Darío Meta es un joven pianista cuya trayectoria y talento han despertado gran admiración en el panorama concertista por su rigor técnico, sensibilidad musical y capacidad para la improvisación. Formado en España y Alemania, su carrera combina un sólido recorrido académico con una destacada actividad concertística internacional.
UN JOVEN MÚSICO CON UNA TRAYECTORIA CONSOLIDADA
Se formó en los conservatorios superiores de Castilla y León (con Sophia Hase), Hochschule für Musik de Friburgo (con Tilman Krämer) y Musikhochschule de Lübeck (con Konrad Elser), completando su formación con masterclasses de Ferenc Rados, Eberhard Feltz, Pavel Gililov, Eldar Nebolsin y el Cuarteto Casals, entre otros. Ha recibido becas del DAAD, la Fundación Alexander von Humboldt y el programa Gabriela Montero Piano Lab, donde profundizó en improvisación y mentoría artística bajo la guía de Gabriela Montero.
ACTUACIONES ACLAMADAS Y PROYECTOS RECIENTES
Darío ha actuado en escenarios destacados como el Teatro Real, Círculo de Bellas Artes de Madrid, Festsaal del Ayuntamiento Rojo de Berlín, Laeiszhalle de Hamburgo, Beethoven Haus de Bonn, Auditorio Miguel Delibes de Valladolid, Auditorio Ciudad de León, Musik und Kongresshalle de Lübeck, Auditorio Fonseca de Salamanca y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid). También ha participado en festivales como Clásicos en Verano, Lateinamerika Herbst, Schleswig-Holstein, Classical Beat y Música en Segura.
En la temporada 2025/26 presentará el concierto narrado “Érase una vez un piano” en festivales de Madrid, Utrecht y Pamplona, regresará a Valladolid para la charla de bienvenida de la OSCYL y ofrecerá recitales en Madrid y Salamanca. Además, formará parte del 60º aniversario de Radio Clásica con un concierto en directo desde el Auditorio Conde Duque de Madrid.
COLABORACIONES Y DIVULGACIÓN MUSICAL
Tras su charla TEDx, Darío ha trabajado con Yamaha Música Ibérica, la OSCYL, el Ministerio de Asuntos Exteriores español, la Fundación Alexander von Humboldt y el Conservatorio Superior Manuel de Falla (Buenos Aires), así como con universidades como la UNED o la IE University.
En Radio Clásica ha presentado Abre los Oídos, Célebres desconocidxs, Temas de música, El mundo del piano y El apartamento con piano, y desde septiembre de 2024 participa en Clásicos populares, improvisando música en directo con las sugerencias de los oyentes.
En el ámbito de las músicas actuales ha colaborado con Luciano Supervielle, Javier Limón, Layth Sidiq, Israel Suárez “Piraña”, Yael Levi o Choby Santoro, y ha publicado el EP Chamber Songs junto al ensemble Hazel Quartet.
Desde 2019 es profesor de Repertorio con Piano, Improvisación y Acompañamiento en el Conservatorio Superior de Música de Castilla y León (Salamanca), combinando su labor pedagógica con la práctica concertística y divulgativa.
NUESTRA ENTREVISTA CON DARÍO META
A continuación, puedes leer todo lo que nos contó Darío Meta sobre sus pasiones, sus proyectos y su trayectoria.
En tu recital conjunto con tu hermana Yael, pasaste de la tradición clásica al soul, jazz y pop melódico. ¿Cómo negocias ese punto medio entre fidelidad a los géneros “popularizados” y mantener una identidad artística propia?
La música moderna está en mi vida desde antes que la clásica. Yo he sido un niño de conservatorio que tenía capacidades, pero era un estudiante bastante irregular. No destaqué siempre, solo por momentos. Mis salidas por la tangente de adolescente eran ponerme a tocar un blues justo antes de una audición de cámara (ya vestidos todos de traje) o sacar las canciones que sonaban en Los40 en el piano.
Eso es tan mío como todos los estudios de Chopin y todas las sonatas de Beethoven que he tocado. Creo que nunca debí darle la espalda a todo aquello, puesto que también era parte de mi identidad musical, de alguna manera. Pero lo hice.
Todos mis maestros en la época me recomendaron terminar primero un ciclo de estudios superiores clásicos, antes de irme a la música moderna. Mi plan interno siempre fue saltar en algún momento. Dejé hasta de cantar, que era algo que hacía mucho más que tocar el piano. Después, simplemente, me intoxiqué (positivamente) de la música clásica.
