Revista Opinión
En el post que acabo de colgar hace unos minutos me refería a Arturo González como un falso demócrata y esto puede llamar al asombro a todos cuantos por su blog aparecen entusiásticamente. Me he referido por aquí, ya, otras veces, a la que algunos consideran la obra más importante de Goethe, “Las afinidades electivas”, la mejor manera de saber ciertamente qué es uno realmente, es comprobar los amigos que tiene, porque si uno es capaz no ya de soportar impávidamente sino de prestar su amor, origen de la palabra amistad, a un tipejo como este Wert, tiene muy pocas cosas aprovechables, por mucho que promocione un blog en el que se dan cita una serie de ultrademócratas de la mejor especie.Sin duda alguna, uno de los padres de la cultura actual es Voltaire, éste junto al filósofo Descartes son, indudablemente, la base de todo el pensamiento moderno, es por eso que la frase volteriana de aborrezco lo que v. dice pero daría mi vida para que v. pudiera seguir diciéndolo, es el culmen de la democracia, que no es sino el imperio de la libertad del pueblo, el famoso “demos”. Nadie que sea demócrata puede impedirle a otro que exprese libremente, en cualquier sitio, el que es su pensamiento. Desde hace ya algún tiempo, vengo intentando publicar en el blog de Arturo González, todos los posts que cuelgo en mis blogs y creo que sólo he conseguido que aparezcan 3 ó 4, una pobre cosecha como bien se ve. Pero todavía hay una prueba mayor de qué es en realidad lo que allí impera, de los 3 ó 4 posts que he conseguido colgar allí, sólo uno a tenido la suerte de ser comentado por uno de los innumerables autores que por allí pululan, y fue para combatirlo como es lógico, respecto a los demás, el más absoluto silencio. ¿Por qué? Porque el blog de Arturo no es sino la más exacta de las reproducciones del chat de Saco y en éste yo tuve el que considero único timbre de honor que poseo: fui declarado por su mentor ni más ni menos que “el innombrable”, o sea, que se prohibió, bajo la más rigurosa de las penas, no ya debatir conmigo sino siquiera nombrarme, para estos muchachos/as, yo no es que sea el peor de los réprobos, no, es que ni siquiera existo y de quien no existe, con quien no existe es imposible debatir. Todo esto, aunque parezca increíble, es una realidad como un castillo, toda esta gente, que no por casualidad se ha otorgado a sí misma el nombre de su mentor, se autodenominan “sáquidas”, tiene un elemento común que los cualifica e identifica, son unos pobres exhibicionistas de un talento que ellos injustificadamente se atribuyen. Porque el talento o no es nada o es, en primer término, la facultad de comprender la realidad que no va a dejar de existir por mucho que nosotros la neguemos. Si nosotros acudimos todos los días, puntualmente, a un abrevadero ideológico, presuntamente de izquierdas, es porque necesitamos de ello imprescindiblemente para existir, pero el hecho de nuestra asistencia y de que allí nos felicitemos unos a otros entusiásticamente por lo listos que somos, por lo bien que escribimos y por lo que sabemos no significa ni con mucho que ello sea así. La mayor, si no la única, de las pruebas de la virtualidad de lo que somos no se obtiene por la aquiescencia de nuestros iguales sino precisamente por la entidad de los que nos combaten. Esta gente se ensaña conmigo diciendo que no me lee nadie, lo que evidentemente no es cierto, dado que todos los contadores de visitas de mis blogs indican un promedio de entradas de 100, más o menos, sino lo que para ellos es fundamental, los pocos comentarios que tengo. Y, efectivamente, ésta es nuestra gran diferencia, mientras ellos practican cotidianamente lo que algunos han llamado sociedad de autobombos mutuos y recíprocos, mis posts sólo son comentados por gente de una talla intelectual absolutamente extraordinaria que, como es lógico, supera con sus escritos el objeto de sus comentarios. El resto, los lectores silenciosos, lo son porque están de acuerdo con el contenido de mis posts y porque carecen de lo que ese genio de Cioran plasmó, tan certeramente como siempre, en las siguiente e inapelable sentencia: “Cuando se escribe sobre un tema cualquiera, se experimenta un sentimiento de plenitud, acompañado de altivez...Con qué facilidad se cree uno el centro del mundo cuando se maneja una pluma...”.