Revista Comunicación
Arthur rambo -cultura de la cancelación
Publicado el 19 abril 2022 por Jorge Bertran Garcia @JorgeABertranEn la presentación en Madrid de la película Arthur Rambo -organizada por Golem Distribución- el director y guionista Laurent Cantet quiso hacer hincapié en la importancia de la fidelidad en el cine. Se refería a cómo durante toda su carrera ha colaborado con un equipo estable de técnicos y artistas, lo que ha dado pie a una obra coherente y compacta. Desde su ópera prima cinematográfica, Recursos humanos (1999), este director francés ha imprimido una mirada social en cada una de las historias que cuenta. En aquel estupendo debut, Cantet expuso la lucha de clases de una forma emotiva, haciendo que el obrero y el 'empresario' fueran un padre y su hijo. Luego Cantet desarrollaría una carrera tan exitosa como comprometida: convirtió el paro en un drama existencial en El empleo del tiempo (2001) con la que ganó el León de Venecia; reflexionó sobre las desigualdades entre el primer y el tercer mundo, sobre el colonialismo, en Hacia el sur (2005); y sobre todo, Cantet es recordado por cómo planteó los conflictos y las tensiones de una sociedad multicultural en su obra más influyente, La clase (2008), con la que ganó la Palma de Oro en Cannes y fue nominado al Óscar. Esa película estará muy presente más tarde en El taller de escritura (2017), en la que Cantet reflexiona sobre la relación entre la ficción y la realidad (social) de creadores y lectores/espectadores, además de hablar del rencor que enturbia las relaciones de una segunda o tercera generación de inmigrantes con Francia como su país de adopción. Estos elementos vuelven a aparecer ahora en Arthur Rambo, que también se ocupa de la frontera entre la realidad y la ficción, también ocurre en el mundo literario y editorial, pero desarrolla dichos temas valiéndose de una problemática tan actual como la influencia de las redes sociales en nuestras vidas.
El planteamiento de Arthur Rambo seguro que le suena a todo el mundo: Karim D. -interpretado por Rabah Nait Oufella, quien fuera uno de los niños de La clase- es un joven escritor -de origen árabe- que acaba de alcanzar el éxito con un libro sobre la historia de su madre migrante, además de estar en el tope de la popularidad gracias a un programa de entrevistas online y un blog. Justo en ese momento salen a la luz una serie de tuits profundamente ofensivos -racistas, antisemitas, homófobos- escritos por Karim bajo el seudónimo de Arthur Rambo. Esos tuits acaban, en pocos minutos, con la reputación y el prestigio del protagonista. A partir de ese momento, asistiremos al descenso a los infiernos de Karim, que de ser el héroe de los suyos -es un joven salido del extrarradio- acaba convertido en un paria. Esta historia, que en Hollywood se habría convertido, quizás, en una película de juicios en la Corte Suprema donde se discute el derecho a la libertad de expresión, en manos de Cantet se transforma en un drama casi íntimo. El director galo siempre ha tenido la capacidad de transformar asuntos sociales en conflictos concretos, que protagonizan personajes específicos, humanos y cercanos. Aquí, el círculo inmediato de Karim, su familia incluida, será el vehículo para contar esta historia: cada uno tendrá su opinión y el protagonista será juzgado una y otra vez. Cantet no toma partido, no defiende los famosos límites del humor, ni da lecciones. En todo su cine nunca ha sido pedagógico y siempre ha sabido crear historias dramáticas y personajes con los que nos identificamos. Arthur Rambo consigue esto y además nos invita a la reflexión. ¿Se puede pedir más a una película?
Si antes he mencionado la importancia que da Cantet a la fidelidad, quiero hablar de también de otra lealtad importante para el cine: la de los espectadores. Si hemos podido seguir la carrera de Laurent Cantet es porque todas sus películas se han estrenado en España, algo que no es precisamente habitual. Un hecho que en mi caso me ha llevado a establecer una relación con este autor y a asistir al estreno de la mayoría de sus películas a través de los años. La recompensa es haber tenido acceso, desde 1999, a una radiografía en movimiento de Francia, lo que permite, claro, entender también lo que ha pasado en Europa, y por ende, en España. El cine, para mí, tiene mucho que ver con estas fidelidades: a un autor, a una actriz, incluso a una saga popular -¿Por qué no?- que nos acompañan durante gran parte de la vida, con sus pequeñas decepciones, claro, pero también con la recompensa de ir creando poco a poco un vínculo que a la larga será mucho más gratificante que el cúmulo de estímulos inmediatos, pero efímeros, a los que parecemos abocados en esta mediatizada y consumista sociedad actual.