Tuve la fortuna de conocer la vida de muchos artistas de primer nivel “por dentro”, que se portaron muy generosamente conmigo, y decidí probarme a mí mismo y ver hasta dónde podía llegar yo. Todo ese tiempo de dedicación (y de obsesión) me alejó de tocar con grupos y de formarme más adecuadamente en jazz o en músicas actuales, pero también me llevó a vivir a Alemania, ganar audiciones para trabajos y sentir que había cumplido gran parte de todos esos retos que yo me había propuesto con 18 años, al terminar el instituto. Hay que tener cuidado con las expectativas, pero la verdad es que todas las que tenía han sido superadas.
A día de hoy, sigo sacando todas las semanas un rato para practicar giros que no controlo, secuencias de acordes, escalas, disposiciones de voces en el teclado, cuestiones de estilo… Pero he llegado a la conclusión de que nunca voy a saber todo lo que quiero saber (¡hay tanto!), y mi tiempo para la autoformación en ese sentido se reduce cada año (afortunadamente, porque tengo mucho trabajo).
Va a ser verdad eso de que los músicos no dejamos de aprender nunca… Así que me puse a tocar con mi hermana casi accidentalmente y decidí que, lo que saliera de allí, estaría bien. Años después, ella desarrolla una carrera como cantante de pop y soul y yo hago estos millones de cosas diferentes que hago.
En “Impropiano” y otros proyectos tuyos que juegan con la improvisación dentro del marco clásico, ¿qué técnicas o referencias utilizas para improvisar sin perder coherencia con el estilo del repertorio clásico?
Tuve la inmensa suerte de dar una clase al mes durante un año con Gabriela Montero. Su proceso improvisatorio es tan intuitivo y aprendido que ella no puede explicitar qué estructuras utiliza o en qué se fija cada vez. Pero yo siempre alucinaba cada vez que la escuchaba improvisar.
Durante ese año trabajamos fundamentalmente repertorio pianístico clásico, pero ver de cerca cómo se lanzaba en el momento y confiaba ciegamente en que su proverbial inteligencia musical funcionaría (¡y también sus dedos, perfectamente conectados con esa mente inconsciente!), me hizo tener clara una cosa: yo nunca sería capaz de improvisar así.
Pero tampoco hacía falta: copié su coraje inicial para presentar algo personal (que puede ser criticado o no suficientemente valorado en el mundo clásico) y empecé a correr esos riesgos, improvisando a mi manera, que nunca llegará a ser tan genial como la suya (ni como la de Beethoven), pero es mía. Y eso ya aporta algo diferente a quienes me están escuchando, y que solo les puedo ofrecer yo mismo.
¿Puedes describir un momento en el que sentiste que tu interpretación de una obra la transformó radicalmente (o cambió tu percepción de la misma)? ¿Qué pasaba: las circunstancias, el instrumento, el público, algo interno?
En abril de 2019, toqué en la Beethoven-Haus de Bonn junto a otros artistas, en un concierto conjunto. Por alguna razón, aquel piano me resultaba perfecto; yo estaba como en trance. Al final del primer movimiento de la Op. 110 de Beethoven, en los últimos acordes, momento místico, sonó un teléfono (algo bastante raro en Alemania, donde el público suele ser muy respetuoso).
Imitando la idea de un violista que había visto en un vídeo muy famoso de internet, cogí el motivo del teléfono (era un tirorí típico, no el de Nokia) e improvisé una transición al segundo movimiento con eso. La verdad: me tiré un triple. Yo creo que lo hice fatal, pero a la gente le encantó. No sé por qué me salió así, “me hice el chulo”. Después de eso, la cabeza me hizo un “clic”: lo que iba a ser un momento genial estropeado por un teléfono, se había dado la vuelta y se había convertido en algo entrañable compartido por todos los que estábamos allí.
El público se rio y reaccionó. Me dejó pensando. Poco después, empecé con todo esto de hablar en los conciertos y de intentar aportar una visión más personal de los repertorios, pero sin descuidar la calidad de las interpretaciones. Una musicología más humana, por así decirlo, que fue lo que me llevó más tarde a colaborar en la radio.
Has hablado sobre “el trabajo del músico en el siglo XXI”. ¿Qué desafíos reales (económicos, tecnológicos, sociales) has enfrentado recientemente, que antes no existían, y cómo los afrontas?
Diría que todos, y a la vez. Siempre he sido muy iconoclasta y el mundo académico musical me repele. Me veo fuera y dentro del mundo de la clásica todo el tiempo, como el gato de Schrödinger. Pero, sin embargo, estoy ahí: hago muchos recitales de piano clásico y soy profesor en un conservatorio superior. También hago un montón de otras cosas que no cuadran en esa etiqueta.
El repentino y modesto éxito en redes sociales del pasado verano me hizo ver que la gente aprecia lo que hacemos los músicos. Me sirvió para calmar un poco una cierta angustia vital, ya que siempre me he llevado muy mal con estar preparando música en soledad y luego compartirla únicamente durante un rato con gente a la que no vuelves a ver.
