Los hijos de Ragnar Lodbrok acordaron dejar el asunto en manos de su hermano Hasting, que en un primer momento decidió no calentarse la cabeza y tomar la ciudad por asalto, descalabrándose ante las murallas de la ciudad. Sin embargo, lejos de darse por vencido, Hasting decidió recurrir a la astucia para someter la ciudad. En primer lugar, aireó a los cuatro vientos el falso rumor de que estaba gravemente enfermo y postrado en su lecho de muerte, y que justo antes de estirar definitivamente la pata decidió convertirse al cristianismo en un último intento de alcanzar la salvación eterna para su alma mancillada por años de paganismo desenfrenado, suplicando al sacerdote a cargo de la iglesia de Lucca que consintiera en enterrar su cuerpo en el suelo de la capilla principal. Los habitantes de la ciudad picaron de manera poderosa en el anzuelo, permitiendo a un reducido grupo de vikingos escoltar el féretro de su caudillo Hasting hasta la susodicha capilla. Y, una vez en su interior, justo cuando el sacerdote se aproximó al féretro para iniciar los oficios fúnebres, Hasting irrumpió del ataúd espada en mano, decapitando en el acto al clérigo al tiempo que su escolta hacía lo propio con los testigos presentes, para después abrir las puertas de la ciudad al resto del ejército que desplumó Lucca sin piedad.
Moraleja de esta curiosa historia: más vale quemar que lamentar. Ante la duda siempre recurre al fuego. Es la solución a todos los problemas. Además, recuerda que los vikingos tenían por costumbre incinerar a sus muertos…así que si alguna vez asistes a un funeral normando, quémalos a todos para asegurar.
REFERENCIAS:
- Dudón de San Quitín, Gesta Normannorum, editada por Felice Lifshitz, 1996