia romana en Inglaterra. Se trata, como no, de unos dioses ante los cuales las religiones oficiales del XIX y XX nada pueden hacer. La descripción final del Dios Pan recuerda a la obra de Hodgson, La casa en el confín de la tierra(1908), y de Adrian Ross, El agujero del infierno (1914), en cuanto a que se trata de una ser inmemorial y gigantesco que produce un terror insoportable.Arthur Machen, un galés hijo de pastor anglicano pobre, conocía bien Londres; una ciudad por la que paseó su pobreza tras suspender los exámenes de ingreso en la Escuela Médica. Esto se nota en el recorrido que nos obliga a hacer para ir descubriendo a los personajes y los acontecimientos. Hablo de ese Londres húmedo y sombrío, invadido por el smog, de calles estrechas y empedradas, a cuyos lados la gente construye una vida privada impenetrable. Es el Londres de Conan Doyle, que combina con estilo la burguesía y el proletariado, la apariencia con los bajos fondos. La misma ciudad y la misma clase media, con su culto al acto social y al placer, del Dorian Grey de Oscar Wilde.Entonces, ¿qué encontramos en la obra de Machen que pudo aprovechar Lovecraft? Lo primero y más evidente, el centrar el terror en un ser, un "dios", de gran poder y maldad, más allá del conocimiento humano, cercano al paganismo, e intemporal. Además, está el recurso a la recopilación de testimonios, como en La llamada de Cthulhu (1926), o la invocación o los ritos, como en El horror de Dunwich (1929), o la perdición personal por el contacto con el "dios, como en El caso de Charles Dexter Ward (1927). El libro merece una lectura pausada, no tanto como la mía. Recomendable para los amantes de la mentalidad victoriana y del horror cósmico.