Me ha acercado a un montón de gente distinta (que nunca habría imaginado que valorarían mi humilde aportación), pero también se ha vuelto un reto en cuanto a gestionarlo: hay que invertir tiempo, dinero, replantearte la superficialidad del mundo virtual, replantearte quién eres tú, intentar aceptar las nuevas propuestas y trabajos que llegan sin traicionar tu propia hoja de ruta… Eso y estudiar. Aunque tenga tres días seguidos para estudiar (lo cual es un milagro en mi vida), nunca me es suficiente; siempre necesito más.
En tus versiones de piezas pop o jazz (por ejemplo, con Yael Levi), ¿cómo abordas el arreglo: qué conservar de lo original, qué reinventar, qué desechar? ¿Tienes algún “error” creativo que luego resultó ser fructífero?
Hay proyectos que, una vez terminados, he llegado a considerar enteramente un error. Luego me perdono a mí mismo, dejo pasar un tiempo y lo vuelvo a escuchar con otra visión. Y a veces me gusta. Otras veces no.
No le doy importancia, me llevo mal con el error porque soy perfeccionista, pero ya no dejo que me afecte tanto. Considero que mi trabajo es sacar música al mundo y ya soy muy autoexigente: no puedo estar todo el tiempo juzgándola. He puesto muchos años de esfuerzo en esta profesión como para amargarme porque doy una nota al lado en una grabación en directo o no me sale una impro como querría. Me lo estudio otra vez, lo repaso, me preparo mejor para la siguiente y sigo.
En los arreglos hay dos partes: una que viene según te sientas al piano y te pones a probar un tema de formas diferentes (una parte que es muy intuitiva e instintiva) y luego la parte del desarrollo: escribirlo, probarlo y ver si funciona.
Intento conservar bastante de lo primero en lo segundo, para no aburrirme enseguida de una cosa que se me ha ocurrido a mí mismo y sentir que el arreglo sigue teniendo esa frescura de algo que se te ocurre “en el momento”.
¿Cómo influye en tu forma de tocar las grabaciones originales (versión de estudio) de obras que versionas? ¿Te condicionan, te inspiran, te limitan o te liberan?
Siempre he sido alérgico a la palabra “análisis”. Cuando era pequeño, me daba hasta dolor de estómago ir a esa clase. Pero la verdad es que ya no hago otra cosa. Desde que improviso más a menudo, mi forma de estudiar piezas o versiones originales no tiene nada que ver.
Analizo todo hasta el límite de lo que soy capaz (de lo que yo conozco) y, cuando ya lo tengo todo, me doy cuenta de que hay algo sobre lo que no había reparado y de que, seguramente, haya algo que no sepa sobre eso. Y ahí busco. También me sirve mucho imitar literalmente lo que escucho, ser completamente literal con el texto musical. Me aporta más lenguaje y más posibilidades. De ese totum revolutum acaba saliendo una versión propia limpia y ordenada (o eso espero).
Cuando colaboras con divulgadores como Martín Llade, ¿cómo ves que cambia tu percepción de audiencia? ¿Hasta qué punto piensas en el oyente “novato” frente al aficionado versado al preparar tus programas y conciertos?
Mucho. Hoy en día no hacemos otra cosa que pensar en el público a la hora de programar y así también lo hacen las instituciones que nos programan a nosotros. He participado tocando o hablando en formatos muy distintos.
Pienso que hay diferencias superficiales: la actitud en los conciertos del melómano y del neófito son muy diferentes. Al melómano no te lo tienes que ganar, más bien tienes que dejarlo KO, tienes que elevarlo, impresionarlo. Al novato tienes que hablarle, traerle a tu terreno, lograr que te preste atención, que te escuche. Pero el melómano también suele ser menos curioso a priori, suele estar menos abierto a escuchar una versión diferente o más transgresora de las obras que ya conoce. El novato, por ignorancia y falta de cultura musical, no tiene tanto apriorismo y suele disfrutar el concierto porque se deja sorprender por lo que escucha y lo que ve.
Si hicieras una obra original que combinara los distintos géneros que interpretas —clásico, jazz, pop, improvisación—, ¿cómo la estructurarías? ¿Qué textura sonora, qué modo formal, qué tipos de diálogo entre estilos te interesa explorar?
Me pillas dándole forma precisamente a una idea que va a combinar todos estos aspectos y solo te puedo decir que creo que va a salir algo interesante. Además de grabar piezas de repertorio clásico que considero representativas, uno de mis planes a medio plazo es, por fin, tener en el mundo música propia. La última frontera del intérprete que saca los pies del tiesto.
