Foto: Ayuntamiento de Madrid
A ESPAÑA NUNCA se le ha dado bien guardar la memoria de sus más insignes maestros literarios. Cada vez que recuerdo, por citar solo un ejemplo, el escaso entusiasmo que dedicaron nuestras autoridades e instituciones al cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, y el Ayuntamiento de Madrid no fue una excepción, me salen hasta sarpullidos. Claro que esa es otra historia.Coincide esta entrada con la publicación de la noticia, por lo que tiene de insólita, de que la aerolínea nórdica Norwegian ha incluido la imagen de Rosalía de Castro (Santiago de Compostela, 1837-Padrón, 1885) en uno de sus aviones. No es algo aislado. La incorporación de la poeta gallega aparece en una larga lista de personajes españoles de “alto perfil” (Colón, Elcano, Cervantes, Gloria Fuertes, Clara Campoamor) que ya estaban en las colas de las aeronaves noruegas. La compañía lo explica como “una manera de resaltar a personalidades que habían desafiado los límites y las normas establecidas, al tiempo que ha inspirado a otras personas” y nos parece un ejemplo de sensibilidad cultural que, por infrecuente, comentamos y elogiamos aquí.Salvando todas las distancias que sea preciso salvar, el caso es que la actualidad nos devuelve al primer plano y por un buen motivo al inolvidable escritor Arturo Barea (Badajoz, 1897), autor de la trilogía La forja de un rebelde —La forja, La ruta y La llama—, vecino de Lavapiés, combatiente republicano y exiliado tras la Guerra Civil en Inglaterra donde murió en 1957.Ha vuelto a su barrio, a ese “Avapiés”, como él lo denominaba en su obra, donde la alcaldesa Manuela Carmena acompañada por el embajador de Reino Unido en España, Simon John Manley, y el concejal de Centro, Jorge García Castaño, ha descubierto la placa con el nombre del escritor que, desde este sábado, da nombre a la plaza, antes conocida popularmente como plaza de Agustín Lara. Está situada en la confluencia de las calles del Sombrerete y Mesón de Paredes, frente a las Escuelas Pías en las que estudió el escritor gracias a un familiar, aunque la muerte de ese pariente le obligó abandonar los estudios a los 13 años.Con la denominación de este espacio se da respuesta a una iniciativa popular promovida por sus lectores a través de una plataforma de peticiones online. “La belleza de su obra sobre la ciudad y su gente, y la desgarrada sinceridad de su relato sobre la Guerra Civil en Madrid justifican”, rezaba dicha petición. La iniciativa popular fue aprobada por el pleno del distrito de Centro el pasado 30 de noviembre y, desde sus inicios, contó con el respaldo de hispanistas, periodistas y escritores españoles y británicos como William Chislett, Paul Preston, Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo”. Algunos de ellos como Elvira Lindo, el hispanista Ian Gibson y su primer editor en España, José Esteban, han participado en el homenaje junto a la alcaldesa, los vecinos y una de las promotoras de la idea, Isabel Fernández.Su obra “conmovió a toda una generación”, dijo este sábado Carmena y no le falta razón. La de quienes nacieron durante la larga noche del franquismo y tuvieron que “ir encontrando a esos abuelos, a esos padres, a esos tíos, a esos escritores, a esos políticos que se nos habían ido, y este fue uno de los libros que encontramos".La imagen de Barea tal vez no figure nunca en la cola de un avión de Iberia, pero el hecho cierto, y esto es lo que verdaderamente importa, es que su espíritu conciliador y humanista se queda para siempre en Madrid. La ciudad salda, a fin, una deuda de memoria. Otra más de las muchas que tiene pendientes desde hace demasiado tiempo.