Todos tenemos un pasado, eso está más claro, pero en la música, igual que pasa con la revisión de las fotos antiguas, da cierto reparo.
Nací, no había nadie en casa, pero igual nací, y me bautizaron como lo hicieron en homenaje a un genio francés de la música, monsieur Serge Gainsbourg. De el sólo me quedé el tamano de la nariz, como he podido comprobar a lo largo de los años.
Pasaron los años y mientras escuchaba la radio jugando con mis muñecos de goma, obligaba a mi madre a pedir canciones a Radio Ulldecona, de Georgie Dann y que fuera cualquiera de las dos sobre el mítico "negro", aunque ella realmente hubiera preferido pedir a Manolo Escobar, cosa que no me hubiera molestado en exceso.
Mientras, mi padre, iba regalándonos los oidos con Sisa, The Kinks, Serrat, Donovan y franchutes a los que no soportaba por su acento y que ahora recuerdo minimamente de forma entrañable.
Antes de acabar el colegio, servidor de ustedes, aparte de obsesionado con Jaume Sisa, como ya expliqué por aquí una vez, apostaba por Hombres G, por culpa de un k7 que nos regalaron en clase por participar en un concurso de dibujo para la ONCE, a los cuales culpo de mis altas expectativas en lo que cuanto a las chicas cocodrilo.
Me convertí en anti-Mecano y en anti-El Último de la fila, aunque con los años he sabido querer como se merece a Quimi Portet. Del otro mejor no hablo. A los dos grupos los llevaron dos veces, casi seguidas, por cierto, a fiestas de Tortosa y Roquetes, respectivamente; aunque no creo que fuera para putearme...creo.
Llegó la edad del pavo, y con ello el maquineo y Héroes del Silencio. Sé que no tienen nada que ver, pero igual me tragaba Johnny Techno Ska que Maldito Duende. Comí mierda de lo lindo, y unos cuantos añitos, hasta que llegué a la tierna edad de 18 años.
En esa edad, el Rock Català en pleno boom y yo tragándomelo enterito, y aún arrastro algo, para que negarlo, hasta que en una escapadita a Vinaroz, una chica de nombre Brigitte, me dijo que unos tipos ruidosos y extraños de Granada, de nombre Los Planetas, tenían una canción con su nombre. Pedí aquella joyita por correo en la Tipo, esas revistas que tenían todos los discos, camisetas y banderas heavys que pudieses imaginar. Yo nunca pedí ninguna...al menos heavy.
De allí, más concretamente, de un bar llamado Quijote, me encandilé de El Niño Gusano, de La Buena Vida, Australian Blonde y de tantos otros, que la memoría quizás no alcance.
Mientras intentaba aprender de toda esa escena y de sus referentes, empecé a trabajar en un local, donde lo que reinaba era el metal duro, el harcore melódico (Nofx, Lag Wagon, etc...) y llegué a ser ofendido verbalmente por entrar con una camiseta del 1977 de Ash.
Al menos, los veranos, existía un reducto para el gusto musical variopinto, llamado Lo Pont, que manejaba musicalmente con maestría el señor Ramón Balagué, y digo con maestría, porque la gente aún añora a dia de hoy, esas noches.
Me fuí radicalizando en ese camino, por el viento en contra, tal vez, y fuí descubriendo el amplio abanico que puede llegar a tener la etiqueta de la música independiente, indie, o como narices se le quiera decir.
Aprendí sobre todo, de las noches locas en la pista peque de Privat, con esos dos maestros que fueron Le Carlos Inferno o Pablo Honey, del cual sigo aprendiendo ahora, casi cada fin de semana.
Pisé todos los festivales que pude; Senglar Rock, Doctor Music, Mercat de Música Viva de Vic, FIB, sobre todo FIB, al cual he ido más veces que a ninguno. Y hasta estos días, que casi lo sigo pisando, que tenemos el Cambrils Rock, tuvimos el KZ, el Palmfest, y tantos otros con los que disfrutar, que casi que agradecemos que en esta ciudad de mierda en que nos ha tocado vivir, no haya sitio para la cultura que no sea de masas, porque así nos movemos, descubrimos cada día y esperamos no estancarnos.
Los caminos del indie son interminables. Roco dixit.