Sé que la miscelánea está de moda y que el purismo va retrocediendo cada vez más. Tenemos gente buenísima y muy reputada presentando programas de este estilo, mezclando el canto gregoriano con el jazz o la electrónica con Bach, todos músicos de primera fila.
Pero no quiero que mi conocimiento del mercado (y de que ya existen proyectos parecidos, que combinan distintos géneros) o mi propia humildad y síndrome de impostor me priven de transitar un camino que me parece el más lógico para mí: fundir en un único formato todo lo que he aprendido a lo largo de este tiempo, tocando para mucha gente diferente, y hacerlo de una manera creativa y personal, sin copiar a nadie, solamente sacando lo que tengo dentro. Y (ojalá) sin que tampoco nadie me copie literalmente a mí (que ya me pasa).
¿Cómo te ha afectado personalmente trabajar con tu hermana —además del vínculo familiar— en lo musical? ¿Ha habido diferencias creativas, discusiones, momentos en que tu propia voz como intérprete se reconfiguró al conjugar con la suya?
Ambos hemos tenido que superar, juntos, situaciones muy complicadas a nivel familiar en los últimos tiempos. Cada vez que nos juntamos a tocar es bastante terapéutico, porque te conviertes en la música y todos esos otros problemas desaparecen.
Yo creo que casi nos vemos más para tocar en algún sitio que porque ella venga a mi casa o yo a la suya. Pero después siempre cae alguna cena. No hay muchas diferencias creativas; la mayoría de las veces ni siquiera ensayamos mucho.
Pensamos y hacemos las cosas de manera bastante similar. Al principio, yo solía sugerirle más cosas, sobre todo en la relación de la melodía y la armonía con el texto (que sigue existiendo y siendo un elemento muy potente, aunque cantes pop), pero cada vez más creo que no lo necesita. Escucho lo que ella tiene que decir y, por lo general, no le pongo muchos problemas. Tendrás que preguntarle a ella si está de acuerdo…
Mirando tu relación con el piano como instrumento: ¿qué ha sido lo más decisivo para tu desarrollo técnico y expresivo? (Grabaciones decisivas, profesores, pianos concretos, conciertos que te marcaron). ¿Qué aspectos te gustaría todavía explorar o mejorar en ese terreno?
A todos mis maestros tengo mucho que agradecerles, sobre todo cuando veo que la formación musical, pese a la progresiva renovación que estamos teniendo en los conservatorios medios, no pasa por su mejor momento.
Es un momento de transición global. Hay mucha más gente que destaca, pero el nivel general (tanto de solvencia de los estudiantes como de satisfacción con los estudios musicales) sigue decreciendo.
Estudiar en Alemania para mí supuso la profesionalización total. En mis estudios en España aprendí y mejoré mucho, pero no había llegado a alcanzar la necesaria madurez y solvencia que me permitiera enfrentarme a los retos profesionales con seguridad. Creo que era simplemente una cuestión de edad.
Hasta hace unos años, era muy amigo de todos mis profes y los necesitaba en mi vida, como confidentes y como consejeros. Los llamaba cuando no sabía qué hacer o cuando me enfrentaba a nuevas situaciones. Ahora, supongo que por la vida que llevamos, la distancia y el paso del tiempo, casi no hablamos o lo hacemos una vez cada tanto. Me independicé emocionalmente y eso estuvo bien, aunque los echo de menos a menudo. Con salvadas excepciones, como uno de mis profesores en Alemania, Konrad Elser, que cuando vas a verlo siempre te recibe como si fuera Navidad. Siempre escucho lo que tengan que decirme cualquiera de ellos.
Sigo pensando que los maestros enseñan más con lo que hacen que con lo que dicen, en todos los sentidos. Y desentrañar esa diferencia es tarea del alumno. Cuando idealizaba a mis profesores, no podía ver en ellos lo humano. Conocerlos como personas, con sus luces y sus sombras, te da la pauta definitiva de qué puedes y qué no puedes aprender de cada uno. Te permite admirar la grandeza y la generosidad y te permite aceptar también los errores que cometiste tú y los que cometieron ellos.
Después, más allá de eso, hay mucha gente en el mundo profesional (especialmente madrileño, pero también en Alemania) que, sin ser mis profesores, me han abierto literalmente mundos que yo ni sabía que existían. El día que conocí a tal director, o a tal persona importante en el mundillo musical, conciertos inolvidables desde el público que te dejan huella. Esos días que marcaron un antes y un después en mi vida los tengo perfectamente ubicados en mi memoria, con lugar y fecha. Muchos de ellos, si no la gran parte, han sido en el Auditorio Nacional de Madrid y en el ciclo de la Fundación Scherzo.
