Revista Cultura y Ocio
Hoy en día, Arvo Pärt es uno de esos extraños casos de compositor con un gran prestigio entre la crítica más ortodoxa pero que también goza de una notable popularidad entre el público no especialista. Llama la atención especialmente el segundo aspecto ya que su música no es, a priori, del tipo que más fácilmente llega a un número muy grande de aficionados. Es una obra muy meditativa, sin concesiones de ningún tipo a la comercialidad. Sus planteamientos son modestos, sus recursos, austeros; el propio Pärt está en las antípodas del artista mediático en cuanto a su comportamiento personal. Sin embargo, su producción es bastante conocida, sus obras se interpretan a menudo en los mejores auditorios, continuamente aparecen nuevas grabaciones de la misma en los sellos más prestigiosos y, de cuando en cuando, alguna de sus piezas se cuela en la banda sonora de una película de prestigio.
Pese a la abundancia de grabaciones, es difícil encontrar alguna que cumpla la función de antología que la obra del compositor estonio merece, ya que suelen centrarse en épocas concretas de su carrera aglutinando composiciones a menudo relacionadas y esto, cuando hablamos de un músico de la larga trayectoria de Pärt, siempre supone dejar muchas cosas fuera. Por todo esto es muy interesante el lanzamiento que comentamos hoy. La grabación, publicada por el siempre prestigioso sello ECM, recoge la integral de las sinfonías del músico. A priori, las sinfonías no son la parte más representativa de su producción. Cualquiera, al ser preguntado al respecto, pensaría antes en su música de cámara, en la coral e incluso en su obra para órgano pero en sus cuatro sinfonías encontramos algo que no hallaríamos en ninguna otra selección de su obra que atendiera a una determinada formación instrumental como criterio: la presencia de todos los estilos en los que la obra de Pärt podría encuadrarse en sus distintas épocas.
La primera sinfonía está fechada en 1963. En ella, Arvo Pärt utiliza técnicas dodecafonistas, algo avanzado desde el punto de vista de un compositor estonio en su época pero tachado de decadente por las autoridades soviéticas. Los dos movimientos, “Canon” y “Preludio y fuga” hacen pensar en formas barrocas pero forman parte del homenaje que el músico hacía en la obra a su profesor de contrapunto Heino Eller. La obra es muy poderosa y expresiva aunque en su momento quedó algo eclipsada por “Nekrolog” y “Perpetuum Mobile”, otras dos composiciones orquestales que llamaron la atención de la crítica (para bien y para mal, especialmente en el lado soviético).
Tres años más tarde llegó la “Sinfonía No.2”, partiendo de las mismas premisas que la primera. Al igual que aquella, no gustó en exceso a la maquinaria burocrática de la Unión Soviética y sus obras comenzaron a caer en desgracia. Especialmente tras estrenarse su “Credo” basado en el texto católico, anatema en un país comunista como la URSS. Pese a todo ello, la segunda sinfonía tiene grandes momentos e incluso fragmentos melódicos muy notables, especialmente en su tercer movimiento, que podríamos catalogar de “neoclásico”.
En aquellos años, el compositor entró en una fase de cambio personal que se reflejó en unos años de sequía compositiva. Se convirtió a la fe ortodoxa y se replanteó todos los conceptos alrededor de los que se movía su música. Miró atrás para encontrar inspiración en la música gregoriana, el canto llano y la polifonía de los siglos XIV y XV siendo todo esto muy apreciable en la tercera sinfonía, de 1971. A partir de ese momento, el compositor comenzó a explorar lo que luego sería su hallazgo más notable y por el que será recordado siempre: el llamado “tintinnabuli”, del que hemos hablado ya sobradamente en el blog.
Tras la tercera sinfonía, Pärt abandonó el formato orquestal durante mucho tiempo hasta que en 2008 compuso la que hasta hoy es su última sinfonía, la cuarta, subtitulada “Los Angeles”. Aunque el subtítulo parece hacer referencia a que la obra fue un encargo de la Asociación Filarmónica de la ciudad californiana, lo cierto es que tiene más que ver con un texto de la liturgia ortodoxa sobre los ángeles de la guarda. Pese a ser una obra enteramente instrumental, Pärt se basó en un texto religioso y su métrica y ritmo están en la base de la sinfonía.
Pese a que el sello ECM ya había publicado una grabación de la cuarta sinfonía, la que aquí escuchamos es nueva y corre por cuenta, como las de las otras tres, de la NFM Wroclaw Philharmonic bajo la batuta del estonio Tonu Kaljuste, uno de los directores de orquesta más destacados de ese país que es también la cuna de muchos de los compositores y directores más notables de los últimos años en el panorama clásico. Su interpretación de la obra de Pärt es exquisita y del todo recomendable, lo que hace de este disco una pieza imprescindible para el seguidor del compositor estonio y, por extensión, para el melómano interesado en la música contemporánea. Además, las dos primeras sinfonías no son sencillas de encontrar en otras versiones puesto que no han sido grabadas en demasiadas ocasiones y tampoco la tercera, algo más popular, abunda en exceso.